Con ‘Vampire’, Olivia Rodrigo aprende a dejar su marca, como Taylor Swift

Olivia Rodrigo en la gala benéfica del Costume Institute del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, el 2 de mayo de 2022. (Nina Westervelt/The New York Times)
Olivia Rodrigo en la gala benéfica del Costume Institute del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, el 2 de mayo de 2022. (Nina Westervelt/The New York Times)

En “Drivers License”, uno de los grandes sencillos de la década de 2020, un ex trató a Olivia Rodrigo como tonta, pero la canción —palpitante, árida, desamparada— sigue centrada en su patetismo. Puede que la hayan abandonado, pero la persona que hizo el daño sigue siendo objeto, si no exactamente de afecto, sí de obsesión: “Todavía oigo tu voz en el tráfico/ Nos reímos/ Por encima de todo el ruido”. Al final de la canción, nadie la acompaña, y está solitaria.

Esa era la Rodrigo de hace dos años y medio, cuando se estaba reintroduciendo en el mundo como una humana tras pasar un tiempo como una actriz autómata de Disney. La Rodrigo que aparece en “Vampire”, el primer sencillo de su segundo álbum, de próxima aparición, ya ha vivido algunas cosas. Su dulzura cuajó.

“Vampire” es nerviosa y ansiosa, un estudio tripartito sobre la rebeldía que comienza con una balada de piano al estilo de Elton John, como “Drivers License”, un amago de cabeza en dirección a la ingenuidad.

Pero Rodrigo ahora tiene más experiencia, o al menos sabe más: el rápido estrellato la ha apuntalado y enclaustrado a la vez. “Te quería de verdad”, canta, inexpresiva, y luego casi carcajea en la siguiente frase: “Tienes que reírte de la estupidez”. La canción continúa en esta línea, con una bulliciosa parte central a ritmo acelerado y una conclusión alborotada y teatral. Su tema —la decepción romántica, que te dejen a tu suerte— es el mismo, pero ahora lo que está en juego es mucho más importante.

“Solía pensar que era lista, pero me hiciste parecer tan ingenua”, canta. Es el tipo de consciencia interna-externa que solo puede surgir de ser objeto y sujeto a la vez: lo bastante poderoso como para ser el autor de tu propia historia, lo bastante vulnerable como para caer presa de las artimañas de otra persona.

Es, en resumen, el “Dear John” de Rodrigo.

Taylor Swift se presenta durante un concierto con entradas agotadas en el Verizon Center de Washington, el 1.° de junio de 2010. (Doug Mills/The New York Times)
Taylor Swift se presenta durante un concierto con entradas agotadas en el Verizon Center de Washington, el 1.° de junio de 2010. (Doug Mills/The New York Times)

Más de una década después de su lanzamiento, “Dear John” sigue siendo una de las canciones más poderosas del catálogo de Taylor Swift, y también una de las más idiosincrásicas. La canción, que supuestamente trata de un triste noviazgo con John Mayer, está producida al estilo de Mayer y aderezada con abundantes guitarras de blues.

Desde el punto de vista lírico, no solo es astuta, sino despiadada. Swift empieza con un encogimiento de hombros similar —“Bueno, quizá la culpa sea mía/ Y de mi ciego optimismo”— y luego desmonta a su enemigo de manera quirúrgica y salvaje: “Eres un experto en lamentar las cosas y en mantener límites poco claros/ Nunca te impresionó que aprobara tus exámenes”.

“Dear John” apareció en “Speak Now”, el tercer álbum de Swift, publicado cuando tenía 20 años. No fue un sencillo, pero fue una de las dos canciones del álbum —la otra era “Mean”, sobre un feroz crítico de su arte— en las que Swift empezó a enfrentarse creativa y públicamente a la versión pública de sí misma. Sus composiciones musicales anteriores parecían atractivamente aisladas, casi provocativamente íntimas desde el punto de vista emocional. Pero “Dear John” anunció a Swift como una intérprete y compositora más atrevida y arriesgada, que no temía utilizar el estrellato como tinta y que comprendía que la celebridad conocida por la mayoría de la gente le proporcionaba tanto material como su vida interior.

Rodrigo ahora tiene 20 años, y “Guts”, que saldrá en septiembre, será su segundo álbum. Y aunque “Driver’s License” y las repercusiones que generó se convirtieron en carne de tabloide, la narrativa pública no estaba codificada en la propia canción.

“Vampire” cambia esa situación. Ahora el objetivo de Rodrigo es alguien que intenta ser glamuroso, o quizá el glamur en sí mismo: “Mírate, chico genial, lo tienes todo/ Veo las fiestas y los diamantes a veces cuando cierro los ojos/ Seis meses de tortura que vendiste como un paraíso prohibido”.

Rodrigo descubre que la relación en sí misma también es una transacción. “La manera en que me vendiste por partes/ Mientras me hincabas el diente”, aúlla, antes de ungir a su ex con el apelativo más frío imaginable, cuando le dice “fame fucker” a quien dedica la canción. Ese insulto suele empezar por la palabra “star” y no “fame”, pero Rodrigo sabe que la condición de la fama es mucho más tóxica que cualquier persona, y que alguien que la ansía quizá no esté interesado en absoluto en la condición de persona.

En “Driver’s Licence”, Rodrigo seguía viendo a la otra mujer como una enemiga o una fuente de tensión, pero ahora, en “Vampire”, entiende cuáles son realmente las líneas de lealtad, marcando una emergente veta feminista. Aquí, se siente identificada con las otras parejas de su ex y se reprocha por haber pensado que ella era la excepción: “Todas las chicas con las que hablé me dijeron que eras una muy mala noticia/ Las llamaste locas, Dios, odio la manera en que yo también las llamé locas”.

Hay un eco aquí de la comprensión de Swift en “Dear John” de que ella también es más allegada de las otras mujeres agraviadas que de su ex: “Añadirás mi nombre a tu larga lista de traidoras que no entienden/ Y miro atrás lamentando cómo ignoré cuando dijeron/ ‘Corre de ahí tan rápido como puedas’”.

Después de pasar de largo durante la mayor parte de su carrera, Swift acaba de empezar a revisitar este momento: el mes pasado, tocó “Dear John” en directo por primera vez en más de once años, en una de las paradas en Minneapolis de su gira Eras Tour. Esto quizá se debe a que esta semana se publica la regrabación de “Speak Now”, que forma parte de su proyecto de recuperación de sus primeros álbumes.

Pero también aprovechó el momento para reflexionar sobre su madurez e instar a sus admiradores devotos y a veces feroces a no vivir en el pasado ni obsesionarse con él.

“Tengo 33 años. No me importa nada de lo que me pasó cuando tenía 19 años, excepto las canciones que escribí y los recuerdos que creamos juntos”, comentó desde el escenario. “Así que lo que intento decirles es que no voy a sacar este disco para que sientan la necesidad de defenderme en internet de alguien de quien creen que pude haber escrito una canción hace 14.000 millones de años”.

Cuando Swift empezó a denunciar su propia fama en “Dear John”, tuvo el efecto secundario de activar falanges de aficionados que también fueron a la guerra en su nombre. Pero a lo largo de la última década ocurrió algo interesante: la batalla pasó a ser más de ellos que de ella. Se aferran a sus errores con la fuerza de un pitbull, asegurándose, en cierto modo, de que Swift no pueda madurar del todo.

Así que, si “Dear John” es una guía creativa para “Vampire”, esta nota de advertencia ofrece una sugerencia de lo que podría salir de ella: una llamada a las armas, un endurecimiento de tu caparazón exterior, una conflagración que arde mucho después de que enciendas el cerillo y te marches.

c.2023 The New York Times Company