Unicef. Cuáles son las cicatrices emocionales que la cuarentena agravó en los chicos

Unicef relevó más de seis millones de hogares en todo el país
Unicef relevó más de seis millones de hogares en todo el país

Perdimos la noción del tiempo, las horas y los días”, dice Carolina Del Barco, madre de un chico de 6 años y de otro, de 12, que, según cuenta, sintieron mucho el cambio en la rutina que trajo el aislamiento el año pasado. Recuerda que el almuerzo podía ser a las 15 y la cena, a las 24. “En el más chico noté que dejó de jugar con los autitos y los bloques y los cambió por la tablet, el celular o la televisión, perdió su forma de juego. Además, le costó mucho la escuela vía zoom, no quería saber nada, se metía debajo de la mesa y no quería hablar con nadie. En varias oportunidades me dijo que se sentía solo”, relata Del Barco.

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Si bien los niños y adolescentes no están entre los más afectados por la pandemia en cuanto a su salud física, el impacto en este grupo se produjo sobre casi todos los aspectos que hacen a su desarrollo integral, entre ellos la educación, la nutrición, la socialización y la salud mental. Así lo vuelve referir la encuesta sobre los efectos de la crisis sanitaria, que elaboró Unicef en 6.381.586 hogares (lo que implica 27.169.686 personas). La muestra tiene representación nacional y regional (AMBA, región pampeana, Cuyo, NOA, NEA, Patagonia) y es la cuarta que se toma desde el comienzo de la pandemia; la primera corresponde a abril del año pasado, la segunda a julio, la tercera a octubre y esta última que realizó el relevamiento entre el 24 de abril y 12 de mayo pasados.

Se perciben dificultades emocionales por el desajuste de las rutinas, afectando su percepción de seguridad, de previsibilidad y de estructura que se manifiestan como alteraciones que pueden estar referidas al sueño, a la alimentación y a la comunicación, entre otras”, se lee en el estudio. De hecho, el 51% de los hogares con niñas y niños de hasta seis años declara que han sufrido alteraciones en sus hábitos de alimentación en los últimos seis meses (los indicadores que se tuvieron en cuenta fueron: si antes el chico comía solo y ahora no, si manifiesta malestar antes o después de las comidas, si come mucho más o menos que antes); un 39% indica alteraciones del sueño y el 27% dificultades en la comunicación. Los cambios en la alimentación y los problemas de comunicación son los que más aumentaron respecto al informe de octubre pasado, el primero en un 8% y el segundo en un 12%. En tanto, las alteraciones en el sueño evidenciaron una leve disminución. A su vez el estudio señala que, con la prolongación de la pandemia, se nota un creciente agotamiento en la capacidad de adaptación y aparecen dificultades para procesar lo ocurrido, lo que se refleja en estados de mayor irritabilidad, mal humor, enojo, fastidio e intolerancia.

En el caso de la población adolescente, de entre 13 y 17 años, con el correr del tiempo sus sentimientos fueron variando y las situaciones de angustia, depresión, o miedo crecieron con relación al relevamiento de octubre pasado. El sentimiento de angustia alcanza un 33%, lo que implica un aumento de 9% respecto del anterior estudio, en tanto que los adolescentes que manifiestan estar asustados son el 25%, proporción similar a lo relevado en los meses de abril y julio de 2020, pero que representa un crecimiento de 11% en relación a octubre. Quienes se sienten deprimidos alcanzan al 18%, un 6% más que en octubre, con la particularidad de ser un indicador que, a lo largo del tiempo en que fue medido (abril del año pasado a mayo 2021) no dejó de crecer. Además, este grupo refiere estar más tiempo frente a las pantallas lo que se mantuvo desde el inicio de la pandemia y la exposición a situaciones de discriminación o maltrato, cyberbullying, violencia o pornografía crecieron.

En este contexto, Unicef realizó un estudio específico sobre salud mental en una muestra de 780 niños y adolescentes, que incluye tres mediciones hechas entre septiembre y febrero pasados. Sobre los chicos 3 a 12 años, se consignó: “Se los observó más irritables, de mal humor, enojados, fastidiosos y más intolerantes”. Estas situaciones disminuyeron entre el segundo y tercer relevamiento por la expectativa del encuentro con amigos, las vacaciones y la vuelta a las aulas. En el caso de los adolescentes, se observó malestar por la reducción significativa de los intercambios con pares y otros referentes adultos no convi­vientes que se expresó en altibajos emocionales, desgano, enojo, irritabilidad, angustia y resig­nación. Algunos mencionaron atravesar emociones de soledad, tristeza, ansiedad y miedo. En las últimas mediciones se observaron, aunque en un porcentaje muy bajo, afectaciones subjetivas más profundas, que implicaron problemas de salud mental. El 10% de niños, niñas y adolescentes realizó una consulta por un problema de salud mental, pero ese valor se reduce al 5% entre las niñas y los niños de 3 a 5 años, y al 8% entre las y los de 6 a 12 años, mientras que se eleva al 18% entre los adolescentes.

Cambios en la rutina

“El comienzo del encierro para mi hijo de 9 años fue agradable, porque podía estar en casa con su mamá y papá y su hermanita todo el día. Pero cuando pasaron las semanas, los meses y se dio cuenta de que no podía ver a su familia, primos, tíos, abuelos, fue cambiando su comportamiento, pasando a ser más sensible e irritable ante cualquier situación, ya sea para hacer las tareas o en el juego”, dice Valeria García Moral.

“Mi hija, que tenía cinco años en 2020, tuvo un retroceso durante la cuarentena. En un par de oportunidades volvió a hacerse pis en la cama y cuando empezaron a abrir y se podía salir a dar una vuelta no quería hacerlo. También le costaba mucho prestar atención en las clases virtuales. Empecé a notar el cambio a medida que hubo más aperturas y nos encontrábamos con sus amigas en la plaza, su ánimo cambió por completo”, relata Marcela Musso.

Para Claudio Waisburg, neuropediatra (MN 98128) y director del Instituto SOMA, existe una relación directa entre el aislamiento y las manifestaciones conductuales, emocionales y socioadaptativas de los chicos y adolescentes durante ese período. “La salud de los adolescentes se vio claramente afectada con un aumento de las consultas en relación a ansiedad, depresión, insomnio, angustia y desesperanza”, explica. Además, afirma que en los más pequeños las conductas más comunes tuvieron que ver con regresiones, es decir, un retroceso en una pauta madurativa previamente adquirida, que es una forma de no procesar bien el estrés frente a una situación desconocida. “En el consultorio se vieron chicos que ya habían dejado los pañales y volvieron a hacerse pis, otros que tuvieron una disminución en su autonomía como comer y vestirse solos, chicos que hablaban bien y empezaron a hablar como bebés o tenían berrinches, rabietas más frecuentes. También todo lo que involucra el dormir como tener terrores nocturnos, querer dormir en la cama de mamá y papá, hacerse pis en la cama, son algunas de las principales regresiones”, aclara.

Mientras que según explica María Mercedes Bentancour, psicopedagoga, el abrupto cambio en la rutina llevó a un desorden en los horarios que repercutió directamente en los hábitos de alimentación y sueño. También se dio un vuelco en las formas de comunicación, todo se limitó a los recursos virtuales que en poco tiempo dejaron de ser motivantes, sobre todo para los más chicos. “Se han observado muchos casos de ansiedad y angustia, manifestándose en miedos, apatía, apego excesivo a las figuras parentales, berrinches y síntomas físicos como problemas gastrointestinales, dérmicos, alteraciones de peso, entre otros”, completa.

Inestabilidad laboral

La encuesta también trató temas como la inestabilidad laboral de los jefas y jefes de hogar, la falta de recursos para comprar alimentos, la contribución de los programas de transferencias sociales a la economía familiar, las estrategias de cuidado y las dificultades para sostener la educación. Por ejemplo, el informe señala que el 38% de los hogares atravesó situaciones de inestabilidad laboral durante el año pasado, como desocupación, cambio de un empleo formal a uno informal, entre otras, y detalla que el porcentaje asciende al 44% entre las mujeres.

Al ser consultados por sus ingresos, el 56% de los hogares declaró que eran inferiores a los de meses previos a la pandemia. Este indicador se incrementa al 73% entre los hogares más pobres del país y al 60% entre perceptores de la Asignación Universal por Hijo (AUH) que en el 81% de los casos, destina este dinero a la compra de alimentos. Según el informe, el 39% de los hogares recibe la Tarjeta Alimentar. Sin embargo, esto no impidió que el 25% se endeudase para comprar alimentos. El impacto de la pandemia en los ingresos también generó que el 25% de las viviendas con niñas y niños dejen de pagar al menos un servicio como la luz, el gas o internet.

En lo que se refiere a educación, el 6% de los hogares afirmó que algún niño, niña o adolescente abandonó la escuela durante 2020 (al menos 357.000 chicos y chicas) y el 19% de los que abandonaron indicó no haber retornado este año (al menos 67.000). El abandono afecta en mayor medida a los sectores más vulnerables de la población. Consultados sobre la accesibilidad para las clases virtuales, un 58% de los hogares sostuvo que tenía conexión previamente a 2020, un 23% accedió a la conexión a internet durante la pandemia y un 19% aún no tiene acceso. El 83% de los hogares que no tiene acceso corresponden a los sectores socioeconómicos más vulnerables del país. Por otro lado, el 47% de los hogares no cuenta con una computadora o tablet para la realización de las tareas escolares, con mayores desigualdades en NOA y NEA. Además, el informe arrojó que la pandemia también profundiza desigualdades al interior del hogar, dado que el 54% de las mujeres de más de 18 años entrevistadas expresó que, desde el inicio de la crisis sanitaria, tiene más sobrecarga por las tareas del hogar y de cuidado.