¿Por qué los niños adoran la comida chatarra?

Según ciertas corrientes psicológicas, todo lo que somos en la adultez encuentra una explicación en la infancia. Y quizás sea cierto, aunque no por las enrevesadas razones expuestas por los psicoanalistas y demás expertos en descifrar nuestros complejos y llamarlos como tragedias griegas. Un estudio efectuado por dos universidades estadounidenses ha revelado hace unos días que nuestra malsana afición a la comida rápida surge precisamente en nuestros años de inocencia.

Según la investigación "Las marcas y el cerebro de los niños: un estudio de imagen por resonancia magnética funcional", firmada por especialistas de las universidades de Missouri-Kansas City y el Centro Médico de la Universidad de Kansas, "la publicidad de comida es particularmente penetrante y efectiva en manipular las opciones de los niños".

A partir de esta idea, el equipo de investigadores exploró las reacciones de dos grupos de niños ante 120 logotipos de marcas populares, la mitad de comida y la otra de servicios y productos también conocidos. Entre las primeras se escogieron algunas como McDonald's, Pizza Hut et Burguer King, mientras se mostraron los identificadores de FedEx y BMW, entre otras, dentro de la segunda selección.

"Los logos de comida en comparación con los otros fueron asociados a una creciente activación de la corteza orbitofrontal y la corteza prefrontal inferior", sostiene el informe científico. Esto quiere decir que los logos de comida "activan algunas regiones del cerebro de los niños asociadas con la motivaciones". En otras palabras, al observar estos símbolos, los menores sentían más alegría que cuando les enseñaban otros totalmente neutros.

"Los identificadores de comida pueden atraer más la atención de los niños. Esto es relevante si consideramos que la mayor parte de la comida promocionada para esas edades clasifica como no sana y calóricamente pesada", asevera el artículo, publicado en la revista SCAN (Social Cognitive and Affective Neuroscience).

No obstante, reconocieron los especialistas, el estudio tiene sus limitaciones y sería mejor no extraer de él conclusiones definitivas. Por ejemplo, los niños asistieron a los análisis cuatro horas después de su última comida, lo cual pudo inclinar la balanza de sus preferencias por una razón sencilla: el hambre.

Futuras incursiones en este campo ampliarán seguramente los conocimientos sobre la relación entre las marcas y la tendencia a consumir determinados alimentos. Mientras llegan tales descubrimientos, cuando nos encontremos en la fila de un McDonald's o encarguemos una pizza para nuestra noche de cine en casa, no debemos avergonzarnos por el menú: la culpa la tiene nuestra golosa infancia.

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