La extravagante colección del castillo de Ambras

Cuando el otro día hablábamos de la vida de Petrus Gonsalvus, el “hombre lobo” canario que pasó gran parte de su vida recorriendo algunas de las cortes europeas más importantes de su tiempo, ya vimos que algunos de los retratos más llamativos de él y su familia se encontraban en la colección del castillo de Ambras, en Innsbruck (Austria).

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Como muchos otros nobles y monarcas de su tiempo, el poderoso archiduque Fernando II de Austria –autor de la renovación y ampliación de la imponente fortaleza, de origen medieval– estuvo muy interesado en cuestiones científicas y artísticas, razón por la cual se dedicó durante años a crear una extravagante y llamativa colección de obras de arte y objetos singulares.

Este sorprendente ‘gabinete de maravillas’ –así se conocía en aquellas fechas a estas salas repletas de piezas asombrosas– contenía todo tipo de piezas y artefactos: desde hermosas y espectaculares armaduras de samurái, pasando por objetos de coral, las más aterradoras armas medievales, relojes, juguetes mecánicos o pinturas de temática extravagante y autores generalmente desconocidos.

Son precisamente estas últimas –entre las que se encontraban los retratos de Petrus Gonsalvus y su familia de “salvajes peludos”–, las que más atención siguen atrayendo incluso hoy en día entre los miles de visitantes que cada año acuden hasta el castillo de Ambras.

Y no resulta extraño, pues entre las numerosas pinturas que se custodian en el ‘gabinete’, hay algunas tan sorprendentes como un retrato de Vlad III el Empalador –el personaje histórico que, al parecer, habría inspirado a Bram Stoker su ya inmortal personaje de Drácula–, así como otras representaciones de lo que entonces se consideraban “anomalías” humanas.

Así, además del ya icónico retrato de Vlad Tepes –incluido originalmente en la colección como encarnación del mal, dada su terrible reputación de hombre sangriento y despiadado–, en la colección de Ambras descubrimos la pintura de un hombre del siglo XVI aquejado de una terrible deformación física, que aparece vestido únicamente con un llamativo gorro y tumbado sobre su pecho.

En aquellos años, personas como ésta, que habían nacido con graves deformidades o discapacidades, eran tenidos como “maravillas humanas” o “monstruos”, y constituían motivo de asombro y admiración, razón por la cual no era extraño que algunos monarcas hicieran lo posible por tener alguno de ellos en su corte.

En la misma categoría encajaría otra de las pinturas de la colección, en la que aparecen representados un enano y un gigante posando juntos. Al retratarlos juntos, no hay duda de que la obra intentaba destacar el enorme contraste entre estos dos “milagros” de la naturaleza.

A juzgar por un inventario realizado en 1621, parece que el pequeño que aparece en la pintura era un hombre llamado Thomele, aquejado de enanismo, y que adquirió cierta fama en el siglo XVI, a raíz de su participación en la boda de Guillermo V de Baviera y Renata de Lorena. Según las crónicas, Thomele, que medía unos 65 centímetros, salió de la tarta nupcial –a modo de sorpresa cómica– justo antes de que se procediera a cortar el postre con un gran cuchillo.

En cuanto al “coloso” que le acompaña en la pintura, algunos autores han sugerido que podría tratarse del ‘gigante’ Bartimä Bon, cuya estatura alcanzaba los dos metros y cuarenta centímetros. Una altura colosal, como bien demostraría la que –supuestamente– fue su armadura, expuesta también en otra sección del castillo de Ambras.

Otra de las pinturas que más llama la atención en la insólita colección Ambras es un pequeño lienzo de apenas 30 por 40 centímetros en el que aparece representado un noble húngaro llamado Gregor Baci. Lo singular de este retrato no es el personaje en sí –totalmente desconocido–, sino el hecho de que su cráneo aparece atravesado por una lanza que entra por el ojo derecho y sale por la parte posterior de su cabeza.

Según el inventario de comienzos del siglo XVII, el noble húngaro sufrió esta terrible herida durante una batalla contra el ejército turco –otras fuentes hablan de un torneo– y, a pesar de la gravedad de la lesión, habría sido capaz de sobrevivir con ella durante un año.

Aunque se desconoce su autor, parece ser que este retrato fue realizado hacia mediados del siglo XVI. Gracias al hallazgo de un grabado posterior realizado décadas más tarde –y que es prácticamente idéntico a la pintura–, los estudiosos creen que el retratado se llamaba en realidad Jósez Gergely Paksy Banlaky, nombre húngaro que había sido “germanizado” como Gregor Baci.

Aunque parezca imposible –durante mucho tiempo los expertos consideraron la obra como una fantasía excéntrica–, los especialistas actuales creen que la pintura está representando un suceso real, y consideran factible que alguien sobreviviese un tiempo a una herida tan terrible, pues de hecho se han documentado algunos casos similares en fechas más recientes.

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Fuente: Yahoo! España
La extravagante colección del castillo de Ambras