Sin visitas ni alcohol y en casa antes de las nueve: la vida de las inquilinas solteras en la India

Nayla Khwaja, que se enfrentó a un toque de queda en uno de sus departamentos de alquiler, en Nueva Delhi, 15 de enero de 2023. (Saumya Khandelwal/The New York Times).
Nayla Khwaja, que se enfrentó a un toque de queda en uno de sus departamentos de alquiler, en Nueva Delhi, 15 de enero de 2023. (Saumya Khandelwal/The New York Times).

BENGALURU, India — Cuando Ruchita Chandrashekar decidió mudarse a Bengaluru por un nuevo trabajo, pensó que tenía el plan perfecto para evitar los problemas que conlleva la búsqueda de vivienda como mujer soltera en la India. Encontraría un departamento con una amiga casada, cuyo marido trabajaba en París, y dirían que eran hermanas.

Ambas eran profesionistas, treintañeras, con un presupuesto considerable. Por desgracia, seguían siendo mujeres sin ataduras con hombres.

Los agentes les preguntaban si podían prometer que nunca traerían hombres a su vivienda. No beber nunca, no tener nunca una habitación propia en realidad. Varios lugares que pensaban haber asegurado, al final fueron entregados a familias.

“A veces es una vida agradable”, comentó Chandrashekar durante un almuerzo ligero en Bengaluru, también conocida como Bangalore, donde trabaja en desarrollo organizativo para una empresa tecnológica. “Pero luego te encuentras con todas estas estructuras, como tus caseros”.

“Siempre hay que luchar por algo”, añadió.

A medida que retrasan el matrimonio o lo rechazan para vivir por su cuenta, las trabajadoras solteras como Chandrashekar abogan por una mayor libertad frente a las normas conservadoras de la India. Aunque representan una pequeña parte de la población total del país, se cuentan por decenas de millones y su búsqueda de vivienda, a menudo exasperante, es un barómetro de las promesas de modernización y rápido crecimiento económico del país.

Desde hace años, las mujeres indias se han lanzado a la educación superior, y las cifras del gobierno de 2020 muestran que ahora se matriculan en mayor proporción que los hombres. Sin embargo, la India sigue siendo una de las economías más masculinizadas del mundo.

Ruchita Chandrashekar en el departamento que encontró tras una difícil búsqueda, en Bengaluru, India, el 13 de enero de 2023. (Saumya Khandelwal/The New York Times).
Ruchita Chandrashekar en el departamento que encontró tras una difícil búsqueda, en Bengaluru, India, el 13 de enero de 2023. (Saumya Khandelwal/The New York Times).

Poco menos del veinte por ciento de las mujeres indias tienen un trabajo remunerado, frente al 62 por ciento de las mujeres en China y el 55 por ciento en Estados Unidos, según cifras del Banco Mundial. Muchas mujeres trabajan en empleos informales en una economía que no ha logrado producir suficiente trabajo formal para una población creciente de 1400 millones de personas. La tasa de desempleo supera el ocho por ciento, según datos publicados este mes. Sin embargo, si las mujeres estuvieran representadas en la fuerza laboral formal en el mismo porcentaje que los hombres, ocupando algunos puestos de trabajo y creando otros, la economía india podría crecer un 60 por ciento adicional de aquí a 2025, según algunas estimaciones.

Teniendo esto en cuenta, el primer ministro Narendra Modi pidió en agosto a los ministros de trabajo estatales que aportaran ideas para aprovechar el potencial económico de las mujeres. Un buen punto de partida, dicen muchos, sería la serie de obstáculos que existen para la vida de las mujeres fuera de la oficina o la fábrica.

Las mujeres trabajadoras que viven de manera independiente en las ciudades de la India —ya sean solteras, divorciadas, viudas o separadas de sus parejas— se enfrentan a interminables sermones de extraños. Pagan más por una oferta de vivienda más reducida. Preocupadas por la violencia sexual, amigas se monitorean por teléfono hasta llegar a su destino.

Y a pesar de eso, soportan a hombres que se exhiben en las paradas de autobús o a caseros que, si no las rechazan, les imponen toques de queda y luego entran a sus viviendas alquiladas sin avisar.

“No hay falta ni escasez de aspiraciones en las mujeres, pero aun así, nuestros grilletes sociales y culturales son tan fuertes que coartan su libertad”, afirmó Mala Bhandari, fundadora del Grupo de Investigación y Acción Social y de Desarrollo, que estudia las cuestiones de género e imparte formación a empresas.

Hace poco que las mujeres se incorporaron en gran número a la actividad empresarial. La liberalización económica iniciada en 1991 hizo que aumentara el número de universitarias y las estimuló a estudiar fuera de casa.

Muchas empezaron en albergues para “huéspedes de pago”, de un solo sexo, vagamente vinculados a las universidades: viviendas privadas o públicas con habitaciones y comida compartidas proporcionadas por adultos que son considerados padres secundarios.

En 2012, la violación en grupo y asesinato de Jyoti Singh, estudiante de Fisioterapia de 23 años en Delhi, dio lugar a nuevas leyes y programas de protección de la mujer. En 2021, el último año del que se disponen datos, la India registró 31.677 casos de violación, frente a los 24.923 de 2012, una tasa per cápita inferior a la de algunos países, aunque las agresiones sexuales no suelen denunciarse, lo que complica las comparaciones.

En entrevistas con más de una decena de trabajadoras solteras de Delhi, Bengaluru y Bombay, la seguridad es la principal preocupación a la hora de elegir trabajo y vivienda. Ellas hacían todo lo posible por reducir la distancia entre el hogar y el trabajo. Y todas compartieron sus tormentos: recibir una nalgada de un hombre que pasa en moto; huir de un taxista borracho; escapar de hombres que aúllan para llamar la atención.

En la India, la edad promedio para que una mujer se case ronda los 21 años. Las profesionistas solteras de 23 a 53 años dicen sentirse más vulnerables porque los hombres las consideran sexualmente disponibles, por no decir inmorales.

“Creen que las mujeres deben vivir de una determinada manera”, afirmó Nayla Khwaja, de 28 años, que trabaja en el sector de la comunicación en Delhi. “Y si alguien hace algo distinto, entonces es algo en lo que hay que fijarse”.

Entre quienes alquilan viviendas a mujeres, las rentas más altas, la vigilancia y el paternalismo suelen ser la norma urbana. Aunque asciendan en el trabajo, muchas mujeres acaban de nuevo en albergues de pago, con toques de queda a las 9:00 o 9:30 p. m. y prohibiciones de beber, fumar y de huéspedes masculinos. La religión, la orientación sexual o la casta de la inquilina pueden limitar aún más las opciones.

Khwaja, musulmana, recordó una noche en la que salió tarde a grabar un evento y el hostal donde vivía en Delhi no la dejó volver a entrar.

“Eran solo las 10:30”, explicó.

Después de que Susmita Kandadai, de 27 años, pagó un departamento en Pune, ciudad situada al suroeste de Bombay, los abogados del propietario le enviaron un largo acuerdo en el que se le exigía que nunca permitiera visitas, ni siquiera de familiares, y que estuviera siempre en casa a las nueve de la noche.

Se negó y fue a la cocina del casero —que vivía en el piso de abajo— donde recibió un sermón de su mujer sobre su elección de ropa y los valores que le faltaban. Huyó días más tarde, después de que el casero la tomó del brazo durante otra arenga.

“Me asusté mucho”, aseguró. “Me mudé enseguida de allí y dormí en el sofá de una amiga”.

© 2023 The New York Times Company