Provocadores natos
El panorama artístico actual está plagado de artistas "transgresores y provocadores", bien porque lo son realmente, bien porque así los califica la crítica o incluso ellos mismos. Sin embargo, este binomio arte-provocación no es, ni mucho menos, algo reciente.
En la segunda mitad del siglo XIX, dos pintores franceses sobresalieron entre sus contemporáneos por convertirse en símbolos de rebeldía frente al academicismo imperante, escandalizando a la mayor parte de la sociedad por su nueva forma de representar el desnudo femenino.
El primero en causar un notable alboroto fue Édouard Manet, al exponer una obra titulada El baño en el llamado Salón de los rechazados de 1863 (una exposición alternativa para los artistas no invitados Salón oficial). Hoy la pintura —célebremente conocida con el título de Almuerzo sobre la hierba— apenas llama la atención, pero en su día provocó un escándalo de dimensiones colosales.
En la imagen aparecen dos mujeres desnudas junto a dos hombres vestidos, y éste era uno de los problemas. En aquellas fechas, los desnudos plasmados en cualquier obra de arte resultaban aceptables siempre y cuando remitieran a algún tema mitológico. Representar sin ropa a damas "de carne y hueso" era algo totalmente inaceptable. Para mayor escándalo, los hombres iban vestidos, y además, parte de los personajes eran perfectamente reconocibles: la dama que aparece en primer término era Victorine Meurent (una modelo profesional), y los hombres eran el hermano del propio Manet (Gustave) y quien sería más tarde su cuñado, Ferdinand Menhoff.
Si el Almuerzo… resultó toda una provocación, otra de sus pinturas La Olimpia, no se quedó atrás. Manet pintó esta obra en el mismo año que la anterior, pero no fue hasta dos años después cuando se expuso en el Salón de 1865. Al igual que en la ocasión anterior, el escándalo fue sonado.
La pintura muestra este caso a una dama desnuda recostada, y una sirvienta a su lado sosteniendo unas flores. En principio, el tema del desnudo no tenía porque resultar indecoroso, pues existían multitud de representaciones de Venus y otras figuras mitológicas que eran aceptadas sin problema.
La diferencia, en este caso, es que la mujer de la pintura de Manet aparece en actitud desafiante, mirando directamente al espectador e integrándolo en la obra. Además, hay otro detalle que lo diferencia con obras anteriores: esta falsa Venus no está desnuda del todo, pues va adornada con un lacito en el cuello, una pulsera y unos zapatos de tacón. Cualquier espectador de la época habría identificado al instante que la mujer del cuadro era una prostituta. Ese era el motivo principal del escándalo.
Manet consiguió incomodar a buena parte de sus contemporáneos, pero no fue el único. Otro pintor del momento, el también francés Gustave Courbet, no tardó en convertirse en adalid del antiacademicismo, causando igualmente no poco revuelo.
Courbet fue uno de los principales representantes del realismo (no en vano se le llamó 'el apóstol de lo feo'), y no dudó en criticar la hipocresía de la pintura academicista, que veía con buenos ojos las obras de carácter erótico —e incluso pornográfico— siempre que retrataran un tema mitológico, y al mismo tiempo criticaba las pinturas con desnudos que se alejaran de ese esquema.
En Las bañistas (1853), el pintor de Ornans se adelantó a Manet a la hora de representar a mujeres convencionales —no mitológicas— desnudas o a punto de desnudarse. Al parecer, Napoleón III tuvo ocasión de ver la pintura y le disgustó tanto que golpeó la obra con su fusta. Hoy la imagen puede parecernos de lo más inocente, pero en su momento causó un notable revuelo.
Curiosamente, otra de sus obras, El sueño (1866), en la que muestra una muy probable escena lésbica, con una carga erótica evidente, no resultó tan problemática pues recordaba algunas de las pinturas de grandes maestros como Tiziano y había referencias clásicas.
La que sin duda habría sido la pintura más escandalosa de Courbet, sin embargo, nunca fue vista por el público de su época, pues estaba destinada a la contemplación privada. El pequeño óleo (de 46 por 55 centímetros) fue encargado, al parecer, por Khalil Bey, un diplomático otomano que vivía en París, quien también le había encargado la pintura de El sueño.
Hoy la obra se conoce como El origen del mundo (1866) y muestra un primer plano de un pubis femenino, con un notable grado de realismo, lo que reforzaba su carácter erótico. La pintura de Courbet suponía toda una novedad, sobre todo por la forma en la que "fragmenta" el cuerpo femenino, cortando brazos, piernas y cabeza de la mujer, centrando el punto de interés en el vello púbico.
Fue, precisamente, una de las cosas que reprochó uno de los pocos espectadores que pudieron contemplar la obra en su momento, Maxime Du Camp, quien señaló ácidamente que el artista había cometido "un olvido inconcebible" al no representar el resto del cuerpo de la dama.
Tras un azaroso y singular peregrinar por distintas manos —en la Segunda Guerra Mundial fue robado por los nazis, y más tarde pasó a manos del ejército soviético—, en la actualidad se encuentra expuesto en el parisino Museo de Orsay, donde sigue causando asombro entre los visitantes que desconocen su existencia.
Como curiosidad, los responsables del museo explican que suelen recibir quejas de algunos visitantes que se sienten ofendidos por lo explícito de la obra al mismo tiempo que, curiosamente, la postal con la pintura de El origen del mundo se encuentra entre las más vendidas de la tienda del museo.