El autómata diabólico de Settala
Un contemporáneo suyo, el filósofo agustino Filippo Picinelli, se refirió al milanés Manfredo Settala como “el Arquímedes de nuestro tiempo”. Y, aunque pueda parecer exagerado, lo cierto es que razones no le faltaban para hacer tal comparación.
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Nacido en el seno de una familia noble y adinerada, Manfredo mostró desde muy joven una curiosidad por las distintas disciplinas del conocimiento. Cursó estudios de filosofía, retórica y letras, y más tarde de derecho, aunque lo que marcaría definitivamente su vida sería el interés por la ciencia, que comenzó de forma más seria tras su traslado a Siena.
Sin embargo, fue durante uno de sus habituales viajes cuando, al descubrir la impresionante colección de arte y curiosidades de los Gonzaga en Mantua, ubicada en las ‘quattro stanze’ del Palacio Ducal, Manfredo descubrió la que sería la pasión de su vida: el coleccionismo de piezas singulares de todo el mundo, tanto procedentes del mundo natural como de aquellas creadas por el hombre.
Con apenas veinte años, y obsesionado por completo con la idea de descubrir mundo y conocer todas las maravillas que contenía, el joven Manfredo convenció a su padre –un médico de prestigio llamado Ludovico Settala, célebre por sus estudios sobre la peste– para iniciar un viaje a Oriente.
Finalmente consiguió su objetivo, y entre 1622 y 1628 se dedicó a viajar y recopilar piezas singulares de todo tipo. A su regreso a Italia, su amigo el cardenal Federico Borromeo le nombró diácono y más tarde canónigo, aunque Settala nunca tuvo intención de ejercer la carrera eclesiástica, pues su obsesión era bien distinta: las maravillas de la ciencia y la naturaleza.
Cuando en 1633 falleció su padre, Manfredo heredó la colección familiar, que contaba con importantes piezas que acabaron engrosando la iniciada por él mismo, y que ya cada tenía un tamaño considerable. A partir de entonces, el joven sumó a su particular “gabinete de maravillas” todo tipo de artilugios de carácter científico, y lo dividió naturalia (muestras de especímenes naturales), artificialia (instrumentos y artilugios curiosos creados por el hombre) y curiosa (todos aquellos objetos y piezas de carácter asombroso e insólito).
Al mismo tiempo, Settala había ido haciendo acopio de numerosos libros y tratados, dando forma a una impresionante biblioteca con miles de títulos en sus estanterías, pero ni siquiera los libros conseguían saciar su sed de conocimiento.
Su curiosidad y su insaciable espíritu inquieto le llevaron a convertirse en experto en metalurgia, creando él mismo multitud de artefactos de todo tipo, entre los que se contaban algunos mecanismos realmente singulares.
Uno de los más famosos –por su singular aspecto y por haber sido descrito en textos de distintos autores–, es un extraño autómata con aspecto de demonio que salía por sorpresa de una especie de armario, emitiendo una sonora y aterradora carcajada al tiempo que movía la lengua y expulsaba humo por la boca, atemorizando a los espectadores.
Gracias a su amigo, el cardenal Borromeo –que recibía en Milán a algunos misioneros procedentes de América–, Settala consiguió reunir aún más especímenes naturales y piezas singulares, convirtiendo su “cámara de maravillas” en una de las más importantes de su época, rivalizando incluso con las que poseían algunos monarcas europeos.
En 1660, fecha en la que se realizó un inventario de parte de su colección, el número de piezas ascendía ya a más de 3.000, lo que incluía todo tipo de ejemplares de especies vegetales y animales, así como distintos objetos creados por el hombre (muchos de su propia autoría).
Algunas de estas piezas maravillosas se conservan hoy en día –pese a que la fantástica colección de Settala se fue dispersando tras su muerte–, como es el caso del llamativo autómata diabólico (expuesto en el museo del castillo Sforza de Milán). En otros casos, podemos conocerlas gracias a los abundantes y preciosos dibujos realizados por distintos artistas de la época, que participaron en la realización de un catálogo de la colección Settala, hoy disponible en internet gracias a una iniciativa de la Biblioteca Estense.
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