Una toma de rehenes, un gas venenoso y un rescate trágico: la noche en que los chechenos coparon un teatro de Moscú
Cuando el líder separatista checheno Movsar Baráyev tomó el teatro Dubrovka de Moscú junto con medio centenar de guerrilleros armados con granadas, explosivos y fusiles, aquel miércoles 23 de octubre de 2002, en Rusia todos temieron lo peor.
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Los terroristas coparon el lugar y exigieron el retiro de las tropas rusas de Chechenia como condición para no asesinar a los rehenes. Sin embargo, la demanda era imposible de cumplir.
Dentro de la sala había más de 900 personas, entre artistas y espectadores. Luego de tres días de negociaciones, el desenlace fue cruento y más de 130 rehenes murieron durante la irrupción al teatro de las fuerzas de seguridad rusas.
El hecho conmocionó al mundo entero y puso en alerta a los líderes europeos, quienes miraban desde lejos cómo la guerra civil en Chechenia llegaba hasta el centro de la Federación Rusa gobernada por el hombre fuerte del momento, Vladimir Putin.
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El terrorismo volvía a golpear el corazón de una capital y se ensañaba con víctimas civiles. En paralelo, la respuesta de las fuerzas de seguridad, planificada al detalle, no salió como se esperaba. Casi la totalidad de las víctimas murieron asfixiadas por un gas adormecedor que introdujeron agentes especiales del Servicio Federal de Seguridad (FSB) dentro de la sala principal del teatro Dubrovka.
La guerra chechena en Moscú y una vecina heroica
Desde que Boris Yeltsin le entregó el poder a Putin, el 31 de diciembre de 1999, el conflicto con la República de Chechenia comenzó a recrudecer, Moscú sufrió una serie de atentados con bomba que se adjudicaron los separatistas de origen islámico y las tropas rusas comenzaron una ofensiva que se denominó Segunda Guerra Chechena (1999-2009).
El copamiento del teatro Duvrovka se dio en un contexto de bombardeos rusos sobre la capital chechena Grozni, mientras seguían surgiendo denuncias sobre atrocidades cometidas por las fuerzas de ocupación contra las milicias independentistas.
Durante el primer día, los militantes chechenos liberaron a cerca de doscientos rehenes, principalmente niños, mujeres embarazadas y extranjeros, y dijeron que estaban dispuestos a ejecutar a cualquier persona que los enfrentara, como finalmente sucedió con Olga Romanova, quien al principio se creyó que era una rehén cuando en realidad era una vecina que ingresó al teatro por sus propios medios para increpar a los terroristas.
Cuando Romanova entró al Dubrovka, infiltrándose por las vallas de seguridad entre policías y militares, pidió hablar con el líder de los chechenos. “Lleguemos a un acuerdo, basta de jueguitos, ¡liberen a los niños!”, dijo y enseguida se dirigió a los rehenes, a los gritos, para que se amotinen: “No les teman”.
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Las mujeres que acompañaban a los guerrilleros, ataviadas con prendas musulmanas y bombas en sus pechos, pidieron asesinarla rápidamente. Olga fue arrastrada hacia un lugar fuera de la vista de los rehenes y, en un vestíbulo oscuro, fue ejecutada con tres disparos de Kalashnikov.
Su muerte ocurrió el jueves 24 de octubre y el ambiente tanto dentro del teatro como en la calle, que estaba repleta de fuerzas especiales rusas, se ponía cada vez más tenso. Se había permitido el ingreso de agua y comida, y de algunos negociadores, pero aún así todo indicaba que la situación iba de mal en peor.
Al día siguiente, una periodista rusa, Anna Politkovskaya, experta en el conflicto de Chechenia, entró al teatro para negociar con el jefe de los secuestradores, Movsar Barayev. Los terroristas habían dado un ultimátum de cuatro horas, y en el caso de que las tropas rusas no se retiraran de Chechenia, amenazaron con ejecutar a los rehenes. Ellos sabían que su demanda era irrealizable, pero estaban dispuestos a morir.
“Están dispuestos a matar, pero no ya mismo”, dijo Politkovskaya cuando salió del teatro. “Afirman que lo harán, pero no a las 6, sino a las 10″, agregó la periodista quien, el 7 de octubre de 2006, fue asesinada de cuatro disparos dentro del ascensor del edificio en el que vivía. De acuerdo con el libro de Hinde Pomeraniec, “Los rusos de Putin”, nunca se supo quiénes la mataron: Anna tenía muchos enemigos.
Pero en la noche del viernes la decisión de recuperar el edificio por la fuerza estaba tomada. Los chechenos habían ejecutado a un militar que propuso ser intercambiado por algunos rehenes, y también habían asesinado a un hombre llamado Gennady Vlakh, que en su desesperación por encontrar a su hijo entre los secuestrados había ingresado al teatro. Los rebeldes lo mataron creyendo que era un infiltrado de las fuerzas de seguridad rusas.
La espera para recuperar el teatro era insostenible. Había que actuar.
La irrupción de las fuerzas especiales del FSB se dio antes del amanecer del sábado, luego de haber insuflado dentro del teatro por distintos conductos de ventilación un agente químico adormecedor, presumiblemente un gas a base de opio. La naturaleza química del tóxico nunca fue revelada por el gobierno ruso.
Cuando las tropas especiales asaltaron el teatro, la mayoría de las personas estaban desmayadas, tanto rehenes como guerrilleros, pero algunos tenían máscaras antigás y presentaron resistencia. Entre la confusión, algunos rehenes lograron escapar y se cree que entre ellos también algunos terroristas.
Cuando la situación estuvo controlada, los emergentólogos y asistentes comenzaron a evacuar a los rehenes desmayados y los apilaron en la vereda; luego fueron llevados en ambulancias y micros hacia los hospitales más cercanos, pero muchos ya estaban sin vida. Habían muerto asfixiados por el gas venenoso.
“Entre los rehenes muertos uno de ellos murió por herida de bala, y los demás a causa de un gas especial”, dijo Andrei Seltovski, jefe del Comité de Salud de Moscú. Más tarde se confirmó que fueron dos los secuestrados muertos por disparos, uno de ellos en el acto y el segundo en la unidad de reanimación.
Evgueni Evdokimov, anestesista en jefe de Moscú, precisó que el gas utilizado por las fuerzas especiales era una sustancia narcótica que en dosis importantes provocaba la pérdida del conocimiento, problemas de respiración y muerte.
Las autoridades rusas confirmaron que todos los terroristas habían sido ejecutados e insistieron en que su arma secreta no era letal, aún cuando al menos 128 rehenes habían muerto por el misterioso gas. “Si fuera tan inofensivo, ¿por qué la fórmula es un secreto de Estado?”, dijo Svetlana Gubareva, rehén del Dubrovka, a la BBC.
Los médicos dijeron que, si hubieran sabido de antemano qué tipo de gas era el que habían dispersado por la sala, podrían haber proporcionado a las víctimas algún antídoto que las salvara de la muerte.
Diecinueve años después, la naturaleza química del gas empleado en el teatro de Moscú sigue siendo un misterio.