Ética laica

Javier Sadaba

EL UNIVERSAL

He leído con sumo interés el artículo de Arnoldo Kraus, quien, apoyándose de modo especial en P. Singer y D. YoDennett, propone como una necesidad de nuestros días reavivar una ética realmente laica. Quisiera, por mi parte, hacer unas breves observaciones.

La ética laica, expresión que debería ser un pleonasmo, ha estado y sigue estando atada a la religión teórica y prácticamente haciéndose eco del dictum de Dostoyeski según el cual si Dios no existe todo estaría permitido. Autores que van de R. Swinburne a H. Kung y apoyados con la ambivalencia que le caracteriza, por J. Habermas, insisten en que si no suponemos algo suprahumano incondicionado todo nos estaría permitido. Esa manera de argumentar es falaz y ha sido derrotada desde Platón por boca de Sócrates. Se comete descaradamente la famosa falacia naturalista. Del ser no hay modo de derivar un deber. De la acción de un Dios no se sigue nada bueno o malo. Por otro lado, el sentido común nos dice que para ser morales no necesitamos absoluto alguno. Los pobres mortales nos bastamos con nuestras convenciones, racionalmente defendidas.

Pero lo más peligroso es hoy la presencia de la religión, de modo no consciente, en muchas partes de la sociedad. El caso de la política es ilustrativo. Por ella corre en sus más variados sectores, la sumisión al jefe, el temor a disentir del grupo y el siempre acuciante miedo a la libertad.

Todo lo cual nos lleva a la política. Esta se arrastra en manos del Poder. Y una socialdemocracia que ha degenerado en lo peor tanto del liberalismo como del leninismo ahoga el necesario laicismo.

Un laicismo serio debería sacudirse el polvo de una política débil, ser valiente sin concesiones, no andar pidiendo migajas y hacer sus propuestas desde una democracia real y no desde un sistema seco como el que hoy impone sus intereses. Esto no es hacer ningún guiño al populismo. Es llamar a las cosas por su nombre y comprometerse en una izquierda real, tal vez todavía por venir.