El hombre que solicita tu amistad lanzando botellas al mar

Una de las cosas que más se critican de Facebook es hasta qué punto se ha devaluado el concepto de "amigo". Como esta página llama así a todos los contactos que tienen sus abonados (ya sean conocidos, meros compañeros de trabajo o familiares), los más puristas se han concienciado para defender el verdadero valor de la palabra "amigo".

Lo que nadie sabía hasta ahora es que ya había una persona que trababa este tipo de relaciones mucho antes de que Internet llegara a las casas de todo el mundo. Se llama Harold Hackett, tiene 58 años, y es uno de los pocos habitantes de la provincia más pequeña de Canadá: Tignish, en la isla Prince Edwards. Como vive solo, este hombre se entretiene con un curioso hobby desde 1996: lanzar botellas al océano Atlántico con cartas que solicitan la amistad del fortuito lector.

Según ha contado a la BBC, Hackett lanza unas 200 botellas de zumo al mar cada día desde hace 15 años. En total, calcula que ha escrito y enviado 4.871 cartas. Así, ha conseguido respuestas de "amigos" en Rusia, Islandia, Holanda, el Reino Unido, África o incluso las Bahamas, donde quiera que el viento y la marea decidan llevar sus mensajes.

"Una de ellas la encontraron cinco personas diferentes", recuerda. "La leían, apuntaban mi dirección, y la volvían a echar al mar. Empezó en Cabo Breton, luego fue a Nueva Escocia, luego a Newfoundland y de ahí a Florida. Fue entonces cuando el tipo la encontró y me dijo que dentro de la botella había otras cinco cartas".

Muchos de sus amigos por carta le responden más de una vez. "Nunca me imaginé que haría tantos amigos", añade. "Recibo unas 150 tarjetas felicitándome la Navidad cada año. A veces me mandan regalos, souvenirs... Me encanta hacerlo a la antigua; por eso nunca pongo mi teléfono en las cartas, porque entonces me llamarían y no recibiría ninguna carta".

Antes usaba un bolígrafo para escribir en el papel, pero descubrió que el tiempo borraba sus mensajes. Entonces probó a fotocopiar sus cartas con el mismo resultado. Desde entonces, usa un rotulador. Como sus botellas acaban apareciendo en barcos de pescadores, en su localidad ya lo conocen como una leyenda. A él le gusta. Dice que no piensa parar nunca.