Trump prometió hacer público su historial médico pero sigue sin hacerlo

Flores que dejaron simpatizantes del presidente Donald Trump afuera del Centro Médico Militar Nacional Walter Reed, donde fue hospitalizado con COVID, en Bethesda, Maryland, el 4 de octubre de 2020. (Oliver Contreras/The New York Times)
Flores que dejaron simpatizantes del presidente Donald Trump afuera del Centro Médico Militar Nacional Walter Reed, donde fue hospitalizado con COVID, en Bethesda, Maryland, el 4 de octubre de 2020. (Oliver Contreras/The New York Times)

Como candidato presidencial en 2015, Donald Trump se negó a publicar su historial médico, ofreciendo en su lugar una carta de cuatro párrafos de su médico personal en la que proclamaba que sería “la persona más sana jamás elegida para la presidencia”.

En 2020, cuando estaba hospitalizado por COVID-19 y se presentaba a la reelección, los médicos de Trump dieron una información mínima sobre su estado, que, según se supo más tarde, era mucho más grave de lo que dejaban entrever las descripciones públicas.

En 2024, días antes de convertirse en el candidato presidencial republicano oficial por tercera vez, fue rozado por una bala de un posible asesino, pero su campaña no celebró una sesión informativa sobre su estado, no publicó los registros hospitalarios ni puso a disposición a los médicos de urgencias que lo trataron para ser entrevistados.

Ahora, a poco más de un mes de unas elecciones que podrían convertir a Trump, de 78 años, en la persona de mayor edad en ocupar la presidencia (82 años, 7 meses y 6 días cuando su mandato termine en enero de 2029), se niega a revelar incluso la información más básica sobre su salud.

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Si gana, Trump podría entrar en el Despacho Oval con una serie de problemas potencialmente preocupantes, según los expertos médicos: factores de riesgo cardíaco, posibles secuelas del intento de asesinato de julio y el deterioro cognitivo que se produce de forma natural con la edad, entre otros.

La edad se convirtió en uno de los principales motivos de preocupación para los votantes que sopesaban las capacidades del presidente Joe Biden, y una pobre actuación en el debate, que lo mostró con dificultades para articular frases, lo obligó finalmente a retirarse de la carrera. Enfrentándose de pronto a una oponente casi 20 años más joven que él, Trump declaró a CBS News en agosto que “con mucho gusto” haría públicos sus historiales médicos, afirmando que se había sometido hace poco a un examen médico.

El expresidente Donald Trump hace campaña en Milwaukee el martes 1° de octubre de 2024. (Jamie Kelter Davis/The New York Times)
El expresidente Donald Trump hace campaña en Milwaukee el martes 1° de octubre de 2024. (Jamie Kelter Davis/The New York Times)

The New York Times solicitó una copia de esos registros. Una portavoz de Trump remitió finalmente al Times a una carta de una página que su antiguo médico, ahora miembro republicano del Congreso, escribió una semana después del intento de asesinato, describiendo la herida de bala en su oreja y su progreso en la curación. El Times envió numerosas preguntas de seguimiento. No respondió.

Esto es lo que se sabe sobre la salud de Trump… y lo que no.

El resumen más detallado de la salud de Trump se produjo en enero de 2018, cuando el médico de la Casa Blanca, el doctor Ronny Jackson, informó a los periodistas tras el primer reconocimiento médico de Trump como presidente.

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Su presión arterial (122/74) y una ecografía de su corazón eran normales, pero su colesterol era preocupantemente alto y su índice de masa corporal lo situaba solo 0,1 puntos por debajo del umbral de obesidad médica.

Aunque Trump tomaba una estatina, un fármaco que se usa para reducir los niveles de colesterol por debajo de 100, su colesterol LDL seguía siendo de 143, tan alto que algunos cardiólogos externos se preocuparon por la posibilidad de que sufriera un infarto al miocardio o un derrame cerebral.

Jackson dijo que Trump medía 1,90 metros (2 centímetros y medio más de lo que indicaba su licencia de conducir) y pesaba 108 kilogramos. Un año después, su peso había aumentado a 110,2 kilos, informó el médico de la Casa Blanca, lo que lo convertía oficialmente en obeso.

En ese momento de 2019, estaba tomando una dosis cuadruplicada de una estatina —40 miligramos diarios, en lugar de 10— y su colesterol LDL había caído a 122, todavía por encima del umbral deseado incluso con esa dosis tan alta.

La primavera siguiente, la Casa Blanca informó que el LDL de Trump había caído por debajo de 100, aunque su peso era de 110,6 kilogramos.

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En un registro de ingreso en 2023 en la cárcel del condado de Fulton, en Atlanta, que se hizo cuando Trump fue acusado de fraude electoral en Georgia, figuraba su peso como 97 kilos, pero no se le pesó en la cárcel y sus ayudantes pusieron la cifra en el formulario.

La actualización más reciente de la salud de Trump llegó en una carta de tres párrafos de un nuevo médico personal, Bruce A. Aronwald, en noviembre de 2023, cuando la campaña de las primarias republicanas se estaba calentando. Elogió a Trump dos veces por la “reducción de peso”, pero no dijo cuánto pesaba ni dio detalles sobre medicamentos o resultados numéricos de ninguna prueba, solo señaló que estaban “bastante dentro del rango normal”, “excelente” y “excepcional”.

En lo que respecta a la salud cardiaca, Trump cuenta con algunos factores a su favor: no tiene antecedentes de tabaquismo ni de alcoholismo ni padece diabetes. Pero los cardiólogos coinciden en que la salud de un paciente de 78 años con un historial de colesterol muy alto no puede evaluarse adecuadamente usando mediciones de hace más de cuatro años.

El padre de Trump padecía alzhéimer. Trump ha dicho en repetidas ocasiones que “superó” las pruebas cognitivas —la última vez en agosto—, pero no ha publicado ninguna documentación.

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Jackson dijo en 2018 que Trump tomó la Evaluación Cognitiva de Montreal, o MoCA, una prueba común de detección de 10 minutos para buscar demencia manifiesta. Se les pide a los participantes que reciten cinco palabras en orden y las repitan más tarde; que identifiquen un camello; y que dibujen un reloj que represente las 11:10, entre otras cosas.

Ofrece una visión general de varios dominios de la cognición —memoria a corto plazo, función ejecutiva, función espacial, orientación y lenguaje—, pero no proporciona una medida detallada de ninguno de estos, según los expertos.

“No es raro ver a personas que tienen deterioro cognitivo leve tener un puntaje normal en el MoCA, pero, por la historia y la observación de otros, tienen problemas cognitivos”, dijo Jason Karlawish, experto en neurología y envejecimiento de la Universidad de Pensilvania. “Y es solo cuando un clínico realiza pruebas más detalladas que revela problemas como con la función ejecutiva”.

En el debate de Trump contra Biden este año, la actuación de Biden fue la que se comentó ampliamente, incluso por parte de sus aliados, por mostrar signos de envejecimiento. Jeffrey Kuhlman, quien fue médico de la Casa Blanca para los presidentes Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama, dijo que el debate más reciente de Trump contra la vicepresidenta Kamala Harris mostró que “no hay razonamiento, no está asimilando conceptos nuevos, no está formando argumentos basados en lo que ella está diciendo. Se limita a escupir de memoria”.

Kuhlman, quien tiene un libro de próxima publicación sobre la salud de los presidentes —el cual incluye un capítulo sobre los requisitos físicos y mentales de un presidente—, dijo que creía que los presidentes y los candidatos presidenciales deberían someterse a una evaluación neurocognitiva en profundidad, administrada por especialistas independientes, que se repita periódicamente a lo largo del mandato y se haga pública.

Dijo que una prueba de referencia también sería útil si ganara la vicepresidenta Kamala Harris, dado que tendría 68 años al final de un segundo mandato.

“Si hay un área que necesita estar al 100 por ciento en un presidente—en especial el presidente de Estados Unidos—, es la función cognitiva”, dijo Anand Kumar, experto en psiquiatría geriátrica de la Universidad de Illinois, campus Chicago.

Hasta hace poco, el presidente Ronald Reagan dominaba los debates sobre el riesgo de deterioro cognitivo entre los presidentes que envejecen. A Reagan se le diagnosticó alzhéimer seis años después de que dejó el cargo, pero sus colaboradores han afirmado que detectaron los primeros síntomas cuando aún era presidente.

Millones de personas han visto el video del momento en que Trump se agarró la oreja, se tiró al suelo y salió con la cara ensangrentada.

Pero el equipo de Trump ha proporcionado poca información sobre lo que ocurrió a continuación, lo que hace difícil comprender cualquier implicación a largo plazo.

Trump ha dicho públicamente que no sufre estrés postraumático ni otros efectos duraderos del intento de asesinato, el primero de los dos a los que se ha enfrentado en los últimos tres meses.

Cuando creyó ver a alguien que se acercaba al escenario en un mitin en Long Island, Nueva York, a principios de este mes, pareció admitir una respuesta de lucha o huida, ya que interrumpió sus propios comentarios sobre los impuestos para describir la ansiedad.

“Pensé que era un matón que se acercaba”, dijo. “Saben que tengo un pequeño problema de espasmo, ¿verdad?”.

Erika Felix, psicóloga y profesora de psicología clínica en la Universidad de California en Santa Bárbara, afirmó que esa hipervigilancia es muy común en personas que han sufrido violencia recientemente, junto con otros síntomas como dificultad para dormir, sensación de sobresalto o nerviosismo, o recuerdos intrusivos del suceso.

“Para mucha gente, eso se disipa de forma natural con el tiempo”, dijo. “Ahora, él tuvo una segunda, así que eso aumenta potencialmente el riesgo de más reacciones a largo plazo. Pero también tenemos tratamientos muy buenos. No tiene por qué convertirse en una afección incapacitante o inhabilitante ni mucho menos”.

Históricamente, la mayoría de los candidatos presidenciales han hecho públicos sus historiales médicos para garantizar a los votantes que son aptos para el cargo, aunque no hay ninguna norma que los obligue a hacerlo. Harris, de 59 años y candidata demócrata, aún no ha hecho pública ninguna información médica personal.

Trump tiene un largo historial de feroz protección de su información médica personal. Después de que su médico personal de toda la vida, Harold N. Bornstein, reveló que Trump estaba tomando un medicamento para promover el crecimiento del cabello, los ayudantes del presidente organizaron “una redada” en su oficina para eliminar todos los registros médicos de Trump, dijo.

Cuando Trump fue hospitalizado con COVID en octubre de 2020, un momento en que miles de estadounidenses estaban muriendo cada semana a causa de la enfermedad, el gobierno de Trump minimizó seriamente la gravedad de su infección, negándose en repetidas ocasiones a decir si había recibido oxígeno suplementario y otro tratamiento antes de confirmar al final que sí. Personas con conocimiento de su salud dijeron más tarde que había padecido infiltrados pulmonares, que contienen sustancias como líquido o bacterias, así como bajos niveles de oxígeno en sangre y otros signos de enfermedad aguda.

Mark Meadows, jefe de personal de Trump, escribió más tarde en su libro que Trump había dado positivo por COVID tres días antes de su primer debate presidencial con Biden, no después, y que su nivel de oxígeno en la sangre había bajado a un nivel tan peligroso que los miembros del personal se estaban preparando para una estancia presidencial en el hospital que podía durar “semanas, tal vez más”.

Como vicepresidenta, Harris también se ha sometido a un reconocimiento médico anual en la Unidad Médica de la Casa Blanca. Pero el público no ha visto sus resultados básicos: altura, peso, presión arterial, análisis de laboratorio, historial de mamografías y otras pruebas de detección del cáncer.

c.2024 The New York Times Company

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