Un taco de esperanza: tras la muerte de su hijo, Dalia y Fernando decidieron regalar comida a familiares de pacientes internados

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Desde 2019, en el octavo día de cada mes, Dalia y su esposo Fernando descuelgan las enormes cacerolas de metal que penden de un muro en su cocina y en ellas vacían los costales de arroz y frijol, de verduras y de carne que adquieren con sus propios recursos, para la preparación 200 raciones de comida caliente que luego regalan afuera de hospitales públicos de la Ciudad de México, entre las personas que ahí esperan, sin abrigo ni alimento, mientras sus seres queridos son atendidos dentro.

Fuera de esos hospitales, explica Dalia, “conocí la solidaridad de México y el amor de México” porque no hace mucho, siendo ella una de esas personas desvalidas que aguardaban conocer la condición de salud de sus seres amados a pie de calle, también hubo personas que desinteresadamente se le acercaron con un taco y un abrazo, para reconfortarla en su angustia.

“Me decían ‘Señora, coma’ y me preguntaban ‘¿Le está dando pecho a su bebé?’. Y yo respondía que sí y entonces me decían ‘Pues coma el doble’, y me llevaban fruta y pan”.

Según el Censo de Población y Vivienda 2020, en la Ciudad de México habitan al menos 1.6 millones de personas que carecen de cobertura médica formal y que, cuando enfrentan padecimientos de salud, acuden a los hospitales públicos del gobierno federal, como el Hospital General Xoco, en Coyoacán, el Hospital General de México Doctor Eduardo Liceaga, en la alcaldía Cuauhtémoc, o los Institutos Nacionales de Salud en Tlalpan. Lugares en donde los familiares de las personas atendidas no cuentan siquiera con un espacio para sentarse y que hacen guardia de pie, en la calle, sin importar las inclemencias del tiempo, mientras transcurren las horas, los días, las semanas, los meses, en espera de que eventualmente los convoque el personal de salud para que asistan a sus enfermos, para que autoricen procedimientos clínicos, o para que consigan las medicinas que en esas instalaciones llegan a faltar.

De las personas que, por falta de recursos o cobertura médica, terminan en un hospital público de la Secretaría de Salud federal en la capital del país, una de cada 10 proviene de hogares que suelen quedarse sin comida por falta de dinero, según el mismo censo 2020. Es decir, personas que enfrentan momentos de hambre sin contar con alimentos para saciarla; que solo hacen dos comidas al día, o que consideran que en su mesa siempre hay menos alimento del debido. 

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Personas que pasan hambre cuando tienen un familiar enfermo o lesionado, mientras desde la calle miran hacia las instalaciones de salud con lo que les queda de esperanza.

A esas personas, explica Dalia, va dedicado todo su esfuerzo. Esto de regalar comida en hospitales, recuerda, “empezó en un momento muy triste de nuestras vidas: cuando falleció nuestro primer hijo, Leonardo… Yo me acuerdo que cuando Leonardo entró en paro, yo salí (a la calle) y una señora me abrazó y me dijo ‘Tranquila, hija, todo va a estar bien’. Yo estaba tan triste y sentir ese abrazo tan bonito de alguien desconocido, que no buscaba nada, solo darme fuerza, me llenó de energía. Fuera de los hospitales públicos hay un montón de gente hermosa que te abre su corazón, que te abraza, que te apoya, que no te ve feo y ahí sembraron esa semillita en mí”.

Cada mes, Dalia y Fernando llevan comida afuera de hospitales públicos.
Cada mes, Dalia y Fernando llevan comida afuera de hospitales públicos.

En 2019, cuando Leo murió y su cuerpo fue cremado, se ofreció una comida en su memoria, pero solo la reducida familia de Dalia acudió, y ante la perspectiva de que los guisos no fueran aprovechados, a la pareja se le ocurrió compartir esos alimentos con la gente que aguarda fuera de los hospitales públicos de la capital. 

“Entonces recogimos la comida y nos llevamos este letrerito de mi bebé que dice ‘Todos por Leo’ y lo pusimos en la camioneta… Y cuando llegamos a Hospital General, la gente preguntaba por qué ese bebé estaba ahí y yo les decía que acababa de fallecer un día antes y que esa era la comida para despedirlo. Ese día me marcó, porque la gente me llenó de mucho amor, ¡de mucho amor!… Y ya de regreso, mi esposo y yo veníamos agarrados de la mano, con una sonrisa. Era el día en que nos entregaron las cenizas de mi hijo y, aun así, le dije a mi esposo ‘Fer, estoy contenta… estoy contenta y estoy triste’. Y él me dijo que también sentía eso”.

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Desde entonces, Dalia y Fernando vuelven cada mes para homenajear a Leo, actuando de forma solidaria con las personas que tienen seres queridos en atención hospitalaria y que, por estar ahí, no pueden trabajar o generar recursos ni siquiera para echar algo a la panza.

En la Ciudad de México existen poco más de 7 millones de personas adultas y, de ellas, casi la mitad (3.2 millones) asegura apoyar económicamente o de otra forma a personas que no son de su familia, según la Encuesta Nacional de Bienestar Autorreportado 2021, del Inegi.

Sin embargo, cuando se les consultó si ese apoyo consistió en realizar trabajo voluntario en favor de personas o comunidades necesitadas, solo 663 mil respondieron afirmativamente, lo que equivale, en números redondos, a una de cada 10 mayores de edad de la capital del país, aunque solo tres adultos de cada 100 en la Ciudad de México dijo realizar ese apoyo voluntario de forma constante y organizada. 

Dalia y Fernando pertenecen a ese reducido 3% de la población capitalina mayor de edad (equivalente a 190 mil personas, en una ciudad de más de 9 millones de habitantes), que han integrado a su vida cotidiana, a su rutina de vida, el apoyo al prójimo.

Pero este apoyo no se reduce solo a llevar comida a los hospitales públicos una vez al mes. Durante la pandemia de COVID-19, convirtieron la tortillería de su propiedad (que ellos mismos atienden en la popular colonia Héroes de Padierna) en un espacio seguro para que 45 niños y niñas de los alrededores, que carecían de televisión o internet, pudieran tomar clase y realizar sus tareas, divididos en grupos y en horarios diferentes, labor a la que luego se sumaron maestros y maestras voluntarias que, respetando la sana distancia, acompañaban a los menores en su proceso educativo.

Hasta la fecha, Dalia y Fernando, así como algunos de los voluntarios que se sumaron a esa iniciativa educativa, continúan pagando el internet a 11 de esos menores, para que sigan contando con esa herramienta de aprendizaje, aunque la pandemia de COVID-19 haya pasado.

En esa misma tortillería, así como en una segunda que montaron en su hogar, ambas bajo el nombre La Abuela, además regalan diariamente dos decenas de charolas de comida caliente a vecinos de escasos recursos y personas en situación de calle y, paralelamente, cuentan con dos esquemas de participación vecinal en estas labores solidarias. 

A través del primer esquema de apoyo, la gente puede donar alimentos imperecederos, como enlatados, que se depositan en una canasta a la entrada de su negocio, para que las personas que tengan la necesidad puedan tomar esos alimentos gratuitamente. El segundo sistema permite a los vecinos comprar un kilo de tortillas y dejarlo en donación, para que cualquiera que tenga la necesidad lo tome consigo y lo lleve a su hogar sin costo alguno.

Ahora, Dalia y Fernando dedican todo su tiempo al trabajo en la tortillería, a criar a su segundo bebé y a continuar las labores de apoyo voluntario, apartidista y autofinanciado. “Para mí —dice Dalia—, tener de comer es la mayor alegría, y tengo mi familia y a un montón de gente que me ve como su familia. Y yo voy a vivir por ellos”.

Actualmente, la pareja cuida a su segundo bebé.
Actualmente, la pareja cuida a su segundo bebé.