'Terminé en esta pequeña isla': los migrantes aterrizan en un drama político

Luis Amador Castillo, de Venezuela, sentado frente al Centro de Recursos para Migrantes en San Antonio, Texas, el jueves 15 de septiembre de 2022. (Matthew Busch/The New York Times).
Luis Amador Castillo, de Venezuela, sentado frente al Centro de Recursos para Migrantes en San Antonio, Texas, el jueves 15 de septiembre de 2022. (Matthew Busch/The New York Times).

Hace pocos días, Ardenis Nazareth, recién llegado de Venezuela, estaba de pie en el estacionamiento de un McDonald’s frente a un refugio de San Antonio, contemplando sus próximos pasos.

Después de una odisea de varios meses a través de siete países, finalmente había llegado a Estados Unidos. Era hora de desterrar de sus pensamientos los peores momentos vividos: cuando lo asaltaron a punta de pistola, cuando algunas personas cayeron muertas por agotamiento a su lado mientras cruzaban una jungla sin ley, y cuando vio con impotencia cómo las aguas turbulentas del río Bravo se tragaban a su amigo, justo antes de tocar suelo estadounidense en Texas.

Ahora Nazareth tenía un objetivo en mente: ganar dinero para mantener a las dos hijas pequeñas que había dejado atrás.

Fue ahí cuando una mujer bien vestida, quien se presentó como Perla, les entregó a él y a otros 30 inmigrantes tarjetas de regalo canjeables en el restaurante de comida rápida, las cuales aceptaron con gusto. La mujer procedió a hacerle una oferta tentadora: un vuelo gratis a un “santuario”, recordó, donde habría personas que los ayudarían a establecerse. El lugar en cuestión se llamaba Massachusetts.

Nazareth preguntó si ese lugar quedaba cerca de Nueva York. Perla le aseguró que sí, y que había disponibilidad de viajar hasta allí, si ese era el lugar donde esperaba establecerse. Sin embargo, Nazareth quedó sorprendido cuando se encontró en Martha’s Vineyard, un pequeño y pintoresco destino vacacional en la costa del Atlántico. “Pensé que iría a Boston”, afirmó. “Terminé en esta pequeña isla”.

Nazareth también había terminado en medio de un drama político, el cual se intensificó esta semana cuando el gobernador de Texas Greg Abbott envió dos autobuses repletos de migrantes a la residencia de la vicepresidenta Kamala Harris en Washington y el gobernador de Florida, Ron DeSantis, envió dos aviones llenos de migrantes a Martha’s Vineyard. Los gobernadores republicanos de los estados fronterizos han enviado miles de migrantes a Nueva York y Washington, pues alegan que los enclaves demócratas cuyos líderes apoyan políticas de inmigración más liberales deberían compartir la responsabilidad de cuidarlos. Esa táctica está generando caos en las ciudades ante las llegadas inesperadas y está cambiando la trayectoria de la vida de personas como Nazareth.

Nazareth recordó que la mujer que conoció en McDonald’s había ido de mesa en mesa haciendo la misma oferta. Poco después, Nazareth y otros siete venezolanos se subieron a una furgoneta conducida por la mujer para llegar a un hotel del aeropuerto. Más venezolanos ocuparon habitaciones allí en los siguientes días, hasta que el miércoles 14 de septiembre, alrededor de 50 fueron ubicados en vuelos chárter que los llevaron a Martha’s Vineyard.

Ardenis Nazareth Cobi, un migrante venezolano que viajó en un vuelo chárter que lo llevó a Martha's Vineyard, en el centro de Edgartown, Massachusetts, el jueves 15 de septiembre de 2022. (Matt Cosby/The New York Times).
Ardenis Nazareth Cobi, un migrante venezolano que viajó en un vuelo chárter que lo llevó a Martha's Vineyard, en el centro de Edgartown, Massachusetts, el jueves 15 de septiembre de 2022. (Matt Cosby/The New York Times).

Los venezolanos han estado huyendo de su país en medio de una crisis política y económica que ha causado una miseria colectiva. Casi siete millones de venezolanos, más de una quinta parte de la población de ese país, conforman el desplazamiento internacional más grande en la historia del hemisferio. A diferencia de los migrantes centroamericanos y mexicanos que han estado emigrando a Estados Unidos en grandes cantidades desde hace mucho tiempo, el desplazamiento de los venezolanos es un fenómeno reciente y, por lo general, ellos no tienen familiares ni amigos que los reciban.

La Patrulla Fronteriza de Estados Unidos encontró a 110.467 venezolanos a lo largo de la frontera sur en los primeros nueve meses de este año fiscal, en comparación con 47.408 en todo el año fiscal 2021. En la actualidad, representan el grupo migrante de más rápido crecimiento en Estados Unidos.

Decenas de miles se han embarcado en una ruta peligrosa por tierra a través del Tapón del Darién, a lo largo de la frontera entre Colombia y Panamá.

“Dejé mi país para poder mantener a mi familia”, afirmó Nazareth, un obrero de construcción de 34 años de edad. Contó que desde que salió de su país de origen hace 18 meses, había intentado ganarse la vida en Perú y Chile. Pero no logró estabilizarse allí, y entre sus amigos se corrió la voz de que los venezolanos estaban logrando ingresar a Estados Unidos, donde había muchísimos empleos.

“Decidí que haría cualquier cosa para poder mantener a mis hijas”, aseguró.

El jueves, Nazareth expresó su gratitud por la cálida bienvenida que él y sus compatriotas habían recibido en Martha’s Vineyard. “Nos están tratando muy bien”, afirmó.

“Estamos recibiendo comida, ropa, todas nuestras necesidades. ¡Amo Massachusetts!”.

Su plan es claro: “Quiero empezar a trabajar lo más pronto posible”.

La población de la isla, la cual se sustenta en una sólida industria turística, aumenta de unos 20.000 residentes durante todo el año a unos 150.000 durante los meses de verano. Con ese cambio viene una caída drástica en la cantidad de empleos durante la temporada baja. Los inmigrantes llegaron justo al final de la temporada alta y durante una de las peores escaseces de viviendas asequibles en la historia de la isla.

La iglesia donde se están alojando es el único refugio para personas sin hogar en toda la isla. St. Andrew’s se encuentra en un rincón tranquilo de Edgartown, apartado de la calle principal donde los visitantes veraniegos degustan helados y ostras.

Los dos edificios parroquiales se extienden a ambos lados de una calle angosta y de un solo sentido, la cual estuvo atestada el jueves 15 de septiembre de patrullas policiales, abogados migratorios, traductores, cámaras de noticieros y algunas docenas de voluntarios. Los residentes de la isla pasaron por el lugar en el transcurso del día para donar alimentos, ropa y zapatos.

Justo detrás de la parroquia, una cuadrilla de obreros brasileños, una importante fuerza laboral migrante de la isla, estaba renovando una casa de dos pisos.

“Estamos cubriendo sus necesidades de alimento, refugio, y sin duda les estamos brindando mucho amor”, afirmó Lisa Belcastro, la administradora del único refugio para personas sin hogar en la isla. “Necesitan salir de la isla. Sus citas migratorias no son aquí”.

Belcastro afirmó que los inmigrantes serán trasladados a otro lugar, pero que todavía no se sabe cuándo.

Un hombre llamado Luis, quien viajó desde el estado de Lara, en el norte de Venezuela, con nueve miembros de su familia —entre ellos su esposa, sus hermanos y sus primos— relató que viajaron por siete países antes de llegar a San Antonio y abordar el vuelo a Massachusetts.

Luis, quien no quiso revelar su apellido por seguridad, afirmó que después de pasar tres días en San Antonio, su familia también se encontró en la calle con una mujer rubia que dijo llamarse Perla. La mujer, contó Luis, les comentó que formaba parte de una fundación que ayudaba a trasladar a refugiados a ciudades santuario y que podía reservarles un vuelo a Massachusetts. Había una salvedad: no podían tomar ninguna fotografía.

Cuando el piloto anunció que estaban a punto de aterrizar en Martha’s Vineyard, los migrantes se sorprendieron. “Era la primera vez que escuchábamos ese nombre”, relató Luis, quien rompió en llanto cuando llegó a la isla.

Al igual que otros migrantes, su familia tiene documentos de las autoridades fronterizas que los exhortan a presentarse en una oficina de migración dentro de los siguientes 15 días. Luis confesó que temía que su familia hubiera sido engañada para volar a la isla y luego ser deportada.

Los migrantes venezolanos se entregan a los funcionarios fronterizos al llegar a Estados Unidos y luego solicitan asilo. Dado que Estados Unidos no tiene relaciones diplomáticas con su país de origen, generalmente se les permite quedarse en lugar de enfrentar una deportación acelerada, como muchos migrantes provenientes de México y América Central.

Tras llegar a sus destinos, los migrantes pueden permanecer en Estados Unidos durante meses o incluso años mientras esperan el resultado de sus casos de asilo, y se les permite trabajar mientras tramitan sus solicitudes de asilo. Sin embargo, deben cumplir con las instrucciones de comparecer ante el tribunal o contactar a las autoridades migratorias, para no poner en riesgo sus casos.

En San Antonio, Luis Amador Castillo, de 34 años, recordó que él y un amigo, Francisco, habían cruzado la calle hacia el McDonald’s que quedaba cerca del refugio.

Una mujer les regaló botellas de agua y tarjetas de regalo del restaurante de comida rápida. “¿Están interesados en una estadía gratis en un hotel y un vuelo gratis a Massachusetts?”, les preguntó con una sonrisa.

La mujer les dijo que allí habría gente esperándolos con comida, techo y la disposición de ayudarlos en lo que necesitaran, recordó Castillo. Francisco se entusiasmó con la idea.

Castillo relató que declinó cortésmente la oferta porque tenía la intención de quedarse en San Antonio por el momento y más adelante viajar a Houston para conseguir trabajo.

También recordó que el nombre del lugar que la mujer mencionó sonaba gracioso al principio. “Dijo que era Massa algo”, comentó Castillo el jueves, de pie frente al refugio gestionado por la ciudad.

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