Terror eterno: un cadáver de 400 años de antigüedad, encadenado a su tumba

Un cadáver con una hoz de hierro sobre el cuello.
Un cadáver con una hoz de hierro sobre el cuello. "La hoz debía cortar la cabeza de la mujer en caso de que intentara levantarse"

Si nos atenemos a los informes de la época, la Polonia del siglo XVII estaba plagada de renacidos, no vampiros exactamente, sino protozombis que acosaban a los vivos bebiéndose su sangre o armando un alboroto en sus hogares, lo cual era menos desagradable. Según un relato de 1674, un muerto se levantó de su sepultura para agredir a sus parientes; cuando la tumba se abrió, el cadáver tenía un estado de conservación antinatural y presentaba rastros de sangre fresca.

Este tipo de noticias eran tan frecuentes que se usó una amplia gama de remedios para evitar la reanimación de los cadáveres: arrancarles el corazón, clavarlos a sus tumbas, clavarles estacas en las piernas y abrirles las mandíbulas con ladrillos (para evitar que salieran mordisqueando). En 1746, un monje benedictino llamado Antoine Augustin Calmet publicó un tratado popular que hablaba, entre otras cosas, de cómo distinguir a los verdaderos renacidos de los fraudes.

Cuatro siglos después, los arqueólogos europeos han descubierto las primeras pruebas físicas de un presunto niño renacido. Mientras excavaban un cementerio colectivo sin marcar en las afueras del poblado de Pień, cerca de la ciudad polaca de Bydgoszcz, investigadores de la Universidad Nicolás Copérnico de Toruń, Polonia, desenterraron los restos de lo que se ha descrito ampliamente en las noticias como un “niño vampiro”. El cadáver, que se cree que tenía unos 6 años en el momento de su muerte, fue enterrado boca abajo, con un candado triangular de hierro bajo el pie izquierdo, quizá en un intento por asegurar al niño a la tumba y evitar que acechara a su familia y vecinos.

“El candado debía estar sujeto al dedo gordo del pie”, explicó Dariusz Polinski, arqueólogo en jefe del estudio, a través de un traductor. Tiempo después del entierro, la tumba fue profanada y se retiraron todos los huesos excepto los de la parte inferior de las piernas.

“El niño fue enterrado en decúbito prono para que, si volvía de entre los muertos e intentaba subir, mordiera la tierra”, señaló Polinski. “Que sepamos, es el único ejemplo de enterramiento infantil de este tipo en Europa”. Se hallaron los restos de otros tres niños en una fosa cercana a esta tumba. En la fosa había un fragmento de mandíbula con una mancha verde, que Polinski especula que fue provocada por una moneda de cobre colocada en la boca, una práctica funeraria antigua y común.

Manchas verdes en la mandíbula superior de la mujer. (Magdalena Zagrodzka vía The New York Times)
Manchas verdes en la mandíbula superior de la mujer. (Magdalena Zagrodzka vía The New York Times)

La necrópolis, un cementerio improvisado para los pobres y lo que Polinski llamó “almas abandonadas excluidas por la sociedad”, fue descubierta hace 18 años. No formaba parte de una iglesia ni, según los registros históricos locales, estaba en terreno consagrado. Hasta ahora, se han descubierto unas cien tumbas en el lugar, incluida una a solo unos metros de la del niño que albergaba el esqueleto de una mujer con un candado en el dedo del pie y una hoz de hierro sobre el cuello. “La hoz debía cortar la cabeza de la mujer en caso de que intentara levantarse”, explicó Polinski.

Los análisis químicos demostraron que la mancha verde de la boca no era de una moneda, sino de algo más complicado. El residuo contenía restos de oro, permanganato potásico y cobre que, según Polinski, podrían proceder de una poción preparada para tratar sus dolencias. La causa de la muerte de la mujer no está clara.

Según Martyn Rady, historiador del University College de Londres, no se puede decir que la mujer y el niño sean vampiros. Estos, dijo, son un tipo específico de renacidos. Sus características se definieron por primera vez en la década de 1720 por funcionarios de los Habsburgo austriacos, que se toparon con presuntos vampiros en lo que hoy es el norte de Serbia y redactaron informes que acabaron en las revistas médicas de la época.Tre

Tres características; y varios tipos

“Tenían muy claro que, en la leyenda popular local, el vampiro tenía tres características: era un renacido, se alimentaba de los vivos y era contagioso”, aseveró Rady. La definición austriaca trazó la mitología literaria del vampiro.

Las leyendas polacas presentan dos tipos de renacidos. El “upiór”, que más tarde fue sustituido por el “wampir”, es similar al Drácula cinematográfico, encarnado por Bela Lugosi. La estrige era más parecida a una bruja, “es decir, en el antiguo sentido de los cuentos de hadas, un espíritu o demonio femenino malévolo que se alimenta de humanos, comiéndoselos o bebiendo su sangre”, señaló Al Ridenour, folclorista que vive en Los Ángeles. En Pień, los habitantes en ocasiones se refieren a la mujer de la hoz como una estrige, un espectro que suele nacer con dos almas. “El alma malévola no encuentra descanso en la tumba, así que se levanta y causa estragos”, explicó Ridenour.

Dariusz Poliński, arqueólogo en jefe del equipo de la Universidad Nicolás Copérnico de Toruń, Polonia. (Instituto de Arqueología de Toruń vía The New York Times)
Dariusz Poliński, arqueólogo en jefe del equipo de la Universidad Nicolás Copérnico de Toruń, Polonia. (Instituto de Arqueología de Toruń vía The New York Times)

Ridenour señala la naturaleza turbulenta de la Contrarreforma en Polonia como causa de la persistencia de creencias paganas sobre los muertos vivientes. “Como reacción a los protestantes, la Iglesia Católica aumentó el dramatismo y la emoción, como puede verse en el arte barroco, en las pinturas de ‘memento mori’ y similares”, afirmó. Los sermones aumentaron su intensidad y fomentaron el miedo al diablo y a los demonios, lo que se tradujo en temor a los renacidos y a la reanimación de los muertos.

Hacia el final de la Edad Media, colocar candados en las tumbas se convirtió en una especie de tradición en Europa Central, sobre todo en Polonia, donde se han encontrado conjuntos de candado y llave en las tumbas de una treintena de necrópolis de judíos asquenazíes. En un cementerio judío del siglo XVI en Lublin, los candados de hierro se colocaban sobre sudarios, alrededor de la cabeza del difunto o, a falta de ataúd, sobre un tablón que cubría el cadáver. Hasta ahora, el depósito de Lutomiersk es el de mayor tamaño: de las 1200 tumbas investigadas, casi 400 contenían candados.

Aunque ahora el significado de este ritual es impreciso, un término talmúdico para tumba es “un candado” o “algo cerrado”, lo que ha llevado a algunos estudiosos a concluir que este simbolizaba “cerrar la tumba para siempre”. La práctica continuó en las comunidades judías de Polonia al menos hasta la Segunda Guerra Mundial. Kalina Skora, investigadora del Instituto de Arqueología y Etnología de la Academia Polaca de Ciencias de Lodz, aseveró que el objetivo, según los médicos de mediados del siglo XX, era “evitar que el muerto hablara, que dijera cosas malas o que hablara de este mundo en el otro mundo”.

A pesar de lo horripilante que parezca el tratamiento de estos supuestos renacidos, la creencia sirvió al menos para poner fin a sus vidas, a menudo melancólicas. Citando a Lugosi en “Drácula”: “Morir, estar muerto de verdad, debe ser glorioso”.

c.2023 The New York Times Company

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