Viaje a las islas en el único ‘Mar de los Siete Colores’

Cada una de las islas del Caribe, esa cuna de lo real-maravilloso, está marcada desde el siglo XV por la confluencia de una geografía asombrosa con extraordinarios personajes de todas las razas y continentes. En sus tierras y océanos se fraguaron utopías, tanto como innumerables disputas fronterizas y revoluciones que definieron la historia de América.

Pero hay un archipiélago de apenas 52.5 k.m. cuadrados que, siendo uno de los territorios más tardíos en ser ocupados, está particularmente marcado por lo prodigioso. Lo rodea el “Mar de los Siete Colores” y su “riqueza y belleza exótica natural” se considera tan única en el Caribe que la UNESCO lo designó “Reserva Biósfera Sea Flower”.

La barrera coralina que circunda el Mar de los Siete Colores, de 255 Kms2, es la tercera más grande del planeta.
La barrera coralina que circunda el Mar de los Siete Colores, de 255 Kms2, es la tercera más grande del planeta.

La barrera coralina que lo circunda, de 255 Kms2 es la tercera más grande del planeta. Se trata del Archipiélago colombiano de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, un conjunto de islas de historia alucinante. Su población raizal -conformada por el legado étnico y de saberes de indígenas misquitos; africanos de Camerún, Nigeria y Ghana; mercaderes holandeses; colonos, piratas o corsarios y capitanes ingleses o franceses; y pobladores españoles- vive, junto con los descendientes de inmigrantes del continente o del antiguo imperio otomano, en una bellísima “Área Protegida de Uso Múltiple masivo”, MAP. Este hábitat que alberga más de 2,300 especies marinas, incluyendo 197 en peligro de extinción, requiere visitantes dispuestos al cuidado del “paisaje cultural marítimo” del archipiélago pues la cultura de los habitantes es parte integral de la misma biósfera.

Santa Catalina es de origen volcánico y posee fértiles montañas y recónditas playas.
Santa Catalina es de origen volcánico y posee fértiles montañas y recónditas playas.

Situado a más de cien leguas de las costas centroamericanas ofrece un paisaje marino único. San Andrés, cuya silueta evoca a un hipocampo, es un atolón de origen coralino que emergió de las profundidades marinas y su suelo permite el hallazgo de fósiles.

La variedad de corales y los cambios de profundidad en un área tan reducida como es Santa Catalina, produce aguas de intenso color esmeralda.
La variedad de corales y los cambios de profundidad en un área tan reducida como es Santa Catalina, produce aguas de intenso color esmeralda.

Providencia y Santa Catalina son de origen volcánico y poseen fértiles montañas y recónditas playas. Esa combinación peculiar entre la extensión de pastizales y algas, la variedad de corales y los cambios de profundidad en un área tan reducida produce aguas de intenso color esmeralda, casi de un translucido aguamarina, azul profundo, y un sinfín de tonalidades tan asombrosas que compensan las ocho horas del vuelo que toma llegar desde Miami a San Andrés.

San Andrés, cuya silueta evoca a un hipocampo, es un atolón de origen coralino.
San Andrés, cuya silueta evoca a un hipocampo, es un atolón de origen coralino.

Aunque esta isla que visitaban los misquitos, fue avistada y nombrada en 1510 por el español Diego de Nicuesa y aparece en una carta de navegación anónima de 1527, la primera colonización fue hecha con el barco hermano del Mainflower, el Seaflower, por puritanos ingleses que se asentaron allí un siglo después soñando inicialmente una sociedad igualitaria agricultora.

Otra vista de Johnny Cay.
Otra vista de Johnny Cay.

En 1629 fundaron New Westminster en La Vieja Providencia y poco después crearon enclaves y fortines en Santa Catalina, donde se realizan hoy excavaciones arqueológicas. Bajo el influjo de los ingleses jamaiquinos la venta de esclavos africanos y la piratería contra los barcos españoles se convirtieron luego en la principal fuente de ingresos. El corsario Henry Morgan ocupó el archipiélago durante casi dos décadas, hasta 1689, y desde allí planeó el asalto a Portobello, hoy Colón, Panamá, y robó un tesoro que al parecer sigue enterrado en las islas. En Santa Catalina el mar talló en las rocas su cabeza gigante. Las sagas y luchas por este enclave en el Caribe -incluyendo las ocupaciones francesas, las reconquistas españolas, la reclamación de Estados Unidos por los cayos Roncador y Quitasueño, hoy de Colombia, y los litigios con la Nicaragua de Ortega, ya cerrados- son apasionantes, pero nada se compara a las inmersiones en el Mar de los Siete Colores.

Cayo Cangrejo, Providencia.
Cayo Cangrejo, Providencia.

Para iniciar el recorrido nos albergamos en Casa Harb, un hotel boutique que fue el hogar de descendientes de libaneses que llegaron a San Andrés en 1958, cinco años después de que el gobierno colombiano lo convirtiera en un puerto libre. Su estructura está hecha con mármol rosa traído de la India, y desde la piscina al aire libre se observa a un tiempo el mar prodigioso y la decoración interior con artesanías adquiridas en viajes por lugares que abarcan de China a Filipinas, reflejando la propia conversión de la isla en un destino internacional. El viaje a los pequeños cayos como Rocky Cay y Johnny Cay cumple las fantasías de las playas de blanquísimas arenas rodeadas de rutilantes colores; pero es en el corredor marino entre Rose Cay y Hayne’s Cay, donde se encuentra el acuario natural de San Andrés. Sumergirse en sus aguas pandas permite la experiencia de nadar rodeados de peces en un mundo acuático caleidoscópico.

Puente flotante en El Acuario, San Andrés.
Puente flotante en El Acuario, San Andrés.

Instituciones como Coralina luchan por el balance entre el crecimiento poblacional, la afluencia turística y la conservación. Arne Britton, su director, destaca que en el archipiélago ya no se permite la pesca de tiburones y que es hoy la segunda área con mayor porcentaje de conservación de esta especie. Pero este es apenas uno de sus encomiables logros: Bahía Hooker, un lugar que en los años 90 era escenario de un desastre ecológico causado por la planta eléctrica, es hoy una reserva natural que junto con el parque Old Point permite navegar en kayac y avistar más de un centenar de especies diferentes en un bosque de manglares.

Johnny Cay con sus playas de blanquísimas arenas.
Johnny Cay con sus playas de blanquísimas arenas.

En Providencia, a donde se llega en menos de 20 minutos en una pequeña avioneta, la oferta hotelera es menor que en San Andrés. Elegimos la zona de mayor acceso a Internet: Sweet Water Bay, y el hotel El Pirata Morgan, fundado por un raizal, Ricardo Huffington, y su esposa continental, Aurora, que fueron muchos años profesores escolares. Sus hijos manejan hoy los recomendables servicios de renta de carros todo terreno, así como los recorridos en lancha por zonas como el Parque Nacional Natural Old Providence McBean Lagoon.

Playa de Manzanillo, Providencia.
Playa de Manzanillo, Providencia.

Con 995 hectáreas, 905 de las cuales son marinas, tiene un arrecife coralino protegido, una zona de manglar, la propia laguna de McBean y los cayos de los Tres Hermanos, donde pueden verse aves marinas, y cayo Cangrejo. Subir en este último al punto más alto es un recorrido de apenas diez minutos a pie que permite avistar la extensión incomparable del Mar de los Siete Colores.

Para los amantes del buceo -un deporte en el cual “no cuentan la edad ni el peso”, como explicaban un grupo de argentinos mayores de 70 años, alojado en este hotel, el archipiélago es paradisíaco: si en San Andrés el Blue Wall te lleva a un acantilado lleno de esponjas, en Providencia la inmersión en la Espiral o en Santa Catalina Slope permite sumergirse en un universo acuático formado por pilares de coral donde abunda el pez arrecifal más grande del Caribe, conocido por los isleños como rockfish, además de una variedad de ecosistemas marinos.

Vista del mar desde Cayo Cangrejo.
Vista del mar desde Cayo Cangrejo.

La guía de Felipe Cabezas, pionero isleño es inapreciable. Hay que asistir a las carreras de caballos en la playa de Suroeste; nadar en las extensas arenas de Manzanillo Bay; ver el “catboat”, un velero único para las regatas, y oír la historia de los navegantes isleños que que llevaron barcos hasta la desembocadura del Amazonas y escuchar las historias de la araña Anancy. Por algo dicen que, tras avistar y sumergirse en el mar incomparable del arrecife, el alma de muchos visitantes se queda, enclavada para siempre, en sus dominios.