De tiempo y circunstancias | Hoy celebramos un grito de rebelión, no de independencia

Es 15 de septiembre y los preparativos en Palacio Nacional y el Zócalo van a todo vapor. Desde ayer los soldados entraron en Catedral sin aviso previo y las buenas conciencias se escandalizaron; pero no pasó nada. Hoy por la noche, el presidente dará el grito y la multitud coreará los vivas a México. Se celebra el cumpleaños de la nación.

Hace diez años celebramos, un día como hoy, el segundo centenario del nacimiento de nuestro país; pero celebramos una mentira, pues nuestro país no cumplía 200 años ese día, sino 189 años. Lo que se cumplía eran los 199 años con 364 días de que Hidalgo dio el grito en Dolores, pero no un grito de independencia, sino de rebelión. Lo que digo tiene fundamento, y si quiere usted conocerlo, regáleme unos minutos de su tiempo.

Para comprender la Independencia mexicana hay que entender la situación de la Nueva España en los albores del siglo XIX. España había sido el país más grande e importante del mundo. Tenía dominios en todos los continentes. La administración y el control del imperio se sufragaba con la plata que venía de Nueva España (México). La Colonia no protestaba, pues fue fundada bajo la Doctrina del Derecho Divino, que dice:

“El derecho de un rey y su descendencia para gobernar en un territorio es ungido por Dios. Así en el plan de Dios esa familia real fue destinada a ese pueblo”.

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En el orden divino de la Colonia había españoles, criollos, indios y negros. En esta división, los españoles y criollos eran “gente de casta limpia”; los indios, “gente sin razón”, y los negros, “infames por derecho”. Los indios trabajaban comiendo lo menos posible, los blancos cobraban por el trabajo de los indios lo más posible, y el odio entre las castas sentaba sus reales. La institución encargada de administrar esto era La Encomienda, que asignaba los indios al encomendero en una forma disimulada de esclavitud.

En 1808, Carlos IV, el rey España, decidió aliarse con Napoleón. Cuando Carlos IV abdicó a favor de su hijo Fernando VII, el corso se apoderó a la mala del trono español, poniendo en este a José Bonaparte. El trono estaba ocupado por un usurpador. Dogma y Derecho Divinos habían sido violentados.

La Nueva España se vio en un dilema. La lealtad al rey o la obediencia a la nueva administración, y surgieron dos bandos. Uno pregonaba no hacer olas y dejar las cosas como estaban; el otro, adherirse a la guerra de resistencia y rescatar al rey. Liberar a Fernando VII, para los novohispanos, era un asunto de superior importancia, y esa fue la causa por la que el cura Hidalgo se levantó en armas.

Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla Gallaga Mandarte y Villaseñor, a quien la historia conoce como “el cura Hidalgo”, fue un alumno brillante del seminario Jesuita. Después de varios puestos religiosos llegó a la parroquia de Dolores, donde llevó una vida discreta y se dedicó a sus pasiones, que eran la música, el baile, el teatro, el juego y las mujeres. Ah, y también las conspiraciones. Esta última habría de costarle la vida.

SIGLOS DE RENCOR ACUMULADO

En Querétaro se reunía con un grupo de gente comprometida con la causa del rey de España. Los más prominentes eran el corregidor de Querétaro, Miguel Domínguez, y su esposa, doña Josefa. La conspiración fue descubierta y el cura no tuvo más remedio que levantarse en armas el 16 de septiembre de 1810. Los detalles de este episodio son confusos, pues hay varias versiones de lo que sucedió. Se sabe que era día de mercado, que Hidalgo dijo que la ciudad de México se iba a rendir a los franceses y que debían levantarse para defender a la Iglesia y al rey. Además, gritó “viva Fernando Séptimo y muera el mal gobierno”.

Los indios de inmediato se apuntaron en la milicia. El padre Hidalgo hizo de la Virgen su estandarte y marchó con su tropa hacia San Miguel el Grande. Al llegar, los insurgentes arrasaron con todo lo que oliera a español. La sed de venganza cobijó los peores excesos. Quedó claro que mientras los mandos del ejército insurgente peleaban por Dios y por su rey, al grueso del ejército lo animaban siglos de rencor acumulado en contra de los amos españoles.

De San Miguel el Grande, las tropas marcharon hacia Celaya, luego a Guanajuato; ciudades y poblaciones fueron cayendo una, a una, hasta llegar a las puertas de ciudad de México. Hidalgo venía con un ejército de más de 40,000 hombres, y mandó un emisario pidiendo la rendición de la plaza. La plaza no se rindió, la victoria era casi segura; pero algo sucedió en la mente del sacerdote que prefirió retirase antes que pelear la batalla decisiva, y su suerte quedó echada. En marzo del año siguiente el cura fue preso y en junio, fusilado. La guerra de resistencia contra los usurpadores franceses había terminado; sin embargo, para los novohispanos fue evidente que había un futuro sin el yugo español y un caudillo, José María Morelos, logró encabezar y fortalecer lo que quedaba del movimiento.

Morelos es la figura más relevante de nuestra Independencia. El carisma de Hidalgo cautivó a Morelos, quien ingresó en el ejército como oficial y cambió el movimiento insurgente de una guerra de resistencia por el de una guerra de independencia. Entre sus proclamas, la más significativa son los Sentimientos de la Nación, que se compone de 23 postulados. El primero declara la liberación de América, aun no se ha propuesto el nombre de México, sigue la obligatoriedad del culto católico, más adelante la abolición de la esclavitud y de las castas; consagra el 12 de diciembre como día de la Virgen de Guadalupe y se designa el 16 de septiembre como la fiesta nacional del grito de Independencia.

La habilidad estratégica de Morelos para vencer en el combate le ganó el apodo del “monstruo del sur”. Su racha favorable tuvo un revés en 1813 en Valladolid, lo que hoy es Morelia. Al llegar a las orillas, Morelos mandó un emisario a exigir la rendición de la plaza, advirtiendo que de no hacerlo arrasarían con la ciudad. Por toda respuesta recibió una descarga de artillería pesada. Cuando el sol se ocultaba, el comandante de la plaza mandó al coronel Agustín de Iturbide a atacar los flancos insurgentes. Iturbide cargó sobre el centro del campamento y puso a los insurgentes en desbandada. Esa acción tuvo el mérito de mostrarle al ejército realista que Morelos no era invencible y su prestigio se despeñó. Después de esta batalla comenzó a huir.

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MORELOS LE OFRECIÓ TEXAS A ESTADOS UNIDOS

Los insurgentes formaron un congreso con Morelos al frente al que llamaron Congreso de Anáhuac. Este se reunió en Apatzingán y ahí se firmó la primera Constitución del Territorio de la América Mexicana. Esta se basó en los Sentimientos de la Nación. Ahí también le ofrecieron a Morelos el título de alteza serenísima, el cual rechazó, pero pidió que se le diera el de siervo de la nación.

En 1814 los rebeldes habían sufrido muchas derrotas y buscaban angustiosamente el apoyo de los estadounidenses. Morelos despachó dos agentes para entrevistarse con el presidente Madison y en su desesperación ofreció la promesa de cederles la provincia de Texas si lo apoyaban en su lucha.

Los estadounidenses estaban sumidos en una guerra con Canadá. De modo que no querían queso, sino salir de la ratonera y se declararon neutrales en el conflicto.

Morelos decidió mudar su congreso a Tehuacán, Puebla, e inició el peregrinaje. pero el 5 de noviembre en Temalac los realistas lo apresaron para después sacrificarlo. El 15 de diciembre los realistas arrestaron a los líderes del congreso y el movimiento independentista quedó disuelto. El ejército se desperdigó, solo quedó en el sur un contingente independentista encabezado por el Gral. Vicente Guerrero. La estatura moral de Morelos en el movimiento es enorme, pero las condiciones no estaban dadas para que consumara la independencia. Habría que esperar seis años más para ello.

Una cadena de eventos en España vino a precipitar la situación. La monarquía absoluta se hizo monarquía constitucional y todas las provincias tuvieron representación en las cortes; pero las cortes resolvieron negar toda posibilidad de autonomía o independencia a los americanos. La independencia mexicana se volvió imperiosa.

Mientras tanto, en México el virrey Juan Ruiz de Apodaca decidió barrer a los rebeldes. Apodaca necesitaba un militar efectivo, y quién mejor que el coronel Agustín de Iturbide. El coronel salió victorioso de casi todas las campañas en las que intervino. Su prestigio, garantizaba el éxito de la misión; el virrey ignoraba que D. Agustín había llegado a la conclusión de que la independencia del país era indispensable. España había sido rebasada, sin entender los nuevos tiempos, y la pujanza de la Colonia debía llevar al territorio de la América Septentrional al lugar que le estaba destinado. Largo había cavilado Iturbide sobre esto y había ideado una forma de lograrlo y de convertirse en el artífice de esta. De manera que el encargo del virrey le cayó como anillo al dedo.

En noviembre de 1821 Iturbide marchó hacia el sur. El coronel suponía que, al derrotar a Guerrero, las cosas se precipitarían para su causa, pero a manera de saludo, D. Vicente le mató a cien soldados y luego diezmó sus expediciones. El instinto militar de Iturbide lo llevó a un razonamiento simple: cuando no puedas con tu enemigo, únete a él.

El 10 de enero de 1821 Iturbide mandó una carta lisonjera a Guerrero. En ella lo invitaba a poner sus fuerzas a las órdenes del gobierno garantizándole un perdón universal y una renta jugosa, además le pedía mandar un representante a Chilpancingo para confirmar su oferta, lo que garantizaría la seguridad de este. La carta además advertía que, de no aceptar su oferta, no tendría más remedio que redoblar los esfuerzos para combatirlo hasta que no quedara un insurgente con vida. En pocas palabras, o te unes a mí o te parto tu mandarina en gajos. Guerrero ya le había desgajado la mandarina a Iturbide varias veces, de manera que la amenaza cayó en el terreno de la fanfarronería y no mordió el anzuelo. Pero la misiva era demasiado cortés a su persona y D. Vicente vicenteó en ella posibilidades para su causa.

EL ABRAZO DE ACATEMPAN

Contestó con otra carta e Iturbide vio la rendija por la que se podía colar. Replicó con otra carta. En ella le daba a Guerrero tratamiento de amigo y lo invitaba a Chilpancingo a dialogar; dejando ver que ahí, de amigo a amigo, le haría saber sus verdaderas intenciones. Guerrero mandó a José de Figueroa a cerciorarse de las intenciones del coronel. Ahí Iturbide se quitó la máscara y le dijo a Figueroa que, si las fuerzas de ambos se unían, la libertad sería una realidad para México y que en el México independiente no habría ni discriminación, ni castas, que todos los mexicanos serían iguales y tendrían los mismos derechos.

El 10 de febrero, Guerrero se reunió con Iturbide y sellaron su pacto con un abrazo en Acatempan. El nuevo ejército se llamó Ejército de las Tres Garantías.

Pero una cosa era tener a los rebeldes de su lado y muy otra convencer y unificar a todos los intereses en el fin común de la Independencia. Para esto, Iturbide emitió El Plan de Iguala, que en su primer artículo le prometía a la Iglesia católica y a su grey la unidad de culto religioso en el país y la integridad de los bienes eclesiásticos.

El segundo artículo prometía la Independencia completa de España y, el tercero, prometía que el gobierno sería una monarquía constitucional, ofreciendo el trono a Fernando VII y, en caso de que este lo rechazase (que era lo más probable), una junta se encargaría de la regencia en tanto se encontraba un emperador con el perfil adecuado para el país.

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El Plan de Iguala daba la seguridad en sus bienes a todos los grupos por igual.

Cuando Apodaca se enteró puso el grito en el cielo, pero la campaña del ejército de las Tres Garantías fue arrasadora y las plazas se entregaban sin oponer resistencia. Apodaca fue obligado a renunciar y en su lugar quedó el mariscal Francisco Novella.

Después de conquistar Veracruz, Iturbide emprendió la marcha sobre México. En el camino recibió una carta del teniente general Juan de O’Donojú. En ella le informaba que era enviado de Fernando VII con el título de capitán general y jefe político de la nueva España. O´Donojú se percató de que la causa de la Nueva España estaba perdida, y que lo más conveniente era encontrar una salida decorosa para el Imperio. Pidió entrevistarse con Iturbide, y se encontraron en la ciudad de Córdoba. Ahí, el 24 de agosto de 1821 se firmó el Tratado de Córdoba, que incorporaba los puntos del Plan de Iguala, y en el que España reconocía la independencia del territorio de la Nueva España, que en adelante se llamaría Imperio Mexicano. Novella opuso resistencia, pero al final, convencido de la identidad de O´Donojú, capituló.

El 27 de septiembre de 1821 el Ejército Trigarante entró triunfalmente en la ciudad. El 28 se firmó el acta de Independencia de México. Agustín de Iturbide había logrado la mayor empresa de su vida: la consumación de la independencia del Imperio Mexicano.

De manera que el 28 de septiembre de 2021 se cumplirá el verdadero bicentenario de nuestro querido México, y el 16 de septiembre y no el 15 se celebra el aniversario del Grito de Dolores. Lo del 15 de septiembre fue una artimaña del Gral. Porfirio Díaz, que siendo presidente de México ordenó adelantar un día la ceremonia del grito para que coincidiera con su cumpleaños.

Supongo, a estas alturas, que los resortes y engranes que movieron la gesta independiente han quedado relativamente claros. Lo que pasó después es otra historia, esa se las contaré el próximo 15 de septiembre.

VAGÓN DE CABÚS

Hoy se cumple un año de que Newsweek México, a través de Joel Aguirre A., me abrió las puertas de su revista. Han sido 12 meses de encontrarnos en este espacio. El saberlos, queridos lectores, en la lectura de mi trabajo trae a la memoria el poema Hermandad, de Octavio Paz:

Soy hombre: duro poco / y es enorme la noche. / Pero miro hacia arriba: / las estrellas escriben. / Sin entender comprendo: / También soy escritura / y en este mismo instante / alguien me deletrea.

Gracias por deletrearme.

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Salvador Casanova es historiador y físico. Su vida profesional abarca la docencia, los medios de comunicación y la televisión cultural. Es autor del libro La maravillosa historia del tiempo y sus circunstancias. Los puntos de vista expresados en este artículo son responsabilidad del autor.