Villas Otoch, el barrio más peligroso de Cancún que los vecinos intentan pacificar

Las áreas verdes son mínimas en esta colonia.
Las áreas verdes son mínimas en esta colonia.

El pasado 19 de septiembre la escuela primaria Sentimientos de la Nación, ubicada en Villas Otoch Paraíso, en la periferia de Cancún, Quintana Roo, se sumó por primera vez al Simulacro Nacional, solo que nadie salió corriendo de los salones. La indicación aquí fue tirarse al suelo lo más rápido posible. En cuanto sonó la alarma algunos se arrojaron pecho tierra y otros se hicieron bolita; se taparon los oídos o se cubrieron la cabeza con sus manos. Aquí, los niños no se preparan para temblores sino para balaceras, cada vez más frecuentes en esta zona, la más peligrosa y violenta de toda la península de Yucatán.

El trueno de las armas ha perturbado las clases tres veces en lo que va de 2023. Y un año antes, una mañana de abril, los estudiantes tuvieron que rodear el cuerpo atravesado con plomo que yacía justo frente a la entrada, cuenta María Dolores Márquez, la directora del plantel.

¿Cómo se llegó hasta este punto?, ¿Cómo en sólo 16 años que lleva de vida esta colonia la violencia se ha desbordado como en ninguna otra parte del sureste de México?

Villas Otoch Paraíso como proyecto de vivienda arrancó en 2007. Fue atractivo en su momento por ser un fraccionamiento de interés social. Los obreros de la construcción y el turismo por fin encontraron una casa medianamente accesible para sus posibilidades económicas, aunque eso significara residir en los confines de la ciudad.

—Al inicio el barrio era muy tranquilo— recuerda Gilberth Mejía, de 26 años.

A Gil le apodan “El Diablo”, un expandillero ahora convertido en agente cultural. Es fundador de Haciendo Barrio, una organización que realiza batallas de rap; que capta niños y jóvenes interesados en “tirar rimas” como método para evitar que sean recluidos por el crimen organizado. A Villas Otoch llegó en 2010, cuando tenía 13 años. Desde entonces se involucró con las pandillas de la colonia. Por esos años el mayor peligro eran ellos: jóvenes en las esquinas tomando cerveza y peleando a puño limpio a la mínima provocación. Pero a partir de 2017 todo cambió.

Gil mostrando las “placas” (señales) con las que se identificaban los miembros de su pandilla. Crédito: Ricardo Hernández.
Gil mostrando las “placas” (señales) con las que se identificaban los miembros de su pandilla. Crédito: Ricardo Hernández.

Ese año, de acuerdo con información del Centro Regional de Fusión e Inteligencia del Sureste (Cerfise), el órgano de inteligencia que la Secretaría de la Defensa Nacional tiene en la región, las disputas entre los cárteles de Jalisco Nueva Generación, el de Sinaloa, Golfo, Rojos y Zetas Vieja Escuela se agudizaron por hacerse del dominio del narcomenudeo, la extorsión, la trata, el trasiego de drogas y el tráfico de migrantes en Quintana Roo. Esa pugna incluía a los locales, el cártel de los Pelones y los Bonfiles.

Así fue como en Villas Otoch los Pelones fueron de a poco sometidos por los cárteles el CJNG y Sinaloa, los cuales aún mantienen una guerra cruenta en Villas Otoch reflejada en constantes ejecuciones y desapariciones forzadas, según una fuente de realiza trabajos de inteligencia para la Secretaría Seguridad Ciudadana. Entre tanto, las pandillas fueron pulverizadas. Sus integrantes tomaron dos caminos distintos: o dejaron las calles o se involucraron como halcones, sicarios y narcomenudistas. Gil se encuentra entre los primeros, sus compañeros “Fifty” y “Hammer” optaron por la segunda vía. Ambos fueron asesinados en 2018.

Desde entonces la situación no ha dejado de empeorar.

Violencia desbordada

La explicación del por qué proliferó la violencia aquí es multifactorial, coinciden los consultados para este reportaje: hacinamiento, altos índices de migración, falta de arraigo, crimen organizado, infancias en abandono, trabajos precarios y con jornadas extenuantes en la industria del turismo y la construcción, desigualdad, pobreza, marginación…

Para Eduardo Galaviz, del Observatorio Quintana Roo, una asociación dedicada a la gobernanza, se puede explicar como consecuencia de un proyecto inmobiliario y urbano que estaba destinado desde el inicio al hacinamiento, sin que ninguna autoridad interviniera para detenerlo. Villas Otoch fue diseñado para contar con 17 mil viviendas, a construirse por etapas. Hasta hoy van 14 mil viviendas habitadas por casi 40 mil personas. Eso es algo así como meter a toda la población de Bacalar o la de Puerto Morelos en un fraccionamiento de miniviviendas.

Las áreas verdes son mínimas en esta colonia.
Las áreas verdes son mínimas en esta colonia. Crédito: Juan Pablo Ampudia.

La casa de Wilma Coronado, por ejemplo, es de 35 metros cuadrados; la conforman dos espacios: una diminuta habitación y un área común para el resto de usos domésticos. Aquí, dice en entrevista, nunca celebran los cumpleaños ni tienen invitados.

—No podemos hacer un convivio familiar o algo así porque no caben los invitados. No caben. Tengo un esposo, una niña y un adolescente. A veces salimos a la sala a dormir para darles algo de privacidad. Eso es algo muy estresante. Un adolescente, ya ve que a esa edad siempre están inquietos, ¿qué hace si está encerrado entre cuatro paredes?— dice Wilma.

El responsable del proyecto es CADU Inmobiliaria. Se compone de 100 conjuntos de casas dúplex, todas exactamente iguales, organizadas en forma de herradura, cuyo centro se usa como estacionamiento y en donde se colocan contenedores, eternamente vomitados de basura.

Los conjuntos están conectados por pasillos, que son los puntos más problemáticos. Villas Otoch, según registros de la Secretaría de Seguridad Ciudadana de Quintana Roo, es una de las colonias con más narcotienditas de la entidad. Y la gran mayoría se encuentran en los pasillos. También son los sitios donde se instalan casas de seguridad o puntos de operación de células criminales. Entrar a estos implica un riesgo de cuando menos asalto y cuando más de una desaparición o asesinato.

Además, por cada pasillo hay 64 casas, con familias de entre dos y seis integrantes. Son tantas personas, tan delgadas las paredes, tan estrechos los espacios que todo se escucha, aún más porque las ventanas permanecen abiertas, esperando que corra poquita brisa que espabile del calor caribeño; porque aquí –un sitio altamente marginado, como lo considera el Consejo Nacional de Poblaciónno se gana lo suficiente como para contar con aire acondicionado.

Las viviendas están organizadas en forma de herradura, cuyo centro se usa como estacionamiento y en donde se colocan contenedores, eternamente vomitados de basura.
Las viviendas están organizadas en forma de herradura, cuyo centro se usa como estacionamiento y en donde se colocan contenedores, eternamente vomitados de basura. Crédito: Juan Pablo Ampudia.

Algunas cifras ayudan a dimensionar la situación: de 2021 a la fecha se han realizado desde Villas Otoch 4,213 llamadas de auxilio al 911. Del total, 1,498 llamadas fueron por violencia familiar y de pareja, 299 por personas agresivas, 178 por ruido excesivo y 45 por riña.

—A veces están discutiendo a lado y todo se escucha, los gritos, los golpes, todo— dice Wilma, que no hay día, que no piense en mudarse, pero su situación económica no se lo permite.

Los fines de semana, que son los días de descanso para los hombres, son los peores momentos, prosigue esta vecina, pues la música rebota por todos lados, corre el alcohol y las drogas e, invariablemente, se tornan violentos en las madrugadas.

Ernesto Quiroz, psicoterapeuta cognitivo conductual, con décadas de experiencia en la sanidad pública en Cancún, explica que estas son estrategias de evitación.

“Las personas, para poder paliar el dolor emocional, las preocupaciones, el estrés cotidiano de la vida, consumen sustancias”, dice Quiroz.

Para estos hombres, trabajadores de la hotelera o de la construcción, que gastan cuatro horas diarias en transporte público, que trabajan más de 10 horas bajo el sol, que reciben menos de 12 mil pesos de salario –único ingreso familiar, pues las mujeres se quedan a cargo de la crianza y los cuidados, sin posibilidades de independencia financiera ni empoderamiento económico–, las fiestas en los pasillos y el consumo de sustancias son las pocas herramientas que tienen para paliar su corrompida situación psicoemocional, enfatiza Luis Cabrera, que como parte del área de salud mental del DIF Cancún, ha atendido varios casos de Villas Otoch.

“Los adultos y jóvenes hombres nos ha costado mucho trabajo que acepten atención psicológica. Sólo en los casos muy graves, cuando ya están muy mal, acuden con nosotros, ya sea por cuenta propia o porque los trae su mamá, como si fueran niños chiquitos. La mayoría de los que atendemos tienen ansiedad, depresión o presentan conductas violentas. Y hay algunos con ideaciones suicidas”, dice Cabrera.

Villas Otoch suma al menos cinco suicidios desde 2021, todos de hombres, de acuerdo con información de Seguridad Pública. Esto quiere decir que uno de cada 10 suicidios de Cancún ocurren en esta colonia, según datos de la Secretaría de Salud de Quintana Roo.

Soledad

Aún estando entre un mar de gente, apunta Ernesto Quiroz, las personas de Villas Otoch se perciben en una soledad subjetiva. Esto, dice, se explica por los altos índices de migración, la falta de arraigo e identidad común y también por las consecuencias de la violencia.

De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), el 58% de los residentes de Cancún nació en otra entidad. La gran mayoría migra por motivos laborales. Llegan a la ciudad desde Yucatán, Veracruz, Campeche, Chiapas o Tabasco, principalmente. Muchos vienen sin familia, sin amigos. Les resulta complicado formar nuevas redes de apoyo en tanto que a Villas Otoch los adultos llegan solo para dormir, sin mucho tiempo para convivir. “La casa, en realidad, es un lugar para ir a dormir. Sí. Y los hijos se quedan solos. Entonces, todos esos factores asociados sí generan desesperanza. No conocen a sus vecinos, no tienen con quien hablar, con quien convivir”, dice Quiroz.

A decir de Dení Álvarez Icaza, psiquiatra en la Procuraduría de Atención a Víctimas de Delitos (Províctima), la violencia colectiva que se padece ahí provoca lo que denomina “pérdida del lugar”, es decir, hay una ruptura en la confianza de las normas, las redes sociales y en las estructuras de la sociedad, que se supone tendrían que facilitar las acciones colaborativas entre ciudadanos e instituciones. Los posibles impactos en la salud mental, añade, son conductas, trastornos o patologías como la hipervigilancia, un estado de desconfianza permanente, ansiedad y aislamiento.

Una soledad ansiosa e inmovilizante.

Reclutamiento

En Villas Otoch hay dos tipos de niños y adolescentes: los que se quedan encerrados bajo llave hasta que llegan sus padres o madres o los que andan fuera todo el día. Deambulan en las calles, porque, pese a los miles de infancias que habitan aquí, solo se cuenta con un pequeño espacio público que se usa como parque.

En la primaria Sentimientos de la Nación, donde se hizo el simulacro de balacera, esto se percibe claramente, afirma la directora de esta escuela, cuya matrícula es de 520, de los que 200 niños y niñas provienen de otros estados.

—No te imaginas la cantidad de padres de otros estados que llegan a diario a preguntar si hay cupo para inscribir a sus hijos. Llegan en verano o invierno, a la temporada alta (de turismo) y se van. Son niños que están unos meses y se van— dice María Dolores. —Recuerdo bien un niño el curso pasado, que la madre era camarista hasta el final de la zona hotelera (de Cancún). Hacía dos horas de ida y dos de regreso. Cuando le daba tiempo, traía en la mañana al niño, le dejaba unas monedas para que se comprara comida. Pero casi siempre el niño venía solo y se iba solo. Andaba todo el día en la calle, por su cuenta, hasta las 10, 11 o 12 de la noche que llegaba su mamá.

El peligro de esto, explica la fuente que hace trabajo de inteligencia para la SSC, es que en Villas Otoch Paraíso hay mucho reclutamiento forzado de niños, para emplearlos como halcones, narcomenudistas y hasta sicarios.

“El cubanito” es el apodo de un joven y novato narcomenudista que anda en bicicleta y empistolado. Apunta y amenaza a todo aquel que le estorbe en su paseo por las calles del barrio. Le debe obediencia a un líder criminal local.

El mes pasado, un preadolescente obligado a trabajar para una organización criminal robó la droga que cargaba otro joven de un cártel contrario. Decidió compartir el botín con sus amigos. Mientras todos fumaban marihuana en una esquina llegaron, con armas en mano, los enemigos, quienes ofrecieron dos opciones: o entregaban al chico o se atenían a las consecuencias. Lo entregaron. Fue tableado (un método de tortura común en Cancún, consistente en golpes con tablas u otros objetos) y luego ejecutado.

Por aquellos mismos días de septiembre el cuerpo desmembrado de un niño apareció sobre la acera. Este 8 de octubre ejecutaron a otro menor de edad que también era obligado a trabajar para un cártel.

Antes, a finales de 2022 se reportó que un grupo de jóvenes, de entre 15 y 17 años, se dedicaban a extorsionar a sus vecinos por dejarlos salir de sus casas: personas que nacieron en Villas Otoch, fruto de ese proyecto urbano fallido y la desatención de las autoridades.

No se registra hasta ahora ningún trabajo especial de las autoridades para evitar el reclutamiento forzado de menores.

‘Ver la muerte es como ver cualquier cosa’

Probablemente, en el último lustro, la mayoría en Villas Otoch Paraíso haya visto a la muerte pasar, porque les arrebataron a un hijo, a un esposo, a un amigo, al vecino. Don Rubén, que vive aquí desde hace 13 años, hace cuentas rápidas y saca 30 muertos a su redonda, entre sus vecinos más próximos.

Don Rubén ha participado en campañas electorales, reuniendo gente para mítines, convenciéndolos de votar por algún candidato, pero ahora dedica su tiempo a mejorar los espacios públicos de Villas.
Don Rubén ha participado en campañas electorales, reuniendo gente para mítines, convenciéndolos de votar por algún candidato, pero ahora dedica su tiempo a mejorar los espacios públicos de Villas. Crédito: Ricardo Hernández

—Aquí han habido como unos 30 muertos —dice Rubén Dorantes con un dejo jarocho que aún no se le quita. —Aquí en la esquina mataron a uno, hace poco, hace poco, ahí, ahí luego ¡pra’! ¡pra’!, se lo tronaron. Acá, acá en el pasillo mataron dos. A un chavo de 19 años que vive ahí en la esquina también lo mataron aquí. Sí ha habido muchos muertos.

Don Rubén, de 61 años, es de Veracruz. Llegó hace casi 20 años a Cancún. Es herrero y trabajó la mayor parte del tiempo en hoteles, tanto en construcción como en mantenimiento. Hace 13 años usó su crédito de vivienda y compró la casa que ahora ocupa en Villas Otoch, desde donde ha visto tantas veces la muerte.

—Pues mira, nada más échale, allá en este pasillo fueron tres y en ese otro tres. Son seis nada más ahí, ahí namás en esos dos—dice sobre seis hombres que presuntamente operaban dos narcotienditas y que fueron ejecutados hace pocos años. —Y el marino que mataron en la esquina.

—¿Un marino?

—Sí, era de la Marina, ahí lo acuchillaron. Llegó a su casa y su esposa estaba tomando con tres cabrones marihuanos. Él todavía alcanzó a matar uno y a otro lo dejó herido. Sí, sí, o sea, que se armó la bronca allá adentro y ahí ¡pas!, se lo echaron. Así que ahí no más son siete. Ocho con el que mató el marino. Ahí en la esquina mataron a otro que se llamaba Pedro. Por equivocación. Ese señor ni se dedicaba a nada de eso, era una persona de trabajo, su familia. Y el único vicio que tenía él era el fútbol. Fue mi amigo.

Don Rubén prosigue el listado con otro chavo de 19 años que, según dice le contó la propia madre, se involucró con el crimen organizado y lo mataron. La familia regresó a su natal Tabasco, con las cenizas en una cajita. Luego menciona a otras tres personas a quienes les robaron y los mataron en dos momentos diferentes, uno de ellos un policía que estaba en su día de descanso y que no sobrevivió a la herida con arma blanca de los asaltantes. A los 13 asesinatos hace una pausa:

—Mira, llegó un momento que ver la muerte aquí es como ver cualquier cosa. A esta señora de aquí, que le mataron a su marido, a la semana tenían un pachangón ahí, tomando y drogándose y todo, como que ya están acostumbrados a ese tipo de vida.

Duelo y esperanza

Villas Otoch, la colonia más densamente poblada de la región, es un lugar lleno de dolientes, de personas que están en duelo por un pariente o un conocido asesinado, que no reciben atención psicoemocional profesional, institucionalizada; que no tienen acceso a la justicia ni a la reparación del daño.

Es el caso de Martha Gaytán, madre de Diego Felipe Valentín Gaytán, un adolescente de 15 años, atleta y boxeador de competencia, quien el 10 de octubre de 2019 murió por una bala perdida, a unos pocos metros de su casa, en Villas Otoch. Diego iba caminando con su novia cuando escuchó una balacera. Su reacción, cuenta la madre, fue proteger a su cita. La abrazó con fuerza. Y él fue quien recibió el impacto fulminante en la espalda.

Era un gran deportista. Desde los 7 años entrenaba box ahí en el (deportivo Toro) Valenzuela.

Durante la denuncia Martha fue revictimizada por personal de la Fiscalía General del Estado. Eso y el temor a que los victimarios pudieran regresar para hacerle daño a ella, una madre soltera, la hizo renunciar a su búsqueda de justicia.

—Me dio miedo, los de la Fiscalía me dijeron que mejor ahí la dejara y pues ya no hice nada.

Tampoco le ofrecieron su derecho a recibir atención psicológica y médica, en calidad de víctima.

La Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas de Quintana Roo (Ceaveqroo) reporta cuatro casos de homicidio de Villas Otoch, sin embargo, hay decenas de víctimas indirectas de este delito que no reciben atención psicológica o médica ni tienen acceso a una reparación del daño. Por violencia familiar el organismo reporta 20 casos, muy lejos de los 263 que se denunciaron desde la colonia al número de emergencia 911 durante los primeros tres trimestres del año.

—Me hundí, me deprimí. No dejaba de llorar —comparte Martha en entrevista concedida en su casa un día después del cuarto aniversario luctuoso, deteniendo los guantes azules con los que noqueó Diego en la última pelea que lució.

La única salvación, cuenta, fue su vecina Elizabeth Morales, que la consoló, que le arrebató el dolor que la consumía con cuidados y atenciones. En mayo de 2023 Elizabeth la animó a limpiar un área verde frente a su casa donde Martha vendía los fines de semana ropa usada para conseguir algo de dinero.

Martha Gaytán (a la derecha) se siente menos sola cuando pasa el tiempo con sus vecinas. Crédito: Ricardo Hernández
Martha Gaytán (a la derecha) se siente menos sola cuando pasa el tiempo con sus vecinas. Crédito: Ricardo Hernández

Para entonces Martha ya formaba parte de una iniciativa que busca la pacificación de Villas Otoch. Esa actividad de limpieza formaba parte de una estrategia de una organización que trabaja en conjunto con Seguridad Pública municipal y que ha pedido mantenerse en el anonimato por cuestiones de cuidado de su integridad.

Esta organización recibió financiamiento de OXXO para que hiciera un diagnóstico sobre la inseguridad en Villas Otoch y para que trazara una estrategia para combatirla, en coordinación con el Ayuntamiento de Cancún. El modelo es extremadamente simple y consiste, explica la encargada del proyecto, en limpiar las poquísimas áreas verdes o espacios públicos donde se congregan las infancias y sus madres. Eso, como detonador de cambios más profundos.

—A las canchas que están frente a unas escuelas fue el primer espacio al que llegamos. Llegamos con elementos de la policía preventiva. Y unos 20 hombres, que eran parte del crimen organizado, salieron, se sentaron enfrente y se nos quedaron mirando todo el tiempo, amenazantes. Ese día se acercó una niña y nos empezó a contarles que dejaron de salir a jugar porque en la esquina de la canchita de fútbol mataron a un chavo ante sus ojos.

Esa fue la señal que esperaban. Decidieron comenzar ahí. No fue fácil. Tardaron siete meses en ganarse la confianza de una ciudadanía temerosa. Acudieron con regularidad para invitar a los vecinos a la limpieza del lugar hasta que por fin aceptaron. Una vez limpio siguieron luminarias, un mural y después ampliaron el trabajo a los pasillos que conducen a una escuela primaria y secundaria y que ahora son seguros. La noche del pasado 28 de septiembre había más de 20 niños jugando, acompañados de sus madres, aún vigilantes, pero con más confianza.

Desde mayo pasado Elizabeth Morales ha participado en las jornadas de limpieza y pintas de murales para mejorar la imagen urbana de Villas. Crédito: Ricardo Hernández.
Desde mayo pasado Elizabeth Morales ha participado en las jornadas de limpieza y pintas de murales para mejorar la imagen urbana de Villas. Crédito: Ricardo Hernández

La estrategia tiene varias capas, ahonda la fuente. Una es la obvia, mejorar la imagen urbana para aumentar la percepción de seguridad y replicarlo en otros sitios. Durante el proceso se identifica a ciudadanos participativos, que se comprometen a acudir a cada jornada de limpieza, que convencen a sus vecinos de hacerlo y que manifiestan deseos de quererse involucrar aún más; de saber cómo denunciar si ven un delito, por ejemplo. Se empieza a crear una red vecinal, una red de apoyo que los sacude del inconformismo y la desesperanza, y que contagia ánimos de cambio. Al retomar la confianza en las instituciones, a la autoridad le ha facilitado ahora llevar diversos servicios, de Salud, psicológicos, de Registro Civil, entre otros.

—Así hemos podido sacarle actas de nacimiento a niños que no tenían, llevar al DIF con diferentes servicios, llevar actividades con Seguridad Pública para atención a víctimas y sobre todo, que la policía atienda los llamados de emergencia, con vigilancia de nosotros —dice la fuente.

El segundo espacio intervenido es el Parque Maderas, dónde poco tiempo antes, en abril de 2022, habían matado a otro joven de 17 años, Alan Enrique Montes Piña. Ahora, en este sitio, se organizan partidos de fútbol y la gente puede sentarse en las bancas a tomar el fresco. El tercer lugar intervenido es el que Martha y Elizabeth limpian cada fin de semana y que se había usado, cuando era más bien terreno baldío, para abandonar cuerpos de personas asesinadas.

En los tres espacios ha participado tanto Don Rubén –a quien le llegó la noticia por redes sociales y de inmediato se quiso involucrar– como Gil, el expandillero apodado “El Diablo”. A finales del pasado septiembre Gil fue con otros miembros de “Haciendo Barrio” para levantar basura y cascajo. Este lugar, dice, podría ser un buen sitio para organizar batallas de rap que despierte interés en los jóvenes de alrededor y así evitar su reclutamiento forzado.

A esta área ahora la llaman Parque T’uubul K’iin, que se traduce como “atardecer”. Así también se llama el grupo de WhatsApp de más de 100 vecinos que usan para coordinar las jornadas de limpieza, que ha servido también para que se conozcan entre ellos, al grado que en septiembre se organizaron para festejar en colectivo el Día del Grito.

—Es la primera vez que ocurre eso— dice Elizabeth Morales.

Es la primera vez que no se encierran en sus diminutas casas por miedo a la inseguridad y festejan en el estacionamiento, al aire libre.

—Lo más rico fue el mole que hice —asegura Elizabeth.

El mole era el platillo favorito de Diego, el hijo boxeador de Martha.

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