Vivir en libertad. Llega al país la primera familia de refugiados afganos desde la caída de Kabul a manos de los talibanes

Nilofar Yaqubi junto a su marido Mohammad Yousuf Arifi y a sus hijas Yusra Setaish (6 años) y Mehersa (4 años), en el aeropuerto de Pakistán, a punto de subir al vuelo con destino a Argentina
Nilofar Yaqubi junto a su marido Mohammad Yousuf Arifi y a sus hijas Yusra Setaish (6 años) y Mehersa (4 años), en el aeropuerto de Pakistán, a punto de subir al vuelo con destino a Argentina

Faltan unas horas para subirse a ese avión y Nilofar Yaqubi, afgana, feminista, de 31 años, no puede creer que finalmente esté por ocurrir. Ella, sus hijas de seis y cuatro años y su marido, están a punto de convertirse en la primera familia de refugiados humanitarios en llegar a la Argentina después de la caída de Kabul en manos de los talibanes, en agosto de 2021. Todavía tiene frescas las imágenes de cientos de personas intentando subirse a los aviones para conseguir salir del país y después la explosión que puso fin al proceso de evacuación. Ella y su familia estaban en una de las listas de personas que tenían que salir de forma urgente del país. Pero ni siquiera llegaron al aeropuerto aquella vez cuando vieron que su chance se evaporaba. Entonces tuvieron que trasladarse a otra ciudad y empezar un peregrinaje por el país para mantenerse a salvo. De pueblo en pueblo. Ser feminista y haber trabajado en distintas organizaciones que bregan por los derechos de las mujeres, como por ejemplo a acceder salud reproductiva, a métodos anticonceptivos y maternidad segura en Afganistán, hoy para el régimen talibán la convierte en un blanco.

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“Estamos muy ansiosos y muy agradecidos a la Argentina por brindarnos la oportunidad de vivir allí y abrir un nuevo capítulo de nuestra vida”, dice Nilofar, en diálogo con LA NACION antes de subirse a ese avión que la va a llevar de Pakistán a Qatar, de allí a San Pablo y finalmente arribará a la Argentina. No fue fácil. Leopoldo Sahores, embajador argentino en Pakistán (que cubre también Afganistán ya que allí no hay una embajada porque no se reconoce al gobierno talibán), es uno de los eslabones de esa cadena que se tejió para que la mudanza fuera posible. Esta trama involucra voluntarios, ONGs, organismos internacionales y gubernamentales, entre otros. Hace poco más de un año, a Sahores lo contactó Agustina G., (pidió no ser identificada) una argentina que vive en Dubai, para contarle la historia de Nilofar y pedirle ayuda.

Cuando cayó Kabul, una amiga de Agustina, que trabaja en una ONG que estaba ayudando a familias de afganos a salir del país, disparó un mensaje en el grupo de Whatsapp. Necesitaban manos para cargar rápido los datos de las familias que habían quedado en medio del conflicto para ayudarlos a salir. Agustina se sumó y en una de sus listas estaba Nilofar. Pero el viaje no se pudo concretar, por la explosión en el aeropuerto. Entonces estas dos mujeres iniciaron un intercambio de mensajes casi diario. Nilofar pedía ayuda desesperada, temía por sus hijas y por su familia. Agustina sentía que tenía que hacer algo y no sabía qué. Por varios días, sólo era preguntarle cómo seguía todo. Cómo estaba, si había comido, si había podido dormir. Y Nilofar le insistía en que la ayudara a salir del país.

Tan hondo caló su pedido que Agustina empezó a escribir a todas las sedes de ACNUR (la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados) y a enviarles una carta con la historia de esta familia. Finalmente, una amiga de una amiga la puso en contacto con el embajador de Pakistán y empezó a aparecer una posibilidad. Así se enteró que la Argentina había anunciado, después de aquellas devastadoras imágenes, un programa para recibir refugiados afganos, pero por distintas razones nunca se concretó. Después llegó la guerra en Ucrania y el foco internacional viró hacia allí y la situación de los afganos, en algún sentido quedó en segundo plano.

“Fue ella (por Nilofar) la que no me dejó distraerme ni un minuto. Muy decidida. Insistió hasta que lo consiguió”, cuenta Agustina. Sahores se puso en campaña para impulsar los trámites diplomáticos y Nilofar consiguió las visas y los pasajes para viajar a Pakistán, donde estuvo viviendo con su familia desde agosto. Sin embargo, tampoco era seguro para ellos permanecer allí, por eso continuaron buscando un destino en otro país.

Sahores los recibió y les brindó todo el apoyo. Nilofar se entusiasmó tanto con la idea de Argentina, con la amabilidad que encontró en Agustina y en el embajador, que pensó que ese podía ser un lugar para vivir. Armó su currículum, ya que tiene un MBA y una licenciatura en recursos humanos y estaba cursando una maestría cuando estalló el conflicto. Además, varios años de experiencia laboral en organizaciones como Marie Stopes International, que en 2002 abrió la primera clínica de salud reproductiva y maternidad segura en Afganistán, entre otras. También, empezó a estudiar español por tutoriales de YouTube. Abrazándose con todas sus fuerzas a esa posibilidad.

Kabul en carne propia

El día que los talibanes tomaron Kabul, Nilofar estaba en la oficina de la ONG en la que trabajaba. En los últimos 13 años había pasado por varias organizaciones, siempre enfocada en los derechos humanos y de las mujeres. Su marido, Mohammad Yousuf Arifi estaba en su trabajo (también otra ONG), y sus hijas Yusra Setaish y Mehersa, entonces de tres y cinco años, estaban en la guardería.

“La situación en Afganistán no era buena desde enero de 2021 y en los últimos meses había empeorado y día a día las provincias fueron tomadas por los talibanes. Nunca pensamos que algún día los talibanes también tomarían Kabul”, cuenta mientras prepara la valija, unas horas antes de subir al avión. “Ese día, yo estaba en el trabajo, de repente escuchamos que los talibanes tomaron Kabul y que el presidente había huido de Afganistán. Cerraron mi oficina y todos empezó a intentar volver a su casa. Pero no se podía. Yo estaba muy preocupada porque mis hijas estaban todavía en la guardería, lejos de mi trabajo y yo estaba vestida con ropa normal, que no es la que los talibanes les exigen a las mujeres. No podía parar de llorar, porque no sabía cómo hacer para cruzar la ciudad y llegar hasta la guardería”, relata. Todas las calles estaban cortadas, la ciudad era un caos de tránsito. “Mi esposo y yo caminamos unos 45 minutos de un lado para otro, intentando pasar, para buscar a las niñas. Finalmente, lo logramos y después corrimos por las calles durante otros 45 minutos para llegar a casa. Era terrible. Todos llorábamos al mismo tiempo. La gente gritaba y corría. Mis hijas tenían mucho miedo. Hasta el día de hoy, me aterroriza recordar ese día”, cuenta.

No pudieron quedarse tampoco ahí. Sabían que corrían peligro. ¿Cómo es ser una activista feminista en Afganistán hoy? “Hoy en día ser feminista es un gran crimen en Afganistán. Si detectan algo sobre mujeres activistas, por diferentes razones, serán detenidas e incluso nadie podrá preguntar por ellas. Trabajar en ONGs en Afganistán fue un placer, durante los 20 años de gobierno de la república. Muchas ONG significaron grandes oportunidades, especialmente para las mujeres. Tuvimos respeto, libertad y autoridad mientras trabajábamos allí”, enumera.

Pero la situación había cambiado. “Cuando los talibanes buscan mujeres que hayan trabajado como defensoras de los derechos de las mujeres, preguntan a los vecinos sobre el estado de cada familia y registran la casa, incluso si encuentran algún documento relacionado con una ONG, es el fin. Por eso fue muy difícil salir en esta situación. Quedarnos exponía a nuestras familias, parientes y vecinos”, cuenta. Por eso, lo que siguió fueron meses de moverse en la clandestinidad de un pueblo a otro. Pero tampoco quería ni podía quedarse en silencio. “Como activista, que trabaje 13 años por los derechos de las mujeres, estar en casa y ver la situación de otras mujeres que ni siquiera pueden estudiar, salir, continuar trabajando, fue terrible. Es muy difícil quedarse simplemente observarlo y no poder hacer nada por tu propia vida y por la de otras mujeres, es devastador. A la vez, sentís que cada día, la vela de tu vida se consume e imaginas el futuro que le puede tocar a tus hijas en ese entorno. Es tortuoso. Aunque es difícil dejar tu país, tu familia y todos tus recuerdos de la infancia, cuando se trata de la vida, la tuya la de tus hijas, definitivamente tenes que irte”, relata.

De la decepción por haber perdido la chance de salir del país, a la fortaleza de tejer una red de contactos que la ayudaran a salir, aferrándose a ese teléfono, el de Agustina, como única alternativa.

Un año después, el panorama es otro. El embajador Sahores envía la foto de Nilofar y su familia, saludando, a punto de subir a ese avión que los convertirá en los primeros refugiados afganos después de que estallará la crisis de 2021.

Del otro lado de los océanos los espera una vida nueva. A través de una ONG, Acnur Argentina y la Organización Internacional de Migraciones (OIM) los ayudó a conseguir los pasajes y los recursos para financiar un alquiler por un año. Después, deberán abrirse camino solos. Por eso, tanto Nilofar como Mohammad, ya prepararon sus CV y esperan valerse de todo el español que están aprendiendo para conseguir un trabajo en Argentina.

Atrás quedan familia, los amigos y todo lo conocido. Por delante, una vida libre, con oportunidades. “Leí sobre Argentina en la web y sé que es un buen país para vivir, la gente es amable, hospitalaria y tienen libertad para que las mujeres tengan acceso a sus derechos. Eso es lo que queremos”, dice.