Estos son los trucos para combatir la crisis climática en Malaui

Manufactura de un contenedor para maíz en el poblado de Choumba, Malaui, el 24 de marzo de 2023. (Khadija Farah/The New York Times)
Manufactura de un contenedor para maíz en el poblado de Choumba, Malaui, el 24 de marzo de 2023. (Khadija Farah/The New York Times)

Cuando se trata de cultivar alimentos, algunos de los agricultores más pequeños del mundo se están convirtiendo en unos de los más creativos. Por ejemplo, Judith Harry y sus vecinos, quienes están sembrando chícharos para dar sombra a sus tierras y protegerlas de un sol más caliente y abrasador. También plantan hierba vetiver para mantener a raya las inundaciones.

Están resucitando antiguos cultivos, como el mijo y el olvidado ñame, y plantando árboles que fertilizan el suelo de manera natural. Algunos están abandonando un legado del colonialismo europeo, la práctica de plantar hileras e hileras de maíz y saturar los campos con fertilizantes químicos.

“Si un cultivo fracasa, otro podría prosperar”, afirmó Harry, que abandonó la tradición de sus padres de cultivar solo maíz y tabaco y agregó cacahuate, girasol y soya a sus campos. “Eso podría salvar tu temporada”.

Harry y sus vecinos de Malaui, un país de 19 millones de habitantes que se dedican en su mayoría a la actividad agrícola, no son los únicos que se enfrentan a los riesgos climáticos. Los agricultores de subsistencia de otras partes del mundo multiplican su despliegue de innovaciones tipo “cultiva de todo a ver qué pega”.

Esto surgió a partir de una necesidad.

Eso se debe a que dependen del clima para alimentarse y este ha sufrido alteraciones durante 150 años de emisiones de gases de efecto invernadero producidas principalmente por los países industrializados del mundo.

Chrispin Kampala, jefe de la aldea y agricultor principal, sostiene cacahuates, un cultivo comercial que también puede beneficiar al suelo, en su granja de la aldea de Choumba, Malaui, el 23 de marzo de 2023. (Khadija Farah/The New York Times)
Chrispin Kampala, jefe de la aldea y agricultor principal, sostiene cacahuates, un cultivo comercial que también puede beneficiar al suelo, en su granja de la aldea de Choumba, Malaui, el 23 de marzo de 2023. (Khadija Farah/The New York Times)

Las sequías abrasan sus suelos; las tormentas los golpean con ganas; los ciclones, que antes eran poco frecuentes, ahora son habituales. A ello se añade la escasez de fertilizantes químicos, que la mayoría de los países africanos importan de Rusia (que en estos momentos está en guerra) y además se devaluó la moneda nacional.

Todo eso a la vez. A los agricultores de Malaui no les queda más remedio que salvarse del hambre.

El maíz, la fuente principal de calorías en toda la región, está en apuros.

En Malaui, las sequías, los ciclones, el aumento de las temperaturas y las lluvias irregulares afectaron la producción de maíz. En toda África meridional, las perturbaciones climáticas mermaron las cosechas de maíz y, si las temperaturas siguen subiendo, se prevé que disminuirán aún más.

“El suelo ya no es fértil”, afirmó Harry.

Rendirse no es una opción. No hay seguros a los que recurrir, ni sistemas de riego para cuando las lluvias escasean.

Así que se hace lo que se puede. Experimentas. Tomas el azadón e intentas hacer diferentes tipos de surcos para salvar tu huerto de plátanos. Compartes el estiércol con tus vecinos que han tenido que vender sus cabras en tiempos difíciles. Pasas a desayunar atole de soya en lugar de la harina de maíz a la que estabas acostumbrado.

No hay garantía de que estos trucos sean suficientes. Eso quedó bastante claro en marzo, cuando el ciclón Freddy azotó el sur de Malaui y dejó caer seis meses de lluvia en seis días. Arrasó cultivos, casas, personas y ganado.

Aun así, hay que seguir adelante.

“Rendirse significa quedarse sin alimento”, señaló Chikondi Chabvuta, bisnieta de agricultores que ahora es consejera regional del grupo de ayuda internacional CARE. “Solo tienes que adaptarte”.

Y, por el momento, debes hacerlo sin mucha ayuda. El financiamiento mundial para ayudar a los países pobres a adaptarse a los riesgos climáticos es una pequeña parte de lo que se necesita, según las Naciones Unidas.

Crisis en el país del maíz

Los padres de Alexander Mponda cultivaban maíz. Todos lo hacían, incluso el presidente fundador de Malaui, Hastings Kamuzu Banda, un líder autoritario que gobernó durante casi 30 años. Él fue quien impulsó a Malaui a modernizar la agricultura y el maíz se consideraba moderno, el mijo no.

Proliferaron las semillas híbridas y se subvencionaron los fertilizantes químicos,

Los colonizadores ingleses habían promovido el maíz mucho tiempo antes. Era una fuente fácil de calorías para la mano de obra de las plantaciones. El mijo y el sorgo, que antes se consumían de manera extendida, perdieron mercado. El ñame prácticamente desapareció.

El tabaco se convirtió en el cultivo principal que se utilizaba como dinero corriente. Se secaba, molía y cocinaba como harina de maíz, y ahora se conoce en Malaui como nsima, en Kenia como ugali, en Uganda como posho (que quizá se deriva de la porción de atole de maíz que se repartía entre los presos en la época colonial).

Por lo tanto, Mponda, de 26 años, cultiva maíz, pero ya no depende solo de este cultivo. El suelo está deteriorado a causa de décadas de monocultivo. Las lluvias no llegan a tiempo. Este año, los fertilizantes tampoco.

“Nos vemos obligados a cambiar”, afirmó Mponda. “Apegarse a un solo cultivo no es benéfico”.

Se calcula que la superficie total dedicada al maíz en el distrito de Mchinji, en el centro de Malaui, ha disminuido un 12 por ciento este año en comparación con el anterior, según el departamento agrícola local, principalmente debido a la escasez de fertilizantes químicos.

Mponda forma parte de un grupo local llamado Farmer Field Business School que hace experimentos en una parcela minúscula. En un surco, sembraron dos plántulas de soya una junto a otra. En el siguiente, una. A algunos surcos se les trató con estiércol, a otros no. Se pusieron a prueba dos variedades de cacahuate.

El objetivo es ver por sí mismos qué funciona y qué no.

Mponda ha estado cultivando cacahuate, un cultivo comercial que también es bueno para el suelo. Este año plantó soya. En cuanto a su hectárea de maíz, le dio la mitad de una cosecha normal.

Muchos de sus vecinos plantan camote, o batata. En todo el país se han iniciado experimentos similares dirigidos por agricultores.

Malaui ha sufrido sequías recurrentes en algunos lugares, lluvias extremas en otros, temperaturas en aumento y cuatro ciclones en tres años. Como en el resto del África subsahariana, el cambio climático ha mermado la productividad agrícola, y un estudio reciente del Banco Mundial advierte que las perturbaciones climáticas podrían contraer la ya frágil economía de la región entre un 3 y un 9 por ciento de aquí a 2030. La mitad de su población ya vive por debajo del umbral de la pobreza.

El 80 por ciento no tiene acceso a la electricidad; no tiene autos ni motocicletas. Los subsaharianos son causantes de apenas el 3 por ciento de los gases que calientan el planeta y se han acumulado en la atmósfera.

Es decir, tienen poca o ninguna responsabilidad en el problema del cambio climático.

Los agricultores pequeños de un país pequeño no pueden hacer mucho si los mayores contaminadores del clima del mundo, encabezados por Estados Unidos y China, no reducen sus emisiones.

“En algunas regiones del mundo no será posible cultivar alimentos ni criar animales”, aseveró Rachel Bezner Kerr, profesora de la Universidad de Cornell que lleva más de 20 años trabajando con agricultores de Malaui. “Eso si seguimos en nuestra trayectoria actual”.

Las semillas autóctonas

A sus 74 años, Wackson Maona es lo bastante mayor como para recordar que en el norte, donde vive, cerca de la frontera con Tanzania, solía haber tres ráfagas cortas de lluvia antes de que empezara la estación lluviosa. Las primeras eran las lluvias que se llevaban las cenizas de los campos desbrozados tras la cosecha.

Esas lluvias desaparecieron.

Ahora, las lluvias pueden empezar tarde o terminar pronto, o pueden durar meses sin parar; además, los cielos ya son un misterio, por eso Maona cuida mucho la tierra.

Maona se niega a comprar nada. Siembra las semillas que guarda. Alimenta la tierra con abono que produce a la sombra de un viejo árbol de mango (que él llama su “oficina”) y luego agrega estiércol de sus cabras, que ayuda a mantener la humedad en el suelo.

Su campo parece un jardín del caos. Los chícharos crecen tupidos bajo el maíz y protegen la tierra del calor. Las enredaderas de calabaza se arrastran por el suelo. La soya y la mandioca se siembran juntas, al igual que los plátanos y los frijoles. Un ñame trepador da frutos un año tras otro. En su campo tiene árboles altos, cuyas hojas caídas sirven como abono, y árboles bajos cuyas flores son pesticidas naturales.

“Todo es gratis”, dijo. Es la antítesis de la agricultura industrial.

Sembrar varios árboles y cultivos en una misma parcela suele llevar más tiempo y trabajo, pero también puede servir como una especie de seguro.

‘Aquí tenemos historia’

El ciclón hizo que la propia familia de Chabvuta tuviera que tomar una decisión dolorosa.

La tormenta azotó la casa que había construido su abuelo, en la que había crecido su madre y donde Chabvuta había pasado las vacaciones de su infancia; inundó los campos y se llevó seis cabras. Su tío, quien vivía ahí, quedó destrozado.

Fue un golpe duro porque él siempre había sido el más resiliente. Cuando un ciclón anterior derribó una pared de la casa, presionó a la familia para reconstruirla. Cuando perdió su ganado, no se inmutó. “Solía decir: ‘Aquí tenemos historia’”, recordó. “Este año dijo: ‘Me rindo’”.

Ahora, la familia busca comprar tierras en un pueblo más alejado de la ribera, para protegerse de la próxima tormenta, que saben que es inevitable.

“No podemos seguir insistiendo en vivir ahí”, afirmó Chabvuta. “Por mucho que tengamos recuerdos muy queridos, es hora de abandonarlo”.

c.2023 The New York Times Company