La trampa idiomática que convierte a una palabra en su antónimo

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El idioma, como la vida, nos plantea algunas trampitas ya que por algún motivo nos acostumbramos a utilizar una palabra con un sentido que no tenía originalmente. Puede que la leamos en un periódico o se la escuchemos a algún anunciador de la televisión, o alguien la diga muy suelto de cuerpo.

Aquí quiero presentarte cuatro de esas trampitas para ver si las usas como se debe: las palabras álgido, nimio, enervar y lívido.

Estos cuatro vocablos están agrupados porque con ellos ha ocurrido un fenómeno característico del idioma. Originalmente, y hasta no hace mucho, tenían un significado claro en el diccionario. Pero la Academia les reconoció finalmente las acepciones que, sin ser propias, habían sido impuestas por el uso. Y por eso, lo que comenzó como una trampita, ahora pasó a ser aceptado porque, en definitiva, el uso manda y el idioma lo hacen los mismos hablantes.

Estos son los significados originales y los nuevos:

Álgido: muy frío, frío glacial. Ahora también: momento crítico o culminante (caliente) de algunos procesos.

Nimio: excesivo, exagerado, abundante. Ahora también: insignificante, sin importancia.

Enervar: debilitar, quitar las fuerzas, calmar. Ahora también: poner nervioso.

Lívido: amoratado, morado. Ahora también: intensamente pálido.

En estos casos, lo curioso es que el uso idiomático ha hecho que estas palabras se conviertan en sus propios antónimos: significan una cosa y también su contraria. Jugando con estas acepciones, pueden construirse oraciones en las que aparezcan repetidamente con distinto significado:

-La sesión se desarrolló en un ambiente tan álgido que el debate nunca llegó a su punto álgido.

-El delito era nimio, pero lo encarcelaron porque el juez entendió que se trató de un acto nimio.

-Las suaves palabras lo enervaron, pero después recibió críticas que lo enervaron

-Uno estaba lívido de frío, el otro estaba lívido de miedo.

Editor: Jorge Ignacio Covarrubias, secretario general de la ANLE