A Vladimir Putin le está llegando su invierno en Ucrania | Opinión

Históricamente el territorio ruso ha sido una trampa para tropas invasoras que en el pasado pretendieron doblegar al país ocupado.

Desde Napoleón, cuyo principal enemigo fueron las gélidas temperaturas y no el ejército zarista, hasta Hitler, que en el verano de 1941 estaba convencido de que podía conquistar la Unión Soviética en cuestión de semanas. Las tropas nazis se vieron atrapadas en las estepas rusas y les sorprendió la preparación del Ejército Rojo para soportar el cruel invierno. En la batalla de Stalingrado los alemanes acabaron rindiéndose con bajas que llegaron a 700,000 muertes.

Pasado el tiempo, resulta irónico que Vladimir Putin se encuentre sumido en un atolladero en su avance en Ucrania, donde desde hace más de seis meses sus tropas libran una batalla que dista mucho de ser un éxito.

Cuando el gobernante ruso decidió atacar y ocupar el país vecino, lo hizo con la certeza de que en poco tiempo aplastaría al enemigo. Nada más lejos de la realidad: el presidente ucraniano Volodomir Zelenski y sus militares han desplegado una astucia estratégica con la que no contaba el ejército invasor.

A Putin le gusta evocar la época imperialista y quisiera revivir el apetito conquistador de la era comunista, pero resulta ser que ha quedado en evidencia la debilidad de un ejército anticuado que ha mandado a sus soldados a pelear sin el equipamiento adecuado. Para sorpresa de muchos, los ucranianos los han contraatacado con unas fuerzas más modernas y el impulso de defender su autonomía ha superado la desmoralización general de una soldadesca desorientada.

Tal es el pesimismo en Moscú que Putin se ha visto obligado a arrastrar a la guerra a la población civil. Su llamado a reclutar 300,000 reservistas ha causado conmoción en una población que hasta ahora prefería mirar hacia otro lado ante los desmanes de su líder.

Mientras los muertos los pusieran los soldados profesionales y el pueblo ucraniano, en las urbes rusas la indiferencia ha sido el común denominador. Pero otra cosa bien distinta es cuando las familias reciben notificaciones de que sus hombres, con edades que comprenden de los 18 a los 65 años, deben alistarse para pelear en una contienda que se ha prolongado y que no tiene visos de un triunfo asegurado.

El anuncio del gobierno ha provocado una estampida de gente huyendo por las fronteras y tomando vuelos que los libre de un reclutamiento para el que no tienen vocación alguna. El espíritu nacionalista que tanto explota Putin se ha desinflado en cuanto los jóvenes han entendido que ellos pueden ser los siguientes en regresar a sus casas en casquetes mortuorios. Claro está, de inmediato los más pudientes han movido hilos para evitar ser llamados a filas y con pericia el gobierno ha eximido a los funcionarios públicos de este obligado alistamiento. Una vez más, los que no tienen recursos y las minorías étnicas no eslavas serán la carne de cañón de un gobierno y una sociedad sin escrúpulos.

En medio del desastre de una guerra que le ha salido por la culata, Putin anuncia nuevamente la anexión de territorios en Ucrania, cuando en realidad el ejército de Zelenski ha conseguido sacar al invasor de ciudades clave como Liman, que hasta hace poco era centro logístico de los rusos y de la que han sido expulsados.

Fracaso tras fracaso, intermitentemente el Kremlin amenaza con hacer uso de armas nucleares para barrer de manera contundente en vista de que sus tácticas de guerra son lamentables. Son órdagos de un líder que no está habituado a perder y que prefiere ignorar los consejos de sus generales.

Hablando de generales, el ex director de la CIA, David Petraeus, ha llegado a barajar la hipótesis de que, en caso de que Rusia se aventurara a apretar el botón rojo, Estados Unidos y sus aliados en Europa tienen la capacidad de erradicar su ataque de un plumazo. A fin de cuentas, lo que ha quedado claro es que el ejército ruso es la sombra de lo que algún día fue y que la población civil no está por la labor de secundar las insensatas gestas de Putin.

Cuando en 1812 Napoleón se vio forzado a la retirada después de que sus sitiadas tropas tuvieron que abandonar Moscú, dijo entre la frustración y la ira: “El frío del invierno es lo único que nos ha obligado a retirarnos”. A Putin le llega su invierno en Ucrania, donde saben más qué él del valor de resistir.

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