Víctor Manuel Villagra, a 42 años del dolor: de hincha fanático de Boca a salvar la vida de milagro en la guerra de Malvinas
25 de enero de 1982. Víctor Manuel Villagra envuelve su cuerpo en una bandera azul y oro y recibe al plantel de Boca en el hall central del aeropuerto internacional de Ezeiza. Con Diego Maradona a la cabeza, el equipo de Vladislao Cap regresa de una maratónica gira por Asia que servirá de preparación para el inicio del Campeonato Nacional. Villagra está a punto de cumplir 19 años, cursa la carrera de Analista en Sistemas en la Universidad del Salvador y el 1º de febrero se incorporará al servicio militar obligatorio en el Centro de Instrucción y Formación para el Infante de Marina (CIFIM) en el Parque Pereira Iraola, para luego hacer la colimba en la base naval Baterías, en Puerto Belgrano, donde formará parte de la Compañía Policía Militar del Batallón de Infantería Comando. Entre una cosa y la otra, calcula pasar unos 16 meses alejado de Buenos Aires, “demasiado para un hincha de Boca”. En medio de la marea de periodistas, el Mono (apodo que recibió en 1981, tras colgarse de un tirante para trepar desde la tribuna de socios Norte a la bandeja media de Casa Amarilla) encuentra la manera de fotografiarse con sus ídolos: Roberto Mouzo, Hugo Perotti -campeones del Metropolitano 1981-, Mario Zanabria y Ricardo Gareca, el goleador de Boca en el Nacional de ese año. Buscará llegar al 10, aunque solo conseguirá retratarlo a la distancia.
2 de abril de 1982. Por orden de la Junta Militar comandada por Leopoldo Fortunato Galtieri, tropas argentinas desembarcan en las Islas Malvinas con el fin de recuperar la soberanía que en 1833 había sido arrebatada por las fuerzas armadas de Gran Bretaña. Pocos días después, la primera ministra de Reino Unido, Margaret Thatcher, envía una dotación de militares ingleses con la misión de repeler la “invasión” argentina y defender el territorio “británico”. El conflicto es inevitable. Víctor Villagra, de Caballito, 19 años, hincha fanático de Boca y estudiante de Analista de Sistemas, es uno de los 23.428 soldados nacionales que participan de la guerra del Atlántico Sur. En su caso, desde la primera línea de batalla. El viernes 16 de abril parte en vuelo militar desde la aeroestación civil Comandante Espora de Bahía Blanca y, tras pasar la noche en el Batallón de Infantería Nº 5 de Río Grande, Tierra del Fuego, el sábado 17 por la mañana ocupará posición en la Península de Camber, frente a Puerto Argentino, en el centro-este de la isla Soledad. Allí combatirá durante 58 días. Pasará frío, hambre, miedo. Se encomendará a Dios y rezará por Boca, su familia y sus compañeros. El 13 de junio por la noche, Víctor quedará atrapado en la línea de fuego durante una operación anfibia con marines británicos. Una ráfaga de disparos con ametralladoras de 12,7 mm pasará muy cerca de su oreja derecha. Villagra resulta ileso de milagro. “Gracias, muchachos”, pensará el Mono, aferrado a las fotos con los jugadores de Boca, que lo acompañan durante la guerra.
Faltan horas para el 2 de abril de 2024. A sus 61 años, Víctor Manuel Villagra recibe a LA NACION en la planta baja de la Bombonera. Detrás de él, un mural de Malvinas mantiene vivo el recuerdo de los héroes. Viste pantalón camuflado; zapatillas de lonas blancas, medias infantiles con dibujos del personaje Tweety; remera gris y chaleco negro con inscripciones de las islas. Bajo el brazo derecho, la emblemática musculosa de Flamengo de Brasil que lo hizo conocido entre los hinchas, una bandera de los veteranos de guerra de Boca y, dentro de un sobre de plástico, el tesoro más preciado: las fotos con los jugadores. “El Diego, Roberto, el Mono (Perotti), Marito y el Tigre Gareca combatieron conmigo en Malvinas”, asegura Villagra, autor del libro “Camber: misión cumplida, solo replegado, nunca rendido”, editado en 2020, y socio honorario de Boca Juniors desde el 3 de abril de 2022. Su vida, dirá, “cambió para bien” tras su paso por las islas.
“En ese tiempo era muy difícil sacarse una foto con los jugadores de Boca. No había celulares, cámaras digitales, nada. Era toda una odisea. Pero yo quería llevarme algo de Boca al servicio militar, porque iba a ser mucho el tiempo fuera de casa, y entonces me tomé el colectivo 86 hasta Ezeiza y esperé a los jugadores en un costadito con una cámara de fotos Kodak y una bandera de Boca cosida por mi madrina. En esa época, las casas de fotografía demoraban alrededor de una semana en revelar un rollo, pero convencí al muchacho del laboratorio y me las tuvo listas en menos de 72 horas. La noche del enfrentamiento con los ingleses, en que casi pierdo la vida, llevaba las fotos con los jugadores en el bolsillo del pantalón”, relata con emoción.
-Pasaste de defender a Boca en la tribuna a defender la patria en una guerra. ¿Cómo fue ese cambio?
-Durísimo. Porque al momento de iniciar la colimba nadie sabía que combatiríamos en Malvinas. Yo había hecho dos meses de instrucción de infante de Marina en el CIFIM y a finales de marzo me incorporé a la base naval de Puerto Belgrano y, dentro de Baterías, al BICO: Batallón de Infantería Comando. Tres días después se recuperan las islas y el 11 de abril, un domingo de Pascuas, nos informan que la Compañía Policía Militar a la que yo pertenecía había sido designada para combatir en Malvinas con ametralladoras antiaéreas de 12,7 mm. Las 12,7 eran ametralladoras pesadas, de más de 100 kilos, que se manejaban entre cuatro soldados. El suboficial Humberto Enriquez reunió a todos los infantes de Baterías y nos dijo: “Señores, hemos sido designados para combatir en las Islas Malvinas. Es muy probable que muchos de ustedes no vuelvan. Aquel soldado que no se encuentre en condiciones físicas o psíquicas de afrontar esta misión, preferible que lo diga acá y no en el campo de batalla. Mañana, después de la formación, espero sus respuestas”.
Héroes desde hace 42 años.
Socios honorarios de por vida.
Las Malvinas fueron, son y serán Argentinas 🇦🇷💙💛💙 pic.twitter.com/T1hbplnG7h— Boca Juniors (@BocaJrsOficial) April 2, 2024
-¿Y qué pensaste?
-No podía dormir. Me caminaban los ratones, los murciélagos, las cucarachas, todo. Las 12,7 eran ametralladoras nuevas. Entonces, daba lo mismo tener seis meses de colimba, un año o nada. Nos iban a enseñar a todos por igual. ‘Yo quiero aprender’, dije. Y respondí que sí.
-¿Con 19 años comprendías lo que significaba la guerra?
-No, para nada. De hecho, yo dije que quería formar parte de la compañía; no formar parte de la guerra. Si bien sabíamos que íbamos a Malvinas, no estaba definido que fuera a desatarse la guerra. En 1978 parecía que íbamos a la guerra contra Chile, por el conflicto del Canal de Beagle, y a último momento apareció el cardenal Samoré, que era enviado de Juan Pablo II, y tras un proceso de mediación se firmó un tratado de paz. Acá nadie sabía qué podía ocurrir. Se decía que Inglaterra se estaba pertrechando para movilizar sus tropas, pero no existía aún el conflicto bélico. El 1º de mayo cayeron las primeras bombas en las islas y ahí nos dimos cuenta de que no habíamos ido de excursión.
La entrevista con Villagra se interrumpe varias veces. Será él mismo quien detenga la charla. “Señora, ¿me puedo sacar una foto con usted?, consulta. La mujer posa en la Bombonera junto al recuerdo de los héroes. Es hermana de un excombatiente, pero Villagra no lo sabe; lo intuye. Le consultará el apellido y le entregará calcomanías, imanes y otros presentes con las leyendas “Las Malvinas son argentinas” y “Prohibido olvidar”. LA NACION también recibe unos presentes. “Esto es lo que traje de la guerra”, explica Villagra: a modo de acróstico, “compañerismo”, “solidaridad”, “gloria”, “valor, “sentimiento”, “esperanza”, “hermandad” y “patriotismo” constituyen la palabra “Malvinas”.
“¡Vení, Cavani, tomá!”, llama Villagra a un pequeño hincha de Boca que sube y baja las escaleras con la camiseta 10 del goleador uruguayo. El Mono repite el ritual: “Cuando doy charlas en los colegios o veo a un nenito por la calle, siempre les regalo algo vinculado con Malvinas; es una manera de hacerlos parte de la historia”. Villagra extiende el brazo para saludar a la familia. “Gracias, gracias”, repite el papá. Arrodillado frente a él, el hombre basará su mano.
-¿Qué sentías al llevar las fotos de los jugadores en el bolsillo? ¿Las mirabas durante los combates?
-Yo sentía que estaban ahí conmigo, que me cuidaban. A veces las sacaba, las miraba un rato, se las enseñaba a mis compañeros. Yo me había llevado las fotos con los jugadores de Boca, un librito para rezar junto a un rosario y muy pocas cosas más. No me llevé fotos de mis familiares, ni de mi papá ni de mi mamá. Me llevé fotos de los jugadores de Boca. Esa era mi protección. Esa fue mi protección.
-La información que recibían del continente era muy escasa. ¿Llegaste a saber cómo le iba a Boca?
-Al combatir en la Península Camber, frente a Puerto Argentino, cada tanto nos enterábamos de alguna que otra noticia. Además, cerca de mi posición alcanzaba a sintonizarse la radio Carve de Uruguay, donde pasaban información de Argentina. Era la primera vez en mi vida que pasaba tanto tiempo desconectado de Boca. Hasta que un día llegó una revista de El Gráfico que tenía en la tapa a (Hugo) Gatti, (Miguel Brindisi) y Maradona embarrados, un especial del Boca campeón del Metropolitano 81. Oro en polvo. Nunca supe de dónde salió. Si la había donado alguien o la había enviado el Ejército. Era un ejemplar viejo, que yo ya tenía, pero precisaba estar en contacto con Boca. Las fotos, esa revista y las cartitas de los alumnos de los colegios fueron de gran ayuda para sobrellevar la situación. El 14 de junio llegó la orden de replegar y yo había entrado en combate la noche anterior, por lo que no pude traerme la revista ni las cartitas. Quedaron allá.
Durante la guerra, en la Argentina la pelota siguió rodando. El día del desembarco en las islas comenzó por la noche la novena fecha del Campeonato Nacional, con el triunfo 1 a 0 de Central Norte de Salta frente a Mariano Moreno de Junín. Aquel torneo, que obtendría el Ferro de Carlos Timoteo Griguol, pasaría a llamarse “Malvinas Argentinas” y, semanas después, “Soberanía Argentina en las Islas Malvinas”. El domingo 4 de abril, Boca empató 3 a 3 con Huracán en Parque Patricios con goles de Gareca, Perotti y Marcelo Trobbiani, mientras que el domingo 25 recibió a River en un pálido empate en la Bombonera. La nota color del 0 a 0 la dio el Loco Gatti, que plantado de rodillas y con los brazos en forma de cruz, rechazó con el pecho un remate de Jorge García. “¿Por qué hubo tan flojo nivel futbolístico? No sé, hay mucho nerviosismo. Tal vez sea por la situación general del país”, dijo el arquero, el inventor de “la de Dios”. Ese mismo día, un grupo de tareas británico reconquistó las islas Georgias del Sur en la llamada “Operación Paraquet”.
Al momento de la guerra, Villagra ya era un viejo conocido de la barra de Boca. Su primera vez en la Bombonera fue cuando tenía 11 años. Observó el partido desde aquellos viejos palcos que parecían jaulas. Su mamá era hincha de River y su papá, de San Lorenzo, por lo que era su madrina Elsa, que vivía al lado del Hospital Argerich, la encargada de llevarlo a la cancha. A fines de los 70, Villagra comenzó a ir solo a la tribuna de La Doce. Ayudaba a enrollar las banderas e inventaba o modificaba algún cantito de la hinchada para alentar a los jugadores. Por ejemplo, el mítico “olé, olé, olé; el Loco Gatti y ballet…”. Dueño de una voz “estruendosa”, vivía el partido de espalda y observa los goles en Fútbol de Primera.
1982 también marcará el inicio de una nueva etapa en Boca. Sin Diego Maradona, transferido al Barcelona de España, Roberto Mouzo recupera la cinta de capitán de un equipo en reconstrucción. Lleva 333 partidos con la camiseta azul y oro y pronto superará a Silvio Marzolini como el futbolista con más presencias en la historia del club. Con 30 años es, además, uno de los jugadores más veteranos del plantel, detrás de Gatti, Jorge Benítez, Zanabria y Brindisi. Sabía perfectamente lo que Argentina se jugaba en las islas. “Se vivían momentos muy especiales, el país estaba paralizado por la guerra y las noticias que llegaban desde Malvinas decían que nuestras tropas estaban ganando. Cuando uno entraba a la cancha se abstraía de todo, pero volvía a su casa y lo primero que hacía era encender la radio o el televisor para saber cómo estaban las cosas”, relata el exzaguero en diálogo con LA NACIÓN. A lo largo de los años, Mouzo recibió muestras de cariño de todo tipo. Desde que la hinchada xeneize grite un gol de él contra Boca con la camiseta de Estudiantes de Río IV hasta la estatua inaugurada en 2023 en el Paseo de los Ídolos del anillo inferior de la Bombonera. Sin embargo, la historia de Villagra lo moviliza hasta las lágrimas. “Esto me toca el corazón, ¿cómo no me va a emocionar? Me genera orgullo inmenso, un honor muy grande. Que un soldado de Malvinas se haya aferrado a una foto con nosotros, que éramos simples jugadores de un club, habla de lo que puede generar el fútbol y el sentimiento que tiene el hincha de Boca”, agrega.
Perotti es un joven de 23 años que a los 18 es campeón de la Copa Libertadores y a los 22, del Metropolitano 81 con Diego. “El jugador muchas veces vive inmerso en una burbuja y no toma relevancia de las cosas que suceden alrededor. En 1982 yo tenía la cabeza en otra cosa, tengo recuerdos vagos como el famoso discurso de Galtieri en el que inventó luchas con los ingleses [NdeR: “Si quieren venir que vengan, les presentaremos batalla”]. Pero que Víctor haya ido a Malvinas con una foto conmigo, y que todavía la conserve, es de las demostraciones de cariño más importantes que recibí en el fútbol”, confiesa el Mono, quien dejaría las canchas a los 25 años producto de una lesión.
“Boca, mi buen amigo; esta campaña yo no puedo estar contigo; estoy en Malvinas, qué voy a hacer, porque a la Patria yo tengo que defender; Boca, no me extrañes mucho, pronto voy a regresar; voy a ir para tu hinchada, porque te quiero alentar”. En su trinchera de la Península de Camber, el Mono apoya un pie sobre el trípode de su ametralladora 12,7 y se traslada imaginariamente al paraavalanchas de la Bombonera. Es su manera de vivir la guerra. Canta, salta, arenga a la tropa. Van varias semanas sin poder ir a la cancha, sin saber nada sobre Boca. ¿Cómo andará el equipo? ¿Quién ganó el superclásico? ¿Se jugó? ¿Quién heredó la 10 de Maradona? ¿Estará haciendo goles Gareca?
El Tigre es actualmente el DT de la selección de Chile. Tras un paso a préstamo por Sarmiento, Gareca volvió a Boca para el Nacional 81 y dejó al club en 1984, con 53 goles en 101 partidos. Cuatro de esos goles fueron vs. River; dos en una goleada 5 a 1 en el Monumental disputado el 7 de marzo de 1982, 26 días antes del desembarco en Malvinas. A fines del 84 entró en conflicto con Boca por la renovación de su contrato y pasó a las filas del Millonario junto a Oscar Ruggeri, también formado en las Inferiores del club. Aun así, el Tigre guarda buenos recuerdos de su paso por el Xeneize. Y ante la consulta de LA NACION, no duda en saludar a Villagra desde Santiago, tras la gira de La Roja por Europa: “Ser parte de algo tan ínfimo como una foto con el resto de mis compañeros, en la situación en la que estabas, simplemente me llena de orgullo. Pero sobre todo me llena de orgullo lo de ustedes: en las condiciones en que estaban, todo lo que hicieron por esta Patria. Son héroes, sin lugar a dudas”.
Las fotos de Víctor lograron vencer al tiempo. Aunque realizó varias copas, las originales, que hoy conservan sus hijos Facundo y Rodrigo, lucen en mejor estado. Formaron parte de su uniforme hasta el final de la guerra. Tras la rendición, Villagra estuvo prisionero en Puerto Argentino y luego recorrió nueve kilómetros a pie hasta la zona del aeropuerto, donde permaneció cautivo hasta el 20 de junio. “A medida que se iban yendo los soldados, en las posiciones encontrabas de todo: cámaras de fotos, pilas, máquinas de afeitar, latas de durazno, pistolas, balas, pero no podíamos llevarnos nada. Salvo la ropa, teníamos que entregar todo”, relata. Aun así, Villagra logró conservar algunos elementos: las fotos, una cortapluma, una cámara pocket y un rollo de fotos. “Escondí el rollo entre los guantes y les hice creer a los ingleses que la cámara estaba vacía”, revela. En medio de la requisa, el soldado británico encontró las fotos con los jugadores de Boca en el bolsillo del pantalón; las observó y dejó que las trajera de vuelta. “El inglés no tenía ni idea de quiénes eran los de las fotos. Diego era conocido en Argentina, pero aún no era famoso afuera”, infiere.
-Tenés una visión particular sobre la Guerra de Malvinas.
-La gloriosa gesta de Malvinas marcó un antes y un después para la nación argentina. En 1984 se iban a cumplir 150 años de la usurpación inglesa en 1833 y Argentina iba a perder el derecho a reclamar su soberanía. Quizás ir a un enfrentamiento bélico no era una decisión conveniente, pero tampoco se sabía si iba a existir ese enfrentamiento bélico. Era decir: “Se está por terminar el partido, nos merecemos aunque sea un penal”. Y tuvimos ese penal.
-No creés, entonces, que fue una guerra absurda.
-No fue una guerra absurda desde el momento en que hay 632 héroes que dejaron la vida en las islas. Por respeto a ellos y a sus familiares es que no podemos decir que se trató de una guerra inútil. Nosotros fuimos a defender nuestra patria.
-En términos futbolísticos, ¿no puede hablarse de potencial entre un equipo y otro?
-Te respondo con una anécdota. El 20 de junio estaba desarmando un polvorín en Puerto Argentino, mientras estaba prisionero. En un momento pido agua y el soldado que nos custodiaba me la niega. “No, no, stop”, me dice, y con la punta del fusil me indica que me corra. Saca del bolsillo un tubito con cloro y lo vuelca sobre el agua. La potabilizó y luego me invitó a tomar. Yo pensaba: ‘las veces que hemos tomado orina congelada y este tipo se preocupa por nuestra agua…”. La diferencia era notoria. Yo hablaba poco inglés, pero otro de los muchachos argentinos manejaba el idioma a la perfección. Cuando entramos en confianza, el soldado inglés nos consultó cuánto dinero cobrábamos nosotros por haber luchado contra ellos. “¿Nosotros? Nada -le respondimos-. Lo nuestro es un servicio militar obligatorio”. El soldado se llevó el dedo a la cabeza y nos hizo el gesto de que estábamos locos. “Money, money”, nos decía, llevándose la mano a su bolsillo. A él le daba lo mismo combatir en Malvinas, en Afganistán, en Arabia, España o Brasil. Le decían: “al que tiene puesta tal camiseta hay que tirarle” y él le tiraba. Era su trabajo. Si él cobraba 100 dólares por día y nosotros le decíamos que cobrábamos 140, quizás se sacaba el uniforme y combatía para Argentina contra su propio país, como un jugador de fútbol que pasa de un equipo a otro. Lo nuestro era gratis. Era la patria. San Martín, Belgrano, el Sargento Cabral. ¿Qué cobraba esa gente? Nada.
Finalizada la guerra, el Mono Villagra retornará a Bahía Blanca a completar el servicio militar. La baja la obtendrá en marzo de 1983, a poco de recuperarse la democracia. En ese lapso, Víctor seguirá yendo a ver a Boca, muchas veces uniformado, y otras tantas con su inconfundible musculosa de Flamengo. Salía de Bahía el sábado a las 10 de la noche y llegaba a Constitución el domingo a las 6 de la mañana. La vuelta era inmediatamente después de los partidos, ya que el lunes debía presentarse a la formación. El atuendo del club carioca también perteneció a un veterano de Malvinas. Marcelo Montero, sobreviviente del Crucero ARA General Belgrano. En 1985, Montero y Villagra fundaron, junto a otros héroes, la Cooperativa de Vivienda y Consumo Excombatientes de Malvinas Limitada”. Montero era hincha de River, pero se entrenaba en un gimnasio con la ropa de Flamengo. Villagra era amante de las torcidas del fútbol brasileño y, tras varios intentos, logró que Montero le regalara la musculosa. “Me acompañó en la tribuna durante más de 20 años. La traía a la cancha y Boca ganaba. No la traía y Boca perdía, y después quedó. En 2023 le dije: “Lo último que te pido es la final de la Libertadores. Después, te prometo que te pongo en un cuadrito y no te jodo más, musculosa”. Luego Boca cayó en el tiempo extra.
Nuestros héroes de Malvinas y su merecido reconocimiento en una Bombonera repleta.
🇦🇷💙💛💙 pic.twitter.com/NXKdi9iEcx— Boca Juniors (@BocaJrsOficial) March 31, 2024
Víctor lleva 39 años como empleado municipal de la Ciudad de Buenos Aires y coordina el programa de salud para excombatientes de Malvinas con sede en el Hospital de Oncología María Curie, en Parque Centenario. Otros soldados no tuvieron esa suerte. “Los excombatientes éramos vistos como parias, no conseguíamos trabajo por ningún lado. No había centros de veteranos de guerra, no dejaban que nos juntáramos. Se nos negaba el trabajo, la asistencia social. Hubo gente que se mató por sentirse abandonada -lamenta-. Gracias a Dios, esa situación pudo revertirse en un 80 o 90%”.
El último sábado, Villagra participó de un homenaje que realizó Boca en la previa del partido con San Lorenzo. Allí también estuvieron presentes sus compañeros Carlos Albornoz, Raúl Cost, Ricardo Díaz, Jorge Basualdo, Rubén Sandoval y Juan Carlos Rodríguez, entre otros, en representación de los más de 140 socios honorarios de Boca que combatieron en las islas. El club, por su parte, publicó un video conmemorativo en sus redes con la participación de otros tres veteranos (Jorge Cóccaro, Jorge Luis Rodríguez y Alberto Galán) en un nuevo aniversario de la Guerra de Malvinas.
Para el Mono fue el partido de su vida. Y pudo compartirlo con sus ídolos.