Víctimas de tortura: ‘Hablar de nuestra experiencia nos humaniza’


El Centro de Atención Integral para Víctimas de Violencia Extrema y Tortura (CAI), situado en la Ciudad de México, brinda atención especializada a personas que han sufrido tortura o violencia extrema, incluida violencia sexual. Muchos de los pacientes del CAI son migrantes o solicitantes de asilo.

Gustavo [algunos nombres han sido cambiados] tuvo que huir de El Salvador por temor a ser asesinado. Salvó su vida, pero no puede estar con sus seres queridos en su país. “Lo destruyeron todo, dejaron balazos en las paredes, me iban a matar”, dice.

Viajó a través de Guatemala hacia México, donde fue extorsionado por la policía. “He sido discriminado porque soy migrante y porque soy gay”. Mientras huía, fue víctima de intento de violación. Poco después, en un refugio en Tapachula, fue informado de la existencia del CAI.

Gustavo es uno de los miles de sobrevivientes de tortura, violencia extrema o tratos crueles y degradantes que hay en México. Desde Médicos Sin Fronteras (MSF) hemos documentado altos niveles de violencia, abuso y malos tratos sufridos por migrantes y refugiados, en su país de origen y a lo largo de la ruta migratoria. También, en diferentes comunidades del país severamente castigadas por la violencia.

Nuestros equipos han podido constatar que sobrevivir a toda clase de horrores por ser migrante, mujer, vivir en una zona en conflicto o pertenecer a la comunidad LGTBQ+ es un problema extendido y las graves secuelas en las víctimas no son atendidas. 

Aquí, Gustavo y otros pacientes víctimas de tortura y violencia hablan de su experiencia en el CAI y de sus esperanzas para el futuro.

GUSTAVO: MIS FAMILIARES VELARON Y ENTERRARON UN CUERPO PENSANDO QUE ERA YO

Tuve que salir porque vi algo que no tenía que ver. Alguien me avisó que tenía cinco minutos para salir de mi casa. Caminé por los montes hasta que pude llegar a un punto seguro donde me recogieron mis hermanos para acercarme a la frontera.

Supe que mi casa, como a los 15 o 20 minutos de que salí, fue asaltada. Destruyeron todo lo que había; dejaron marcas de bala en las paredes, iban a matarme. Cuando llegué a Guatemala fui extorsionado por las autoridades migratorias.

Entrando a México también fui extorsionado por los policías. Dormía en la calle, no comía. Intentaron violarme andando en la calle hasta que me acerqué a ACNUR. Vieron mi caso y me mandaron para un albergue en Tapachula. Estando ahí me contaron del CAI.

En mi país ya no existo y como consecuencia perdí a mi familia, una vida hecha. Yo tenía mi trabajo, amo cocinar y a eso me dedicaba. Ahora pienso que al final ya no importa, lo más importante es que salvé mi vida, pero duele. Duele saber que, aunque mi mamá y mis hermanos saben que estoy vivo, no puedo estar con ellos.

Este diciembre que pasó fue uno de los más duros. En junio se cumple un año que salí de casa. Ha sido muy difícil adaptarme, pienso que es más difícil para mí porque soy de la comunidad LGTBQ+. He sido discriminado por ser gay y por ser migrante. He estado trabajando, sé de construcción. Me gustaría emprender un negocio en remodelaciones de casas, ser organizador de eventos o trabajar de nuevo en la cocina.

ALEJANDRO: QUISIERA SACAR TODO DE MI MENTE

Tengo 23 años. Por problemas de extorsión y violencia tuve que irme de Perú. Me obligaban a hacer cosas que no quería. Tuve que atravesar muchos países para llegar aquí, Ecuador, Colombia, atravesé la selva en Panamá. Eso es algo que jamás en mi vida volvería a atravesar, se llama el tapón del Darién. Ahí viví siete días de tormento. Pasé hambre, caídas, vi personas muertas, gente que no logra sobrevivir en el camino.

Estuve a punto de perder la vida en tres ocasiones. En la primera de ellas, me caí de una montaña, estuve varios segundos rodando hacia abajo. Pensé que iba a morir, pero una persona de Haití me salvó la vida. En otra ocasión sentí que iba a morir de hambre. Estuve muchos días sin comer absolutamente nada, estaba muy débil y el río casi me lleva, gracias a Dios otra vez encontré a unos haitianos que me rescataron.

Me cuesta mucho trabajo dormir. Siempre estoy pensando muchas cosas. Me desespero muy fácilmente. Quisiera estar tranquilo, sentirme bien conmigo mismo, dejar de tener miedo y preocupación; sacar todo lo que he vivido de mi mente, pero no he podido.

Mi prioridad ahora es sentirme bien conmigo mismo, sentir que valgo, independizarme y poder vivir de la música. Es mi pasión y pienso que es lo que me ha ayudado a salir adelante. Solo estoy esperando a que me den la tarjeta de residente y quedarme en México. Necesito tener papeles para tratar de hacer una vida y tener un futuro. Extraño mi país, no voy a mentir, mi gente, mi comida, la forma de hablar, pero si regreso me matan.

PABLO: MATARON A SEIS MIEMBROS DE MI FAMILIA

Mataron a seis miembros de mi familia. No sé nada de mi hija y de sus dos hijos. Mi vida ha sido una desgracia tras otra, no estoy bien porque estoy preocupado por ella, tengo miedo de que le haya pasado lo peor.

Cuando escapé, a mitad de camino cinco hombres identificados como policías me bajaron del autobús y me violaron. Me dijeron que tenía que pagarles 500 quetzales, yo les pagué, pero aun así me violaron. Me hicieron lo que ellos quisieron. Me dejaron ahí tirado, caminé mucho, crucé en una balsa y llegué a Ciudad Hidalgo, en México. Agarré un carrito de motocicleta que me dejó en Tapachula y ahí estuve durmiendo en la calle por meses.

Me acerqué a la COMAR [Comisión Mexicana de Ayuda al Refugiado] para empezar mis trámites, no me sentía seguro en Tapachula, yo sentía que me perseguían. Me mandaron a un albergue, estando ahí me sentía un poco más seguro, tenía un techo donde dormir, donde bañarme y un alimento diario. De ahí me trajeron para acá.

Por ahora quiero terminar mi tratamiento, estoy en un programa de reasentamiento, tengo fe en Dios y creo que voy a lograr sobrevivir. No me quiero quedar en México porque no es un lugar seguro para mí y no me siento seguro al salir a la calle. Todavía siento que me persiguen.

Aquí en el CAI hago manualidades, me gusta mucho pintar, participo en todos los talleres que nos dan, eso me ayuda y me gusta. Me ayuda a distraerme y a no pensar tanto en todo lo que he vivido.

<span>Gustavo es uno de los miles de sobrevivientes de tortura, violencia extrema o trato cruel y degradante en México. (Foto: Jordi Ruiz Cirera)</span>
Gustavo es uno de los miles de sobrevivientes de tortura, violencia extrema o trato cruel y degradante en México. (Foto: Jordi Ruiz Cirera)

ROSA: EL DÍA DEL ATENTADO MIS HIJAS ESTABAN JUGANDO

Soy campesina, vivía en una aldea. Delante de mí mataron a tres miembros de mi familia, por eso decidimos huir para que no nos pasara lo mismo que a ellos. La única familia que tengo viaja conmigo, mi esposo y mis dos hijas. Ese día mis hijas estaban jugando como a unos 20 metros de donde ocurrió el atentado. Yo creí que también las habían matado a ellas.

Pasaron muchas horas sin que supiera de ellas. Sufrí mucho al creerlas muertas. Mi esposo y yo logramos sobrevivir porque nos escondimos y escapamos. Vivimos un tiempo escondidos hasta que decidimos salir.

Nos llevamos al gato de mi niña, ella se muere sin su gato. Migración no lo dejaba pasar, les dije que por favor lo dejaran pasar, si no mi hija se iba a morir de tristeza, le dije que lo único que ella se llevó fue a su gato y le pedí que tuviera un poco de compasión. Un señor en Ciudad Hidalgo nos regaló una transportadora. Le dijo a mi hija: mira, tengo esta cajita para que lo dejen subir al autobús, ella le dijo que no tenía dinero y el señor le dijo que se la regalaba.

No sé en dónde quedaron enterrados mis familiares. Solo llevo de ellos sus imágenes en mi mente. Trato de no pensar en la última vez que los vi, cuando pedían auxilio e imploraban que no los mataran. Ese recuerdo me persigue. Pasé mucho tiempo sin recibir atención, yo sabía que necesitaba ayuda y tratamiento.

FREDDY: NO LE PIDO MUCHO A LA VIDA, SOLO TENER UNA EXISTENCIA “NORMAL”

(Es esposo de Rosa). Mi esposa y mis hijas se la pasaban entre cuatro paredes todo el día y salían a estudiar en la noche. Yo salía a trabajar y tenía que esperar a que anocheciera para regresar a mi casa, a veces esperando en un cementerio o en el monte. Ya no era vida para nosotros, por eso nos fuimos. En el CAI he aprendido a decir “estoy alegre”, aunque todavía no esté del todo bien mi corazón.

Hace unos días estuvimos rentando un cuarto aquí en la Ciudad de México, pero el dueño de la casa agredió sexualmente a la menor de mis hijas, mi esposa lo descubrió tocándola, quería abusar de ella. Ya estamos hartos de tener que atravesar por tantas cosas.

Aún ACNUR no nos ha dado respuesta sobre nuestro reasentamiento y este mes es el último en que vamos a recibir ayuda económica, estoy comenzando a sentir desesperación por no tener claro qué pasará con nuestro futuro. Sin papeles no puedo conseguir un buen trabajo.

Estoy trabajando en una empresa de encuadernación, trabajo más de 11 horas por jornada en el turno nocturno y la paga es insuficiente. No le pido mucho a la vida, solo tener una existencia “normal”, no vivir asustado de cada sombra, ni cada persona que veo en la calle. Solo tener lo suficiente para mantener a mi familia, que las niñas vayan a la escuela y poder caminar con ellas un fin de semana en paz, como se mira en la televisión o en las películas.

CAROLINA: LAS FOTOS NOS HACEN VISIBLES Y NOS HUMANIZA

Sobreviví a una tentativa de feminicidio. Afortunadamente tuve la fuerza para escapar de mi captor y de las terribles torturas que efectuó contra mí. Mis afectaciones son tanto físicas como emocionales. Tengo múltiples secuelas muy graves. En términos emocionales, estrés postraumático y pesadillas recurrentes. Todo esto aunado a las secuelas físicas que afectan mi movilidad.

He tenido que enfrentar un proceso jurídico, en el que pude arrancar un poco de justicia para que metieran a la cárcel a mi agresor. Pero todos mis problemas de salud me han causado muchísimos problemas familiares, mis hijos también han sufrido debido a lo que me pasó. Nuestra economía se vio afectada, para poder continuar con mi proceso de recuperación y jurídico perdí mi trabajo y mis ahorros. En la búsqueda de justicia mis hijos también perdieron trabajos.

Mi prioridad es lograr mi recuperación; mi equilibrio emocional, espiritual y físico para continuar con mi proyecto de vida. Soy defensora de derechos humanos y mi meta es continuar trabajando en ello, pero necesito sanar. Para quienes hemos sufrido violencia extrema y tortura, en México no hay instancias que realmente puedan asistirnos de manera integral como en el CAI.

Aquí sentimos que por primera vez se nos trataba como humanas sin ser revictimizadas. Entienden nuestros procesos, nuestros tiempos y necesidades. Soy mexicana, pero comprendo y tengo empatía con mis compañeros extranjeros que también reciben tratamiento en el centro.

Sabemos lo que significa sentirse inseguro, que estás siendo perseguido. Mi agresor murió, pero en el caso de mis otras compañeras, sus agresores han sido liberados y tienen la posibilidad de asesinarte en cualquier momento. Es terrible sentirse bajo amenaza. Hablar de nuestra experiencia y que nos tomen estas fotos nos hacen visibles y nos humaniza.

FABIOLA: OJALÁ ESTE MENSAJE PUEDA LLEGAR AL MUNDO

Soy mexicana, nací en Ciudad de México, y soy arquitecta de profesión. En 2019 fui víctima de una tentativa de feminicidio a manos de quien entonces era mi pareja. Esa ha sido sin duda la situación más dura que he tenido que enfrentar en la vida, junto con todo lo que desencadenó: revictimización por parte de las autoridades, tortura institucional, en ciertos momentos te hacen creer que estás loca, que no pasó o que, si pasó, tú tuviste la culpa.

Tuve que enfrentarme a las instituciones que pensé que iban a protegerme y al final resultaron indolentes y corruptas.

En el CAI he recuperado muchas cosas, las dos más importantes son la fe en la humanidad y la alegría por vivir. Ahora puedo ver el futuro con esperanza y retomar algunos de mis sueños como el de ser mamá y dedicarme al arte. Ojalá este mensaje pueda llegar al mundo para que sepan que sí es posible reparar y reconstruir cuerpos, mentes y corazones rotos.

DESPUÉS DE LA TORTURA: RECONSTRUIR CUERPO Y MENTE

En julio de 2017, Médicos Sin Fronteras (MSF) inauguró el Centro de Atención Integral (CAI) en Ciudad de México para ofrecer atención médica especializada y salud mental a personas que han sufrido tortura o violencia extrema.

Muchos de estos pacientes víctimas de tortura son migrantes y refugiados que son referidos al centro desde otros proyectos de MSF en México, desde ACNUR u otras organizaciones no gubernamentales.

En esta entrevista, Néstor Rubiano, psicólogo con especialización en familia y coordinador del CAI, habla sobre la historia del programa y sobre cómo MSF puede ayudar a sanar, física y mentalmente a una persona víctima de tortura o violencia extrema.

—¿Por qué es importante que haya un servicio como el CAI en la Ciudad de México?

—Desde el 2011 Médicos Sin Fronteras comenzó a hacer trabajo con la población migrante y a partir de entonces vimos una evolución hacia una violencia que no se había visto antes. Es una violencia con sevicia, con crueldad. Y no es solo que persiguen a migrantes y refugiados, sino que utilizan, digamos, métodos macabros para infligir daño. Muchísimo daño.

—¿Por qué es importante que exista el CAI?

—Porque si no existiera, esta gente realmente no tendría acceso a este tipo de servicio médico integral. Los pacientes del CAI han sufrido muchísimo en la vida, vienen sufriendo algunas veces desde niños en su país de origen, y luego en la ruta terminan encontrándose con escenarios sumamente macabros, violentos, de crueldad.

<span>Rosa y Freddy fueron testigos de la muerte de tres de sus familiares y huyeron con sus dos hijas porque sus vidas corrían peligro. Esperan su reasentamiento y tener una vida “normal”. (Foto: Jordi Ruiz Cirera)</span>
Rosa y Freddy fueron testigos de la muerte de tres de sus familiares y huyeron con sus dos hijas porque sus vidas corrían peligro. Esperan su reasentamiento y tener una vida “normal”. (Foto: Jordi Ruiz Cirera)

TIENEN QUE HUIR DE LA VIOLENCIA

—Usted ha trabajado en muchos contextos diferentes del mundo. Si compara lo que ha visto en el CAI con otros proyectos, ¿cuáles son las diferencias?

—En un contexto de guerra “clásico”, lo más visible y directo es la gente a la que han disparado, los bombazos, la destrucción o los que tienen que huir, desplazados. Esa es una violencia. Pero luego, lo que vemos aquí es una violencia más soterrada, pero estructural y organizada, en la cual se coge a una persona y por ejemplo se le empieza a cortar los dedos de la mano y se le deja atada durante días en los que no se les da de comer.

“Pueden incluso traer a un familiar del torturado para ser también torturado en su presencia, para amedrentar más, para prolongar el sufrimiento. Son violencias que se ven en guerra, también, pero aquí adquieren otra dimensión, porque no estamos en un país en guerra”.

—¿Cuáles son las consecuencias para la salud, físicas y psicológicas, de estar expuesto a la violencia extrema y tortura? ¿Tiene algunos ejemplos?

—El peor de los casos de la tortura son aquellos que han perdido la conexión con la realidad. Entran en un mundo paralelo de fantasía para protegerse del daño. Entonces hemos tenido gente que incluso llegó a terminar viviendo en la calle porque habían perdido el contacto con la realidad. Otros vivieron en la calle también por falta de apoyo de otras estructuras, y tal vez, además con adicciones”.

EL CASO ‘MANUEL’

“Tenemos actualmente a un paciente, Manuel, que estuvo en condición de calle, tenía contacto de vez en cuando con la realidad, pero la mayor parte del tiempo estaba desconectado. Se hizo el tratamiento, estuvo en internamiento, luego continuó el tratamiento. Hoy en día esta persona trabaja para la Ciudad de México, gana su dinero y tiene independencia.

“Las consecuencias físicas de este tipo de violencia son muy serias, pueden requerir cirugías. De hecho, Manuel necesita una cirugía. La violencia física repetida a la que han sido sometidos llega a afectar asimismo el umbral del dolor que soportan.

“Uno de nuestros pacientes había sido torturado con cortes repetidos en el brazo, en la mano. Tenía un problema muy serio de movilidad. Se le va a operar y se le duerme completamente. Pero cuando el cirujano toca un nervio determinado, el paciente se despierta y quiere agredir al médico. Lo tuvieron que sedar de nuevo. De tantas veces tanto dolor, tanto daño, necesitaba una dosis mayor de anestesia, el cuerpo tiene memoria.

“También hay mujeres que sufren muchísimo con agresiones sexuales que a veces además pueden resultar en embarazos. Es una situación muy compleja para una mujer sola, migrante, en la calle. Además, con un bebé, una situación dramática a todo lo que se tiene que exponer. Entonces nosotros iniciamos el acompañamiento y poco a poco, no solamente por el tratamiento que ofrecemos, sino por el apoyo de otras instituciones que también le van brindando alojamiento, formación, trabajo se va consiguiendo que sean lo más independientes posible”.

TORTURA Y LESIONES DE DIFERENTE GRAVEDAD

—En el CAI, ustedes trabajan con un enfoque que se llama integral u holístico. ¿Puede explicar lo que significa eso?

—Cuando se habla de un enfoque integral, holístico, son diferentes servicios que pueden ayudar a una persona a salir hacia adelante. Una parte son los servicios médicos, pero hay otra parte que tiene que ver con temas de protección, con temas de comida, con temas de alojamiento, con temas de inserción social, etcétera”.

“Médicos Sin Fronteras enfoca su atención en el componente médico y por tanto de la atención farmacológica y no farmacológica, con psiquiatras y psicólogos, y también damos el apoyo con fisioterapia porque los pacientes se presentan con lesiones de diferente gravedad que requieren a veces de tratamientos y recuperaciones largas.

“Luego, para el tema de cirugías los vinculamos con la red de salud que ya tiene México. También nos vinculamos con otras organizaciones que ofrecen los elementos de protección para estos pacientes. Lo mismo para alojamiento o para facilitarles cursos de formación profesional o terapia ocupacional.

—¿Cuál es el objetivo del tratamiento que ustedes tienen en el CAI?

—El objetivo que tenemos es que la persona logre el máximo de independencia con el menor daño y dolor posible, que pueda ser independiente en la vida. A afrontar que lo que le pasó, todo lo que vivió, eso simplemente no se puede olvidar. Tiene que aprender a convivir con eso. Pero puede, digamos, encontrar que hay otra forma y hay una esperanza y hay un camino.

“Eso es lo que buscamos. Devolver la dignidad y la esperanza”.

SE CRIMINALIZA LA MIGRACIÓN

—Es un trabajo duro, con historias muy tristes, pero también puede ver personas que mejoran mucho. ¿Cuáles son los mejores momentos que recuerda del trabajo en el CAI?

—Lo que me llama la atención es corroborar que en medio y después de tanta violencia que esta gente sufre, todavía les queda enorme bondad, porque no están pensando en hacerle daño a otro ser humano. Y vienen y uno encuentra gestos de cariño hacia otra gente que ellos no conocieron, hacia otros pacientes de cuidado y son superrespetuosos con nosotros. No vemos ánimos de venganza.

—¿Diría que ha aumentado la violencia extrema y la tortura durante los últimos años?

—Aumentó la violencia hacia los migrantes en la medida en que se criminaliza a la migración, en la medida en que se la militariza, se le pone obstáculos. Eso hace que la población tenga que coger caminos no seguros, donde lo que van a encontrar es el crimen organizado y un nivel elevado de violencia.

“En los países de origen de muchos de nuestros pacientes también ellos viven mucha violencia. Honduras, en Guatemala, en El Salvador. Entonces la han vivido ya allá y se les somete de nuevo a ella en México. Y en México se encuentran paralizados porque no les dejan avanzar para pedir asilo o los retornan o los detienen en la frontera, en un círculo vicioso en el que la repetición de la violencia es un riesgo con una probabilidad elevada de repetirse. N

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Médicos Sin Fronteras (MSF) es una organización médico-humanitaria de carácter internacional que aporta su ayuda a poblaciones en situación precaria y a víctimas de catástrofes de origen natural o humano y de conflictos armados, sin ninguna discriminación por raza, religión o ideología política.

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