Una 'víctima silenciosa': cuando la naturaleza se convierte otra baja de la guerra

Un lince captado por una cámara trampa dentro de la Zona de Exclusión de Chernóbil en Ucrania en 2016. (Timothy Mousseau vía The New York Times)
Un lince captado por una cámara trampa dentro de la Zona de Exclusión de Chernóbil en Ucrania en 2016. (Timothy Mousseau vía The New York Times)

La Reserva de la Biosfera del Mar Negro, en la costa meridional de Ucrania, es un santuario para las aves migratorias. Más de 120.000 aves pasan el invierno revoloteando por sus costas y una colorida variedad de especies raras (el águila de cola blanca, la serreta mediana y la cigüeñuela común, solo por nombrar algunas) anidan entre sus aguas y humedales protegidos.

La reserva también alberga la rata topo de arena, en peligro de extinción, el delfín mular del mar Negro, flores exóticas, innumerables moluscos, decenas de especies de peces y, en las últimas semanas, un ejército invasor.

“El territorio de la reserva hoy está ocupado por las tropas rusas”, afirmó en un correo electrónico Oleksandr Krasnolutskyi, viceministro de Protección del Medioambiente y Recursos Naturales de Ucrania, el mes pasado. “En este momento no tenemos información sobre las pérdidas medioambientales”.

Pero la actividad militar en la zona provocó incendios tan grandes como para ser vistos desde el espacio, lo cual motivó preocupación por la destrucción de hábitats cruciales para la cría de aves.

“Vemos lo que está ocurriendo en Ucrania”, dijo Thor Hanson, biólogo conservacionista independiente y experto en cómo las guerras afectan el medioambiente. “Y nos sentimos conmocionados y horrorizados por el costo humano, en primer lugar, pero también por lo que está sucediendo con el medioambiente en ese país”.

Desde que las fuerzas rusas invadieron Ucrania en febrero, la atención del mundo se ha centrado en las ciudades donde se han producido intensos bombardeos. Pero Ucrania, que está en una zona de transición ecológica, también alberga vibrantes humedales y bosques y una extensa franja de estepa virgen. Los soldados rusos ya entraron, o realizaron operaciones militares, en más de un tercio de las áreas naturales protegidas del país, dijo Krasnolutskyi: “sus ecosistemas y especies se han vuelto vulnerables”.

Los informes sobre el terreno y las investigaciones sobre conflictos armados anteriores sugieren que el efecto ecológico del conflicto podría ser profundo. Las guerras destruyen hábitats, matan a la fauna, generan contaminación y rehacen los ecosistemas por completo, con consecuencias que se extienden a lo largo de décadas.

Un soldado ucraniano se desplaza por una zona boscosa cerca de Irpín el 29 de marzo de 2022. (Daniel Berehulak/The New York Times)
Un soldado ucraniano se desplaza por una zona boscosa cerca de Irpín el 29 de marzo de 2022. (Daniel Berehulak/The New York Times)

“El medioambiente es la víctima silenciosa de los conflictos”, afirmó Doug Weir, director de investigación y política del Conflict and Environment Observatory, una organización sin fines de lucro con sede en el Reino Unido.

Hay excepciones. Las guerras pueden hacer que los entornos sean tan peligrosos o inhóspitos para los humanos, o crear tantas barreras para la explotación de los recursos naturales, que los ecosistemas tienen una oportunidad inusual de recuperarse. Es una paradoja que pone de manifiesto la amenaza que la actividad humana supone para el mundo natural en tiempos de guerra y de paz.

“Por lo general, los humanos somos perjudiciales”, afirma Robert Pringle, biólogo de la Universidad de Princeton, “y eso incluye sus conflictos”.

Paisajes marcados

La guerra es un acto de destrucción. Y, según sugieren los estudios, afecta sobre todo los ecosistemas más importantes del planeta. Entre 1950 y 2000, más del 80 por ciento de los principales conflictos armados del mundo tuvieron lugar en puntos críticos de biodiversidad; es decir, zonas ricas en especies endémicas pero amenazadas, según descubrieron Hanson y sus colegas en un estudio de 2009.

Según Hanson, el mensaje que se desprende es que “si nos preocupamos por la biodiversidad y la conservación en el mundo, tenemos que preocuparnos también por los conflictos y sus patrones”.

Se han realizado pocas investigaciones a gran escala sobre el efecto ecológico de la guerra, pero en un estudio de 2018, los científicos descubrieron que los conflictos armados estaban correlacionados con la disminución de la vida silvestre en las áreas protegidas de África. Los investigadores descubrieron que las poblaciones de fauna silvestre tendían a ser estables en tiempos de paz y a disminuir durante la guerra y, cuanto más frecuentes eran los conflictos, más pronunciados eran los descensos.

En algunos casos, la destrucción del medioambiente es una táctica militar explícita. Durante la guerra de Vietnam, el ejército estadounidense roció con defoliantes extensas franjas de selva para ralear los bosques y privar de protección a las fuerzas enemigas. Y los ejércitos suelen explotar “recursos que se pueden saquear”, como el petróleo y la madera, para financiar sus esfuerzos bélicos, explicó Hanson.

En Ucrania, abundan las plantas químicas e instalaciones de almacenamiento, depósitos de petróleo, minas de carbón, líneas de gas y otros complejos industriales que podrían liberar enormes cantidades de contaminación en caso de sufrir daños. Algunos ya han sido atacados.

“Esto podría compararse con usar armas químicas”, afirmó Oleksii Vasyliuk, biólogo de Vasylkiv, Ucrania, y cofundador del Grupo Ucraniano de Conservación de la Naturaleza. Los rusos “no trajeron sustancias tóxicas, pero han liberado en el medioambiente las que ya estaban en el territorio nacional”.

Además, está el temor que provoca el uso de energía nuclear. Ucrania tiene 15 reactores nucleares en cuatro centrales; la más grande ya ha sido escenario de intensos combates. “Las acciones militares cerca de las centrales nucleares podrían provocar una contaminación radiactiva a gran escala de vastas zonas no solo de Ucrania, sino también mucho más allá de sus fronteras”, declaró Krasnolutskyi, el viceministro. Los daños en los almacenes de residuos nucleares también podrían producir contaminación importante.

Los científicos conocen muy bien los efectos a largo plazo de la radiación en los animales y los ecosistemas gracias a los estudios realizados en la Zona de Exclusión de Chernóbil de Ucrania, abandonada casi por completo desde la catástrofe de la central nuclear de Chernóbil en 1986.

Las investigaciones realizadas en el lugar revelaron que la radiación no solo causó deformidades en algunos animales, sino que afectó a poblaciones enteras. “Observamos una disminución drástica de la abundancia y una menor diversidad de organismos en las zonas más radiactivas”, señaló Timothy Mousseau, biólogo de la Universidad de Carolina del Sur.

Los expertos afirman que la actividad militar rusa en la zona de exclusión de Chernóbil quizá haya empeorado las condiciones de la zona. Los incendios pueden haber liberado partículas radiactivas capturadas por la flora local y conducir por las zonas más contaminadas posiblemente haya levantado nubes de polvo radiactivo.

La actividad militar también puede haber amenazado la recuperación de la fauna en la zona de exclusión. Como los seres humanos se han mantenido en gran medida alejados, “grandes especies que carecen de un hogar cercano en la región han comenzado a regresar”, comentó Bruce Byers, un consultor ecológico independiente que dirigió evaluaciones de la biodiversidad en Ucrania para la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional.

Lobos grises, zorros rojos, perros mapaches, linces y jabalíes residen en la zona de exclusión, al igual que los caballos de Przewalski, en peligro de extinción, que fueron introducidos en la zona hace unas dos décadas.

Trantin Kirill, zoo director, stands near an aviary with Przewalski's horses in the city zoo in Kyiv, Ukraine, March 3, 2022. REUTERS/Gleb Garanich
El director de zoo de Kiev, Trantin Kirill, revisa las condiciones de los caballos Przewalski's. REUTERS/Gleb Garanich

Pero la invasión rusa de la zona provocó una enorme perturbación, según Mousseau: “Es probable que todo este ruido y actividad haya alejado a los animales”.

Cascadas ecológicas

Aun así, las investigaciones sugieren que la guerra causa muchos de sus estragos ecológicos más sutiles. “Los impactos ambientales a largo plazo de la guerra se deben más a la agitación social subsecuente”, explicó Kaitlyn Gaynor, ecologista de la Universidad de California en Santa Bárbara.

Las guerras suelen provocar inseguridad económica y alimentaria, lo que lleva a los civiles a depender más de los recursos naturales, como la caza silvestre, para sobrevivir. En ocasiones, también los ejércitos recurren a los animales silvestres para alimentar a sus soldados, o extraen partes valiosas de los animales, como colmillos de elefante y cuernos de rinoceronte, para financiar sus actividades. Los expertos manifiestan que este aumento de la demanda de animales silvestres suele ir acompañado de un debilitamiento de las protecciones medioambientales o de la aplicación de la ley.

Durante la guerra civil de Mozambique, que duró de 1977 a 1992, la densidad de la población de nueve grandes herbívoros —entre los que se encuentran elefantes, cebras, hipopótamos y búfalos— disminuyó más del 90 por ciento en el Parque Nacional de Gorongosa.

Una de las consecuencias de la disminución de esos herbívoros fue que un arbusto muy invasivo se extendió por el paisaje.

Mientras tanto, el colapso de las poblaciones de carnívoros —los leopardos y los licaones desaparecieron del parque— provocó cambios de comportamiento en sus presas. El tímido antílope jeroglífico, que suele habitar en los bosques, empezó a pasar más tiempo en las llanuras abiertas, donde se daba un festín de plantas nuevas, lo cual suprimió el crecimiento de la fauna endémica.

La inseguridad alimentaria y la inestabilidad económica pueden amenazar incluso a los animales más abundantes. Tras el colapso de la Unión Soviética en 1991, que provocó el aumento de los índices de pobreza en Rusia, la población de alces, jabalíes y osos pardos disminuyó, según un estudio dirigido por Eugenia Bragina, coordinadora del desarrollo de la capacidad científica en el programa de la Sociedad de Conservación de la Vida Silvestre en el Ártico de Beringia.

Estas especies “distaban de ser vulnerables”, explicó Bragina, quien creció en la Unión Soviética y recuerda que después de la caída de esta, sus padres no recibieron su sueldo durante meses. Los jabalíes, en particular, eran abundantes, pero entre 1991 y 1995 su población se desplomó alrededor del 50 por ciento. “En Rusia, literalmente, nos comimos a la mitad de ellos. La mitad de la población desapareció”, comentó.

Los hallazgos sugieren que la fauna silvestre podría estar en riesgo en cualquier lugar donde la guerra en Ucrania ocasione inseguridad alimentaria, incluso fuera de las zonas de conflicto activo.

La guerra también tiene costos de oportunidad, ya que los fondos y las prioridades pasan de la conservación a la supervivencia humana. “Tendemos a centrarnos en lo inmediato: los grandes incendios y las columnas de humo, la infraestructura petrolera dañada”, dijo Weir. “Pero, en realidad, tiende a ser el colapso de la gobernanza ambiental lo que lleva a esta especie de muerte de mil cortes y luego, como era de esperarse, queda este legado duradero”.

Refugio y reconstrucción

A pesar de todo el daño que puede causar la guerra, en casos aislados, los conflictos humanos llegan a brindarle un blindaje a la naturaleza.

El ejemplo más conocido es la Zona Desmilitarizada de Corea, una delgada franja de tierra que sirve de amortiguador entre Corea del Norte y Corea del Sur. En esta zona, no se permite el acceso a los seres humanos, y está protegida por guardias, vallas y minas terrestres. Pero, en ausencia del ser humano, sirve de refugio a una flora y fauna poco comunes, como las grullas de coronilla roja y cuelliblanca, los osos negros asiáticos y, quizá, los tigres siberianos (las minas pueden suponer un peligro para los animales terrestres más grandes).

En algunos casos, la guerra también puede perturbar las industrias extractivas. Durante la Segunda Guerra Mundial, la pesca comercial en el mar del Norte cesó casi por completo debido a la requisición de los barcos pesqueros, las restricciones a sus movimientos y el reclutamiento de pescadores para la guerra. Las poblaciones de muchas especies de peces explotadas comercialmente se recuperaron.

Pero los beneficios suelen ser temporales. En los primeros años de la guerra civil nicaragüense, los bosques de la costa atlántica volvieron a crecer a medida que la gente huía y abandonaba sus granjas. Pero cuando la guerra terminó, los residentes regresaron y la deforestación se reanudó; los científicos descubrieron que durante ese periodo se deforestó casi el doble de tierra de la que se había reforestado durante la primera guerra.

Según los expertos, estos resultados ponen de manifiesto la urgente necesidad de pensar en la conservación del medioambiente tras un conflicto, cuando este puede estar en peligro mientras los países intentan reconstruir sus infraestructuras y economías.

La restauración es posible. En el Parque Nacional de Gorongosa, en Mozambique, se está llevando a cabo un intenso proyecto de rehabilitación desde la década de 2000. Este proyecto abarca el refuerzo de las patrullas contra la caza furtiva, el desarrollo de una industria de turismo de vida salvaje y los esfuerzos por mejorar la seguridad económica y alimentaria de las comunidades lugareñas.

Ya se reintrodujo a los superdepredadores, como los leopardos y los perros salvajes. Las poblaciones de los grandes herbívoros se están recuperando y “se está retomando el control de las especies de plantas invasoras”, comentó Pringle, quien formó parte de la junta asesora del proyecto. “Diría que Gorongosa es el principal modelo de resiliencia ecológica en el mundo tras un conflicto devastador”, afirmó.

© 2022 The New York Times Company

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