El insólito museo de los horrores del señor Roca

Detalle de una de las esculturas de cera expuestas en el museo de Francisco Roca | Crédito: Colección Coolen / Museo Dr. Guislain.
Detalle de una de las esculturas de cera expuestas en el museo de Francisco Roca | Crédito: Colección Coolen / Museo Dr. Guislain.

En los siglos XVIII y XIX se extendió entre las facultades de Medicina de toda Europa la costumbre de utilizar modelos humanos de ceraentre ellos los llamativos écorché, de los que ya hablamos en otra ocasión– para facilitar las prácticas de los estudiantes, sin tener que depender de los habituales cadáveres utilizados hasta entonces, y que en ocasiones escaseaban a pesar de los esfuerzos de los “ladrones de cuerpos”.

Estas “esculturas” de cera parecen sacadas de una galería del horror, pues no dudan en mostrar con total realismo los recovecos más “íntimos” del cuerpo humano, y tenían varias ventajas frente a los cadáveres utilizados con fines científicos. Por una parte, estos modelos no tenían –como es lógico– problemas de descomposición, y por otro lado podían representar diferentes patologías copiadas de sujetos reales.

Pero lo más curioso de todo es que esta particular muestra de gore decimonónico –comprensible dentro de círculos médicos y académicos–, se hizo especialmente popular entre el público en general, pues no tardó en extenderse la curiosa costumbre de organizar exposiciones que daban a conocer a los más curiosos y atrevidos los secretos anatómicos y los efectos físicos de las dolencias más singulares.

Seguramente, la población que acudía a contemplar estas exhibiciones lo hacía atraída por una mezcla de interés morboso y curiosidad científica. En cualquier caso, no hay duda de que resultaban mucho más llamativas que un simple museo de cera al uso, aunque en ocasiones ambos tipos de piezas convivieran en un mismo espacio.

Modelo anatómico del ceroplástico Joseph Towne | Crédito: Museo del Hospital Guy, Londres.
Modelo anatómico del ceroplástico Joseph Towne | Crédito: Museo del Hospital Guy, Londres.

Entre los museos y exposiciones de este tipo destaca la que creó en la Barcelona de comienzos de siglo XX Francisco Roca, un empresario de la farándula que durante muchos años había recorrido España con sus espectáculos circenses y de magia. Con el cambio de siglo, Roca reunió una sorprendente colección de figuras de cera en pleno barrio chino de la ciudad condal, y en ella mostraba a la población los peligros de las “plagas” más habituales de la época: tuberculosis, alcoholismo y sífilis. La muestra sin duda impresionó vivamente a la población de la ciudad, que pronto bautizó a la exposición como “La parada de los Monstruos”.

Durante casi 40 años, desde 1900 y hasta el inicio de la Guerra Civil española, la particular “galería de los horrores” del señor Roca atrajo a miles de curiosos y a la vez cumplió un papel educativo sobre los riesgos para la salud de ciertas costumbres y modos de vida, mostrando sin tapujos los perniciosos efectos de patologías devastadoras en aquellos años, como la sífilis, la lepra o la tuberculosis.

Algunas de las piezas de aquella exposición bizarra eran poco más que curiosidades sensacionalistas –como las figuras de mujeres barbudas–, pero otras podrían considerarse auténticas obras de arte de la ceroplastia médica, pues habían sido creadas por verdaderos maestros de la técnica, como el francés Jules Talrich.

Cabeza de cera mostrando los efectos de la sífilis | Crédito: Wikipedia.
Cabeza de cera mostrando los efectos de la sífilis | Crédito: Wikipedia.

Este especialista galo, nieto e hijo de cirujanos, continuó la tradición familiar –su padre fue un reputado ceroplástico– al convertirse en uno de los más reconocidos escultores de modelos anatómicos de cera del siglo XIX. De hecho, Talrich llegó a ser el modelador oficial de la facultad de Medicina de París y miembro correspondiente de la Academia, y durante décadas sus trabajos ayudaron a formar a varias generaciones de futuros médicos.

Además, Talrich también sucumbió a la moda de crear exposiciones y museos anatómicos, primero participando con varias de sus creaciones en la Exposición Universal de Londres en 1862, y más tarde con dos museos de su propiedad. El primero estuvo activo tan sólo dos años (entre 1866 y 1877) en el popular boulevard des Capucines de París, y el segundo en el número 5 de la calle Rougemont, que abrió sus puertas en 1876.

Tras la muerte del ceroplástico muchas de sus creaciones se dispersaron, y acabaron formando parte de otras colecciones, como la de Francisco Roca. En el caso del prestidigitador español, buena parte de los modelos anatómicos que habían asombrado y educado a la sociedad catalana de comienzos del siglo XX, terminaron engrosando los fondos de la colección Coolen –una familia belga–, y en la actualidad se conservan en el Museo del Dr. Guislain.

Con los avances pedagógicos y tecnológicos de la actualidad, estas “sangrientas” obras de arte modeladas en cera pueden resultar excesivamente explícitas e incluso morbosas, pero en su día cumplieron un importante papel educativo, no sólo en las aulas de las facultades de medicina, sino también –y en ocasiones esto era lo más importante–, en las zonas más deprimidas y marginales de las grandes ciudades europeas.