Venden dulces en el metro de Nueva York. La ciudad no los detiene

La imagen de niños que venden dulces en el metro se ha vuelto frecuente mientras las familias migrantes intentan subsistir en la ciudad de Nueva York. (Andres Kudacki/The New York Times)
La imagen de niños que venden dulces en el metro se ha vuelto frecuente mientras las familias migrantes intentan subsistir en la ciudad de Nueva York. (Andres Kudacki/The New York Times)

Que los menores trabajen en el sistema de transporte en horario escolar infringe varias leyes y normas. Pero una serie de entidades públicas afirmaron que no les corresponde detener esta práctica.

Hace poco, en un andén del metro del Bronx, en Nueva York, una niña con un abrigo acolchado pasó junto a los pasajeros con una caja de M&M’s, Kit Kats y chicles Trident colgada del hombro. Parecía tener 7 u 8 años.

Un pasajero la grabó en un video publicado en X, reclamando: “Sin padre, sin padre, ¿dónde está el padre?”, mientras la niña pasaba delante de él.

De todas las manifestaciones de miseria humana que la crisis migratoria de hace dos años ha traído a la ciudad de Nueva York, pocas perturban más la conciencia que la imagen de niños que ofrecen caramelos a la venta en el metro, a veces en horario escolar, a veces acompañados de sus padres, a veces no.

En los vagones y en las redes sociales, los neoyorquinos han preguntado: ¿Esto no es trabajo infantil? ¿Es ilegal? ¿No debería alguien hacer algo para ayudar a estos niños?

Los niños de entre 6 y 17 años deben ir a la escuela. Los menores de 14 años no están autorizados para realizar la mayoría de los trabajos. No se puede vender mercancía en el sistema de transporte público sin un permiso.

(Andrés Kudacki/The New York Times)
(Andrés Kudacki/The New York Times)

Pero ¿a quién le corresponde hacer algo? En consultas recientes a siete organismos municipales y estatales, el consenso fue “no es mi responsabilidad”.

Más de 180.000 inmigrantes han sido procesados por las entidades de la ciudad de Nueva York en los dos últimos años, y unos 65.000 se alojan en albergues para personas sin hogar. Muchos de los recién llegados están desesperados por encontrar formas de sobrevivir en una ciudad cara, pero no pueden trabajar legalmente. La venta de alimentos es una de sus principales fuentes de ingresos.

Recientemente, una joven de 16 años que se encontraba vendiendo dulces en un tren de la línea 1 de Manhattan que iba hacia el sur a las 10:45 a. m. de un día laborable, dijo que estaba allí “porque tengo que ayudar a mis padres”. Se negó a dar su nombre.

El Departamento de Educación tiene “profesores de asistencia” que trabajan para asegurarse de que las familias envíen a sus hijos a la escuela, pero estos no salen a inspeccionar. “Creo que te remitiré al Departamento de Policía de Nueva York por este asunto”, respondió por escrito una portavoz.

El Departamento de Policía declaró que el año pasado expidió más de 1100 órdenes de comparecencia por “venta ilegal y solicitud mendicidad” ilegales en el metro. Pero el departamento declinó decir si los oficiales tienen instrucciones de hacer algo si ven a niños en edad escolar vendiendo caramelos en el horario de clases.

El Departamento de Trabajo del estado dijo que era “difícil determinar” si la práctica de los niños que venden dulces en el metro estaría infringiendo la legislación de trabajo, pues esta generalmente “regula las relaciones laborales (es decir, entre empleadores y empleados)”.

La Administración de Servicios para la Infancia, la entidad de bienestar infantil de la ciudad, dijo que cualquiera que vea a un niño en una situación que parezca insegura puede llamar por teléfono a la línea directa estatal contra el maltrato infantil.

Pero la Oficina Estatal de Servicios a la Infancia y la Familia, que maneja la línea telefónica directa, dijo que un niño que vende mercancías o mendiga no se consideraría en situación de maltrato o negligencia a menos que hubiera una preocupación específica sobre un posible daño, como “niños que venden dulces en una zona peligrosa”. (Aunque la delincuencia ha disminuido en el metro en los últimos años, el miércoles el gobernador desplegó a la Guardia Nacional y a la Policía Estatal en las estaciones de metro para disipar la persistente preocupación por la seguridad).

Pero hay obstáculos logísticos para abordar el problema. Mientras alguien llama a la línea directa estatal y se evalúa el informe y se transmite a la Administración de Servicios para la Infancia, el menor vendedor de golosinas ya podría haberse trasladado a otro lugar. La policía puede responder más rápidamente, pero normalmente se le envía solo en caso de emergencia.

La Autoridad Metropolitana de Transportes (MTA por su sigla en inglés), que gestiona el metro, mencionó su norma contra la actividad comercial no autorizada, que conlleva una multa de 50 dólares, y remitió las averiguaciones posteriores a la policía y al ayuntamiento de la ciudad.

La mayoría de los vendedores de dulces proceden de Ecuador, dicen los defensores de los emigrantes, y las fotos de niños que ofrecen caramelos en Nueva York han suscitado preocupación allá. Cuando el alcalde Eric Adams visitó Ecuador en octubre, en una gira relámpago por Latinoamérica para disuadir a los inmigrantes de venir a Nueva York, una periodista local se enfrentó a él en una rueda de prensa.

“¿Qué va a pasar con nuestros niños ecuatorianos, a los que hemos visto vendiendo caramelos en Times Square, en el metro?”, reclamó la reportera.

El alcalde respondió indirectamente. “He visto a niños vendiendo caramelos en las calles de todos mis países”, dijo, y añadió: “En Nueva York, no permitimos que nuestros niños estén en entornos peligrosos”.

Las personas migrantes no se atreven a hablar de su trabajo ni de dónde compran los dulces. El año pasado, la revista New York Magazine informó que algunos lo obtienen de mayoristas o tiendas de descuento.

Mónica Sibri, inmigrante ecuatoriana que defiende a sus pares en Nueva York, enumeró una serie de razones que, según ella, le habían dado los recién llegados sobre por qué llevaban a sus hijos consigo a vender en los trenes.

Algunos, dijo, suponen erróneamente que sus niños pueden faltar un semestre a la escuela y ponerse al día fácilmente. Otros se enfrentan a retrasos para matricular a sus hijos debido al papeleo y a los registros de vacunación. Hay quienes, dijo, vendían golosinas con sus pequeños en Ecuador y hacen lo mismo aquí como medida temporal.

“Las familias no están diciendo que no quieren enviar a sus hijos a la escuela”, dijo Sibri. “Lo que dicen es que no han resuelto el papeleo que necesitan para poder hacerlo, además, algunas de ellas no confían en el sistema”.

Esta primavera, Sibri y otros defensores están celebrando sesiones de orientación para niños inmigrantes y sus familias que se han convertido en vendedores de dulces, con el fin de proporcionarles recursos para que puedan seguir una educación y “vivir con dignidad”.

A las 2:25 p. m. del viernes, en el andén con dirección al norte de los trenes A/B/C/D Columbus Circle, en Manhattan, una mujer con una niña pequeña y un niño más pequeño vendían Snickers y gomitas de frutas Welch’s.

Kristina Voronaia, una camarera de 32 años de Kazajistán, estaba sentada en un banco cerca a ellos mientras los miraba. “Sería mejor que estuvieran en la escuela”, dijo.

La niña se alejó sola sola en busca de clientes. Josefina Vázquez, de 50 años, auxiliar de salud a domicilio, preguntó dónde estaba su madre. Cerca, dijo la niña.

“Pero está mal”, dijo Vázquez, “la ponen a trabajar”.

La pequeña vendedora de golosinas dijo que tenía 9 años. No estaba en la escuela, contó en español, porque no había ido a vacunarse.

Más adelante del andén, la niña se acercó, suplicante, a Sandra Acosta. Esta le compró una bolsa de M&M’s. “Debería estar en la escuela”, dijo Acosta, de 55 años, que también es auxiliar sanitaria a domicilio. Le parecía peligroso: “Hay muchos locos en la calle”.

Acosta pensó un poco más y dijo que sentía compasión por la madre del niño. “Quizá ella no tiene con quién dejarlos cuidando”, dijo. “Hay que mirar la balanza de lado y lado”.

Liset Cruz y Annie Correal colaboraron con reportería.

Liset Cruz y Annie Correal colaboraron con reportería.

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