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La lección del movimiento antivacunas contra la viruela del siglo XIX

El médico y científico inglés, pionero en la creación de la vacuna contra la viruela, Edward Jenner, refutando a los antivacuna. Wikimedia/Wellcome Collection
El médico y científico inglés, pionero en la creación de la vacuna contra la viruela, Edward Jenner, refutando a los antivacuna. Wikimedia/Wellcome Collection

Steven King, Professor of Economic and Social History, Nottingham Trent University

Hay esperanza de que a finales del año esté lista una vacuna contra el coronavirus. Pero para que esa vacuna pueda erradicar la COVID-19 es necesario que una masa crítica de personas se vacune. Si la protección que ofrece una vacuna contra la COVID-19 disminuye rápidamente, como parece ocurrir con los anticuerpos adquiridos de manera natural, para mantener la inmunidad habrá que recurrir a múltiples vacunas. Y si las personas no se las ponen, la masa crítica disminuirá rápidamente.

¿Cómo garantizarán los políticos esa masa crítica y la revacunación? Muchos, entre ellos el primer ministro del Reino Unido, Boris Johnson, quien considera “tontos” a los que se oponen a la vacunación, creen que la vacuna es una cuestión de deber. Hay una razón lógica pues sabemos que muchas personas han muerto y otros han sufrido cuadros graves por la COVID-19, así como una razón moral: proteger a los otros, además de a ti mismo.

Sin embargo, existe un innegable sentimiento antivacuna que aboga por el derecho de los ciudadanos a no actuar. Una encuesta realizada recientemente a 2 000 personas en todo el Reino Unido encontró que el 14 % se negaría a vacunarse.

El derecho de los ciudadanos a no actuar significa que la vacunación obligatoria no ha sido y no será excluida. La historia de otros programas de vacunación, sobre todo la primera campaña de alcance nacional contra la viruela, demuestra cuán difícil es lograr un equilibrio entre los derechos y los deberes.

Un acto de desaparición

La invención de la vacunación en el siglo XIX generó un nuevo imperativo nacional en el Reino Unido para combatir la viruela endémica. Quienes contraían la viruela tenían un mayor riesgo de morir que quienes enferman hoy de COVID-19. Los sobrevivientes lograban la inmunidad, pero a menudo a costa de cicatrices físicas y problemas de salud a largo plazo.

La vacunación y la consecuente eliminación de la viruela se daban por descontado. Sin embargo, los brotes locales y regionales persistieron durante todo el siglo XIX.

Los gobiernos de este período asumieron, algunas veces incorrectamente, que las clases medias se darían cuenta del valor de la vacunación. Los pobres y los marginales eran diferentes, de manera que a ellos les aplicarían una campaña de vacunación masiva obligatoria.

El resultado fue una atmósfera explosiva. Los rumores de muertes después de la vacunación y del acoso a los pobres como animales generaron una reacción popular sostenida, y algunos incluso se organizaron bajo el paraguas de la Liga Nacional contra la Vacunación.

Un ataque a la vacuna contra la viruela y la advocación del Royal College of Physicians, en 1812. Wikimedia/Wellcome Collection
Un ataque a la vacuna contra la viruela y la advocación del Royal College of Physicians, en 1812. Wikimedia/Wellcome Collection

Sin embargo, incluso después de imponer la vacunación como medida obligatoria en 1853, la gente común y corriente evitó vacunarse recurriendo a diferentes estrategias, algunas conscientes y otras fruto del azar. Algunas personas simplemente desaparecieron de los registros o no se presentaron cuando las llamaron. Este problema era más común entre quienes vivían en hogares abarrotados y los inmigrantes, precisamente los grupos más vulnerables a la enfermedad.

Los datos de los censos suelen subestimar la población nacional. En el conteo insuficiente de 1800 se perdió alrededor del 10 % de los habitantes de algunas comunidades. Se piensa que en el censo de 2011 se perdió alrededor del 6,1 % de la población. Alcanzar la masa crítica de vacunación es particularmente complicado cuando no se conoce el tamaño real de la masa y las personas más vulnerables son las menos detectables.

Los pobres también “obstruyeron” el sistema de vacunación. En algunos casos acordaron participar, pero luego no acudieron, un problema común en los sistemas obligatorios en los que no se aplica una sanción final. En otras ocasiones, como ocurrió en Keighley en 1882, la gente saboteó la campaña enviando correos anónimos cargados de odio con los que intentaban interrumpir el trabajo de los vacunadores locales.

La lucha por los derechos

Otra técnica útil para evitar la vacunación consistió en aprovechar las tensiones locales. Los “disturbios de la viruela” para luchar contra los atroces intentos de obligación fueron frecuentes y sostenidos.

Esos disturbios, algunas veces organizados por agitadores locales y otras impulsados por la muerte de niños después de vacunarse, podían ser pequeños y localizados o sostenidos y extendidos a toda la comunidad. Los disturbios en Ipswich, Henley, Leicester y Newcastle fueron considerables.

Tampoco debemos olvidar que quienes se oponían a la vacunación difundieron rumores y caricaturizaron las vacunas y los vacunadores, lo que socavó la credibilidad del sistema en el imaginario popular. Una caricatura de la década de 1880, por ejemplo, presentaba a niños indefensos empujados dentro de la boca de una vaca enferma, mientras que, en el otro extremo, un médico representado como el demonio recogía con una pala los niños muertos que excretaba el animal y los lanzaba en un carro con destino a las fosas comunes.

En julio de 2020, han acusado a algunas figuras públicas por usar Twitter para generar ese mismo efecto con la vacuna contra la COVID-19.

Los niños son el alimento de una vaca enferma, que representa la vacunación. Wikimedia/Wellcome Collection
Los niños son el alimento de una vaca enferma, que representa la vacunación. Wikimedia/Wellcome Collection

Aunque los políticos usaron la ley para forzar la vacunación, la ley también se volvió en su contra. Los tribunales ignoraron las sanciones contra los padres por no vacunar a los niños, introducidas en 1853 y reforzadas en 1867. La vacunación infantil obligatoria fue eliminada en 1898 y se introdujo la libertad de rechazo.

La oposición de larga data a la vacunación por parte de algunos científicos, así como de la gente común, cristalizó en 1885 con una gran manifestación en Leicester, que irónicamente se ha convertido en un foco reciente de confinamiento local en el Reino Unido. Tanto esa como otras protestas más pequeñas que se desarrollaron en todo el país obligaron al gobierno a introducir una Comisión Real que evaluara el tema de la obligación. El veredicto finalmente le dio la razón a los derechos del individuo.

No es difícil imaginar ese mismo caso de derechos humanos en pleno 2021: un tribunal debe decidir entre el deber legal y colectivo de los ciudadanos de vacunarse contra la COVID-19 y el derecho individual a elegir.

Nuestras élites políticas y sanitarias creen que las personas aceptarán la responsabilidad moral: “vacunarse”. Sin embargo, no se ha pensado mucho en el funcionamiento de un programa de vacunación masiva.Este artículo fue publicado en inglés originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos."

Veremos que se repiten algunas de las lecciones de los esquemas de vacunación del siglo XX, con campañas de información públicas y elementos de coerción a través de programas de vacunación en escuelas y residencias. Sin embargo, la falta de credibilidad dada a los “tontos” antivacunas y la resistencia que puede generar un programa de vacunación es un eco que llega del siglo XIX.

Este artículo fue publicado en inglés originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos."