Umberto Eco, Dios y ¿en qué creen los que no creen?

Por Héctor Osorio Lugo

Ahora que ha muerto Umberto Eco y que está de moda el Papa, ¿cómo se ve este mensaje?:

“Querido Carlo María Martini: Confío en que no me considere irrespetuoso si me dirijo a usted llamándole por su nombre y apellidos, y sin referencia a los hábitos que viste.”

Es Umberto Eco escribiendo a un cardenal. De tú a tú, de persona a persona… y sin apodos, diríamos en México.

Se trata del principio de los artículos reunidos en el libro “¿En qué creen los que no creen?” Ahí debatieron, por un lado el hoy finado, uno de los mayores pensadores de los siglos XX y XXI, y por el otro un religioso célebre por su audacia y progresismo.

Carlo Martini

Papable eterno, a quien sus compañeros no dejaron llegar, Carlo Martini fue arzobispo de Milán, de donde Paulo VI vino al ser nombrado papa, por lo que muchos alimentaron la esperanza de que este hombre que no creía en el celibato obligatorio sino que aceptaba la ordenación de casados, que era incluyente con los homosexuales y con los divorciados, realizara como pontífice radicales transformaciones. Martini pensó en reformar a la Iglesia del este europeo. Imposible, pues de allá venía… Juan Pablo II.

Paleontólogo de la Biblia, pues conocía todas las lenguas en que fue escrito el libro, la que usaba Jesús, etcétera, hacia el final de sus días fue a radicar en Jerusalén, para estar más cerca aún de las fuentes del Nuevo Testamento.

(El cardenal Carlo María Martini / Foto: AP)


Apasionante –y eterna- polémica del que cree contra el que quién sabe

Por supuesto que los dos sabios no se agarraron del chongo, tampoco fue como una famosa polémica entre Paz y Monsiváis, en que sólo ellos se entendían. Lo de Eco y Martini fue un análisis sereno de las posiciones de creyentes y de no creyentes.

Hablando de la vida y del aborto, Eco pregunta cómo se puede definir cuándo comienza la vida humana. Martini dice: “El dónde puede seguir siendo misterioso, pero queda subordinado al valor de qué es”; se trata de una vida llamada a participar de la vida de Dios, y siendo entonces de sumo valor, amerita un sumo respeto.

Uno de los puntos más importantes en que Umberto Eco parece ganar es el de la igualdad entre los sexos. En eso basa su argumento para preguntarse por qué entonces no hay sacerdotisas; si Cristo, escribe, “confirió privilegios altísimos a sus seguidores de sexo femenino”. (¡!)

Otro de los pasajes en que las posiciones son irreductibles es donde Martini habla de Dios como fundamento de la dignidad y por tanto de la ética del ser humano, mientras que Eco dice que esos actos éticos sólo necesitan de la existencia del otro –de los demás- para producirse.

No llegaron a ninguna conclusión. (Pero eso no es malo, significa que al final no se impuso el criterio de uno al otro, sino que se expuso lo que mueve a cada uno a pensar como piensa y ahí quedó la cosa).

El ejercicio atrajo tal interés que al final se agregaron varios estudiosos de otras especialidades a la discusión.

El comité del Premio Príncipe de Asturias, haciéndose eco del entusiasmo, saludó a los dos eruditos concediendo a cada uno el galardón del año 2000.

“El nombre de la rosa”

Siendo filósofo, Eco hizo grandes aportaciones a la semiótica; no siendo novelista, hizo una de las más exitosas novelas del siglo XX. “El nombre de la rosa” es de tal manera entretenida, que al lector no le importó que se desarrolle en un convento, y que, encima, en partes culminantes el autor le propine líneas enteras… en latín. Sin traducción.

La pregunta fue que quién se atrevería a llevarla al cine. Pudo ser Stanley Kubrick. El atrevido fue Jean-Jacques Annaud. Lástima. El resultado decepcionó, ya que no refleja ni la magia que atraviesa la novela ni la minuciosa relojería que vemos en las observaciones que el monje viejo hace al monje novicio que lo acompaña. Digamos que la película tan sólo vale por el arte magistral del actor edimburgués, hoy retirado, Sean Connery.

Escribió Umberto Eco en el texto mencionado:

-(…) ante cuyo espectáculo no pude contener un grito de admiración. El primer piso no estaba dividido en dos como el de abajo, y, por tanto, se ofrecía a mi mirada en toda su espaciosa inmensidad. (…) Esa abundancia de ventanas permitía que una luz continua y pareja alegrara la gran sala, incluso en una tarde de invierno como aquélla. Las vidrieras no eran coloreadas como las de las iglesias, y las tiras de plomo sujetaban recuadros de vidrio incoloro para que la luz pudiese penetrar lo más pura posible, no modulada por el arte humano, y desempeñara así su función específica, que era la de iluminar el trabajo de lectura y escritura. En otras ocasiones y en otros sitios vi muchos scriptoria, pero ninguno conocí que, en las coladas de luz física que alumbraban profusamente el recinto, ilustrase con tanto esplendor el principio espiritual que la luz encarna, la claritas, fuente de toda belleza y saber, atributo inseparable de la justa proporción que se observaba en aquella sala. (…) me sentí invadido por una sensación muy placentera y pensé en lo agradable que debería ser trabajar en aquel sitio.


Cajón de sastre con curiosidades

-Se dice que Jorge Luis Borges, quien laboró como bibliotecario nacional en Buenos Aires, es un personaje de “El nombre de la rosa”: el monje ciego encargado de… ¡la biblioteca!
-El reconocimiento que obtuvo Eco en los premios Príncipe de Asturias del año 2000 no fue en letras. Éste fue otorgado a Augusto Monterroso. Al académico correspondió el de Comunicación y Humanidades.
-¿Cuántos doctorados honoris causa son muchos? ¿5? El escritor italiano obtuvo 25.


hectorosoriolugo2013@yahoo.com.mx


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