“Se está volviendo demasiado caro vivir”: adultos mayores ansiosos intentan hacer frente a los presupuestos limitados

La inseguridad económica está alterando la vida de millones de adultos mayores a medida que los altos costos de vivienda y la inflación reducen el valor de los ingresos fijos.

En todo el país, las personas mayores que hasta hace poco manejaban con éxito presupuestos limitados están cada vez más ansiosas y angustiadas. Algunos perdieron el trabajo durante la pandemia de Covid-19. Otros se enfrentan a aumentos de alquiler inasequibles y la posibilidad de perder sus hogares. Otros están sufriendo un impacto significativo por el precio en las tiendas de comestibles.

Docenas de adultos mayores que luchan con estos desafíos, ninguno en los estándares de pobreza del gobierno, me escribieron después de que presenté en una columna reciente el Elder Index, una medida del costo del envejecimiento. Esa herramienta, desarrollada por investigadores del Instituto de Gerontología de la Universidad de Massachusetts-Boston, sugiere que el 54 por ciento de las mujeres mayores que viven solas tienen ingresos por debajo de lo necesario para pagar los gastos esenciales. Para los hombres solteros, la cifra es del 45 por ciento.

Para obtener más información, hablé extensamente con tres mujeres que se acercaron a mí y estaban dispuestas a compartir detalles muy personales de sus vidas. Sus historias ilustran cómo las circunstancias inesperadas (la pandemia y sus efectos económicos posteriores, los desastres naturales y el abuso doméstico) pueden resultar en una precariedad imprevista en la vida posterior, incluso para las personas que trabajaron arduamente durante décadas.

Bettye Cohen de Towson, Maryland, está preocupada por dónde vivirá porque su complejo de apartamentos está aumentando los alquileres a medida que mejoran las unidades. Ella paga $989 mensuales por su apartamento de una habitación con terraza, pero un apartamento similar que se ha remodelado recientemente salió al mercado por $1,900. “Nunca en un millón de años hubiera pensado que algo así me pasaría a mí”.

Bettye Cohen

“Después de 33 años viviendo en mi apartamento, tendré que mudarme ya que los nuevos propietarios del edificio están renovando todos los apartamentos y cobrando alquileres que no puedo pagar, de más de $1,800 a 2,500 por mes”.

Cohen, de 79 años, ha estado angustiada desde que se enteró de que los propietarios de su complejo de apartamentos en Towson, Maryland, están aumentando los alquileres vertiginosamente a medida que hacen arreglos a las unidades. Ella paga $989 mensuales por un apartamento de una habitación con terraza. Un apartamento similar que ha sido remodelado recientemente salió al mercado por $1,900.

Esta es una tendencia nacional que afecta a todos los grupos de edad: a medida que los propietarios responden a la alta demanda, los aumentos de alquiler este año han alcanzado el 9.2 %.

Le dijeron a Cohen que su contrato de arrendamiento se cancelará a fines de enero y que se le cobrará $1,200 por mes hasta que llegue el momento de renovar su apartamento y desalojar las instalaciones.

“La devastación, no puedo explicarte”, dice durante una conversación telefónica. “Treinta y tres años de vivir en un lugar te dejan saber que soy una persona muy aburrida, pero también soy una persona muy práctica y estable. Ni en un millón de años hubiera pensado que algo así me pasaría”.

Durante una larga carrera, Cohen trabajó como gerente de riesgos para grandes almacenes y como agente de seguros. Se jubiló en 2007. Hoy, su ingreso mensual es de $2,426: $1,851 del Seguro Social después de retirar los pagos de la cobertura de la Parte B de Medicare, $308 de una cuenta de jubilación individual y $267 de una pequeña pensión.

Además del alquiler, Cohen estima que gasta entre $200 y $240 al mes en alimentos, $165 en teléfono e internet, $25 en primas de Medicare Advantage, $20 en cuidado dental, $22 en gasolina y $100 o más en gastos imprevistos, como productos de limpieza y artículos de tocador.

Eso no incluye los gastos que no son de rutina, como las dentaduras postizas parciales nuevas que necesita Cohen (supone que costarán $1,200) o los audífonos que compró hace varios años por $3,400 con una pequeña cuenta de ahorros. Si se ve obligada a mudarse, Cohen estima que los costos de mudanza superarán los $1,000.

Cohen ha buscado apartamentos en su área, pero muchos están en edificios más pequeños, sin ascensores, y no son de fácil acceso para alguien con la artritis severa que padece. Las unidades de un dormitorio se alquilan por $1,200 o más, sin incluir los servicios públicos, que podrían costar $200 adicionales o más. Las listas de espera para viviendas para personas mayores alcanzan dos años.

“Me siento miserable”, comenta Cohen. “Muchas veces me despierto en medio de la noche porque mi cerebro no se apaga. Todo es tan abrumador”.

Carrie England

“Se está volviendo demasiado caro estar viva. Lo he perdido todo y me derrumbo a diario porque no sé cómo puedo seguir sobreviviendo con el costo de vida”.

England, de 61 años, pensó que envejecería en una casa de tres habitaciones en Winchester, Virginia, que dijo haber comprado con su pareja en 1999. Pero ese sueño explotó en enero de 2021.

Alrededor de ese tiempo, England se enteró, para su sorpresa, de que su nombre no estaba en la escritura de la casa en la que había estado viviendo. Había pensado que eso había sido arreglado y contactó a un abogado, esperando recuperar el dinero que había invertido en la misma. Le dijo el abogado que, sin prueba de propiedad, ella no tenía una pierna sobre la que apoyarse.

“Mi nido era la casa. Se fue. Fue mi inversión. Mi tranquilidad”, me dice England.

La historia de England es complicada. Ella y su pareja terminaron su larga relación romántica en 2009 pero continuaron viviendo juntos como amigos, explica. Eso cambió durante la pandemia, cuando dejó de trabajar y el trabajo de England como especialista en catering y hospitalidad terminó abruptamente.

“Su personalidad cambió mucho”, dice, y “comencé a vivir abuso emocional”.

Para tratar de sobrellevar la situación, England se inscribió en Medicaid y coordinó ocho sesiones con un terapeuta especializado en abuso doméstico. Las mismas terminaron en noviembre de 2021 y desde entonces no ha podido encontrar otro terapeuta. “Si no estuviera tan preocupada por mi situación de vivienda, creo que podría procesar y resolver todas las cosas que han sucedido”, comenta.

Después de mudarse de su casa a principios de 2021, England se mudó a Ashburn, Virginia, donde alquila un apartamento por $1,511 al mes. (Ella pensó, erróneamente, que cualificaría para recibir asistencia del condado de Loudoun). Con los servicios públicos y la recolección de basura incluidos, el total mensual supera los $1,700.

Con un ingreso de alrededor de $2,000 al mes, que se esfuerza por mantener haciendo trabajos temporales cada vez que puede, England tiene menos de $300 disponibles para todo lo demás. Ella no tiene ahorros. “No tengo una vida. No hago otra cosa que tratar de encontrar trabajo, ir a trabajar y volver a casa”, dice.

England sabe que los costos de su vivienda son insostenibles y ha puesto su nombre en más de una docena de listas de espera para viviendas asequibles o viviendas públicas. Pero hay pocas posibilidades de que vea progreso en ese frente a corto plazo.

“Si fuera una persona más joven, creo que podría recuperarme de todas las dificultades que estoy teniendo”, añade. “Simplemente, nunca me imaginé estando en esta situación a la edad que tengo”.

Elaine Ross (centro), con su hijo Skyler Kern (dcha) y su esposa, Sydney Kern. Ross, que vive en Empire, Alabama, dice que la inflación “simplemente nos está matando”. Para reducir costos, ha estado apagando el aire acondicionado desde la 1 p.m. a las 7 p. m. “Me duele”, dice, “que viví toda mi vida haciendo todo lo correcto para estar en la situación en la que estoy”.

Elaine Ross

“¡Por favor, ayuda! Acabo de cumplir 65 años y [estoy] discapacitada. Mi esposo recibe el Seguro Social y ni siquiera podemos permitirnos comprar comestibles. Esto no es lo que tenía en mente para los años dorados”.

Cuando se le pregunta sobre sus problemas, Ross, de 65 años, habla sobre un tornado que azotó el centro de Florida en Groundhog Day en 2007 y destruyó su hogar. Demasiado tarde se enteró de que la cobertura de su seguro no era adecuada y no reemplazaría la mayoría de sus pertenencias.

Para llegar a fin de mes, Ross comenzó a laborar en dos trabajos: como peluquera y como representante de servicio al cliente en una tienda de conveniencia. Con su nuevo esposo, Douglas Ross, un maquinista, compró una nueva casa. La recuperación parecía posible.

Luego, Elaine Ross se cayó dos veces en el período de varios años, se rompió la pierna y terminó con tres reemplazos de cadera. Tratando de controlar la diabetes y acosada por el dolor, Ross dejó de trabajar en 2016 y solicitó el Seguro de Discapacidad del Seguro Social, que ahora le paga $919 al mes.

Ella no tiene pensión. Douglas dejó de trabajar en 2019, ya que no podía manejar las demandas de su trabajo debido a problemas de espalda. Él tampoco tiene pensión. Con el pago del Seguro Social de Douglas de $1,051 al mes, la pareja vive con poco más de $23,600 al año. Sus escasos ahorros se evaporaron con varios gastos de emergencia y vendieron su casa.

Su renta en Empire, Alabama, donde ahora viven, es de $540 al mes. Otros gastos regulares incluyen $200 al mes para el camión y la gasolina, $340 para las primas de la Parte B de Medicare, $200 para la electricidad, $100 para los medicamentos, $70 para el teléfono y cientos de dólares (Ross no ofreció un estimado preciso) para la comida.

“Toda esta inflación, simplemente nos está matando”, dice. A nivel nacional, se espera que el precio de los alimentos que se consumen en el hogar aumente entre un 10 y un 11 por ciento este año, según el Departamento de Agricultura de Estados Unidos.

Para reducir costos, Ross ha estado apagando el aire acondicionado durante las horas pico para las tarifas de electricidad, 1 p.m. a 7 p. m., a pesar de las temperaturas de verano que alcanzan los 90 o más. “Sudo como una bala y trato de usar la menor cantidad de ropa posible”, explica.

“Es horrible”, continúa. “Sé que no soy la única adulta mayor en esta situación, pero me duele que viví toda mi vida haciendo todo lo correcto para estar en la situación en la que estoy”.