Video: “Me levantaron el vestido y me bajaron los calzones”

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Los hechos. Pasadas las 2 de la tarde en las calles del barrio de la Condesa en la Ciudad de México, Andrea Noel, periodista de Vice News, fue agredida sexualmente por un sujeto que en cuestión de segundos sube su falda y baja sus pantaletas para después salir huyendo. Todo a plena luz del día. El 8 de marzo de 2016. Cuando se conmemora el Día Internacional de la Mujer.

Aquí el video:

Ahora que ha visto la grabación y satisfecho su morbo (porque estamos seguros que de no ser por el título de este texto muchos no habrían llegado aquí e incluso estas alturas aún no alcanzan a dimensionar lo deplorable del asunto) vamos con el siguiente capítulo de esta historia que aunque parezca difícil de creer, resultó aún más aterradora.

Si el mundo entero ahora conoce este video que está dando la vuelta sin parar en las redes sociales es porque la víctima decidió no quedarse de brazos cruzados ante la ocurrencia e instinto de un barbaján, por lo que se propuso documentar el hecho y conseguir una evidencia con el objetivo de, primero denunciar y segundo, pedir justicia.

Así, en Twitter Andrea Noel sintetizó la bajeza sufrida y posteriormente publicó los videos provenientes de cámaras de seguridad de hoteles de la zona que ella misma se encargó de conseguir, pues según comenta, aunque la Ciudad de México está llena de ojos cibernéticos, no son fáciles de conseguir.

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Fue en ese momento cuando ella y todos nos percatamos con indignación que el origen de todo está en la médula de nuestra idiosincrasia, en la de muchos mexicanos (y mexicanas, por insólito que sea) que pueden justificar y/o aplaudir un hecho tan lamentable.

Porque eso fue lo que sucedió tras su denuncia: una lluvia de insultos, ironías y hasta amenazas por parte de cobardes amparados en el anonimato de un nickname y un avatar, que le criticaron desde el tamaño de su vestimenta hasta su ‘osadía’ de obtener las imágenes de su ataque, porque algo raro ha de haber en querer justicia cuando al fin y al cabo ‘no le pasó nada’. Así empiezan pensando unos y vomitándolo después en 140 caracteres.

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Para más absurdo, todo sucedió el Día Internacional de la Mujer, como para recordarnos que sí eso pasa todos los días en cualquier parte del planeta, por qué un día de 365 iban a dejarlas en paz.

Con cada agresión y las consecuentes justificaciones que terminan culpando a la niña/chica/mujer en cuestión con el consabido ‘tú te lo buscaste’, parece que nunca podremos entender que no es cuestión de género, sino de respeto hacia el otro hasta en el más mínimo rincón y situación.

Andrea Noel llevaba un vestido corto y ese parece ser el parámetro para marcar un atenuante, para que ella ‘provocara’ y ‘mereciera’ que alguien violara su espacio, su cuerpo y su seguridad de caminar a la hora y en el lugar que se le dé la gana. ¿De qué tamaño es la medida? ¿Un vestido arriba del tobillo amerita un comentario soez? ¿Una falda que vislumbre las rodillas es el punto de arranque para un tocamiento? ¿Una minifalda es sugerencia para una violación?

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Porque eso es lo que no vemos ni queremos entender como sociedad: que la forma de vestir de cualquiera jamás es ni será una invitación a la agresión. Andrea podría haber ido solo en ropa interior por la calle o incluso desnuda y ni siquiera eso da una razón para que alguien se acerque.

Muchos (hombres y mujeres) en estos mismos foros insisten bajo su magnificencia moral que si una mujer quiere que se le respete debe empezar por vestirse de forma “decente”, sin darse cuenta que la decencia viene del comportamiento y respeto que se tiene hacia el de enfrente, no en el atuendo.

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Justo por estos días surgen comentarios que al querer verse progresistas terminan siendo machistas cuando cuestionan que existan zonas reservadas para mujeres en el transporte público, por poner un ejemplo, como una falta de ‘equidad’ hacia los hombres que no las tienen. No se dan cuenta que es por casos como el ocurrido en la Ciudad de México que nos muestran una vez más que para desgracia de todos como sociedad no somos iguales, pues tomamos como invitación/provocación cualquier indicio que nos resulte conveniente. Aquí dicen que fue el vestido, pero también puede ser una mirada, un roce accidental o hasta la presunta detección de feromonas.

Somos cazadores y ellas presas. Pero no nos digan cavernícolas porque entonces las catalogamos de ‘feminazis’. Y en este rubro hay hombres y mujeres. Nos pasamos la vida entera quejándonos de no tener gobiernos, instituciones, instalaciones de primer mundo cuando no somos capaces de estar a la altura de nuestras propias exigencias. Nos sentimos en la cúspide de la civilización a la hora de ver lo que no tenemos pero somos ciudadanos de quinta cuando nos toca poner de nuestra parte.

Y eso no es excluyente de México. Lo vimos hace apenas unos días en Sudamérica con el asesinato de dos jóvenes argentinas en Ecuador cuyo único pecado fue viajar solas y quedarse en un lugar con dos tipos. La historia se cuenta sola (bajo nuestra estúpida tendencia de culpar a la víctima si es una mujer): qué tenían que hacer ahí, cómo se les ocurrió hacer eso, de no haberse negado a tener sexo quizás ahorita estarían vivas.

Solemos decir que nadie experimenta en cabeza ajena o más en lugar común, que ninguno de los que atacan vilmente a Andrea Noel diría lo mismo si se trata de su madre, su hija o su hermana. Ese es el punto. No podemos esperar a que a cada uno/una le pase algo similar o de forma cercana para hacer conciencia sobre un hecho que está mal desde cualquier ángulo. Así como no podemos (ni necesitamos) esperar a que nos maten a todos para condenar un asesinato, así debe ser con cualquier tipo de acoso y agresión sexual. Ninguna de las dos cosas es normal, aunque haya quien así quiera verlo.

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