90 días sin teléfono móvil

Tres meses enteros sin móvil. Nada de Facebook, Twitter o mensajes SMS. Esta es la penitencia que se ha autoimpuesto Jake Reilly, un estudiante de Chicago (Estados Unidos). Todo para "poder tener relaciones con personas y no con perfiles".

Jake Reilly vivía absolutamente absorbido por su móvil. Hablaba cerca de 1.000 minutos y enviaba 1.500 SMS al mes, estaba obsesionado con Facebook -se conectaba más de una hora y media cada día- y, como muchos, estaba enganchado a los tuits de las 250 personas que seguía en Twitter.

Pero todo cambió el 1 de octubre del año pasado, cuando decidió 'desengancharse'. Prometió no usar el móvil durante tres meses, porque notaba que el tiempo que dedicaba a las relaciones virtuales era mucho mayor que el que dedicaba a las reales.

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Con este experimento 'a lo amish' -como él mismo lo define en su blog-  descubrió que la amistad con sus amigos de Facebook no era tan profunda como él creía. También, que tenía más tiempo libre y que estaba más tranquilo consigo mismo. Vamos, que estaba incomunicado, pero en la gloria. Pero no todo fue coser y cantar. Reilly también se dio cuenta de la adicción al móvil que tenían todos sus amigos: asistió a varias fiestas en las que sólo veía gente mirando compulsivamente la pantalla de su teléfono en vez  de mirarse a la cara o hablar.

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En una entrevista concedida a Yahoo! Estados Unidos, el estudiante de 24 años afirma que en todo el tiempo que duró el experimento no hizo trampas y que se dio de baja de su compañía telefónica, de  Facebook, de Twitter, de Spotify y de LinkedIn. Un apagón social en toda regla.

El único teléfono que utilizó Reilly en estos 90 días fue uno gratuito que se encontraba en la sala de espera de un hospital cercano a su domicilio. Con él llamó a amigos y familiares, y descubrió una interesante tendencia entre sus conocidos: muy pocos descolgaban el teléfono. Según Reilly, "la gente ya ni siquiera usa el teléfono para hablar, sólo quieren ver quién les ha llamado para poder mandarle un SMS, un mail o un mensaje  por Facebook. Nunca devuelven la llamada".

El joven también pudo estudiar más y ver la televisión durante su experimento. Pero lo que más disfrutó fue "ir en bicicleta a casa de amigos y hablar con ellos cara a cara. Comentábamos las mismas cosas que antes nos decíamos por teléfono, pero de una forma mucho más agradable. Reconectamos."  Y también hubo mensajes analógicos con sus compañeros de clase: "Nos dejábamos notas en el ascensor, en los tablones de anuncios. Si queríamos quedar, escribíamos con tiza en la acera el lugar y la hora de la cita".

Ahora mismo, más conectado que nunca
Toda la paz '2.0' que logró Reilly en estos tres meses ha desaparecido por completo. Su padre, un columnista de la web de deportes ESPN.com, se dedicó a contar las andanzas analógicas de su hijo a sus 42.000 seguidores en Twitter, y ahora Jake es una pequeña celebridad en Internet: tiene que contestar a todos los correos que la gente le manda para interesarse por lo que ha hecho; responder a los comentarios de sus vídeos en YouTube; y, cómo no, tuitear y pasar el rato en Facebook.