La viuda del general Chavango

El frente del establecimiento, sobre la calle del Chavango, actual avenida Las Heras.
Una postal de la Penitenciaría Nacional que se ubicaba sobre la calle de Chavango, arteria que en 1885 se convirtió en la avenida Las Heras

Soy platense de pura cepa, pero los senderos de este inagotable oficio de periodista me llevaron, entre otras cosas, a interesarme por episodios y lugares del pasado de la ciudad de Buenos Aires. Empeñado en este afán, recientemente, mientras indagaba sobre la historia de la Penitenciaría Nacional que estuvo durante décadas afincada donde actualmente se encuentra el Parque Las Heras, en el barrio de Palermo, encontré una historia pequeña pero, como no se dijo nunca antes, digna de ser contada.

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Se trata de una anécdota sobre el origen del nombre de Las Heras, avenida que, hasta 1885, se llamó calle de Chavango, y sobre la cual se emplazaba la mencionada penitenciaría. A diferencia de la elegante arteria actual que circula por Recoleta y Palermo, aquella calle era un camino desigual y barroso, atestado de pozos y charcos, que recorría la zona de la creciente metrópoli que en aquel entonces era un arrabal de la periferia porteña, un andurrial que apenas comenzaba a urbanizarse.

Pues bien, en 1885, el intendente Torcuato de Alvear, el primero en ostentar ese título municipal desde que Buenos Aires se convirtió en Capital Federal un lustro antes, fue quien determinó, a través de una ordenanza, que la calle de Chavango pasara a llamarse Las Heras.

Entonces no había demasiada información sobre el origen de la denominación de Chavango. Se creía que se debía a algún antiguo poblador de la zona. Aunque otros sugerían que así se llamaba a las crías de alpacas, llamas y guanacos que, créase o no, se habían traído desde el norte a principios del siglo XIX para que poblaran las quintas de la zona.

Por ello fue grande la sorpresa del intendente Alvear cuando, a poco de haber rebautizado esa calle, recibió una airada carta de indignación que firmaban nada menos que la viuda y los hijos del general Chavango. Los familiares del militar expresaban su descontento por la deshonra que había recibido la memoria de ese valiente oficial que había servido en las luchas por la libertad de la patria.

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La misiva con las quejas traía consigo, como prueba de la trayectoria de Chavango, documentos y fojas de servicio del militar, que dejaron consternado al intendente. Temeroso de haber metido la pata con un prohombre ejemplar de la nación, Alvear le exigió a su gente que buscara datos de aquel general y sus hazañas. Ellos revolvieron archivos, bibliotecas, registros del ejército y consultaron historiadores de fuste, pero nada aparecía.

Cuando Don Torcuato de Alvear estaba ya poseído por la desesperación de haber sido injusto con un héroe y, además, de exponerse como un improvisado a la vista de los porteños, llegó la inesperada verdad: el General Chavango no existía. Ni su viuda, ni sus hijos, ni su ejemplar foja de servicios.

Todo había sido una broma que el abogado y asesor municipal Lucio Vicente López le había jugado al intendente. Para ello, López -escritor, periodista, nieto del creador de la letra del Himno Nacional, Vicente López y Planes- se había tomado el tiempo para inventar la carta de la viuda y los hijos y para fraguar meticulosamente el historial de servicios de ese inexistente militar del ejército argentino de apellido Chavango.

El registro de este exquisito engaño fue rescatado por el historiador Ricardo de Lafuente Machain en su libro El barrio de la Recoleta, edición de 1967. Según este autor, el descubrimiento del timo fue motivo de risa para Torcuato de Alvear, que respiró aliviado por no verse ya perseguido por la sombra de aquel implacable general que resultó ser un prócer de mentira.

Hoy, cuando alguna circunstancia me lleva a caminar por las veredas de Las Heras, me gusta imaginar que debajo del pavimento palpita el barro de la calle de Chavango. Entonces recuerdo la anécdota del general, sonrío y me dan un poco de ganas de que su existencia hubiera sido verdadera. Nunca está de más sumarle un héroe a nuestra historia.