¿Y tú? ¿Cómo te llamas?: La idiosincrasia de los nombres

Una de las primeras preguntas que se suele hacer cuando se conoce a alguien, ya sea en un encuentro informal o formal es decir el nombre. El nombre ofrece mucha información. Puede indicar el género, la nacionalidad y la raza, y hay otros muchos que creen que también definen la personalidad y el carácter del individuo. A lo largo de la literatura se observan cómo los autores hacen uso de los nombres para dar ciertas pistas sobre la trama y los personajes. Por ejemplo, en “La casa de los espíritus” de Isabel Allende, aparecen tres mujeres de una misma familia: la abuela se llama Nívea, la hija, Clara, y la nieta, Blanca. La autora afirmó en una entrevista que las había llamado así porque las tres irradiaban luz y claridad a una familia que se hundía en el más profundo abismo.

Pero los nombres al igual que las modas siguen una tendencia, y los nombres que se les dan a los niños de hoy en día son muy diferentes a los que se les solían dar en la generación anterior. ¿Qué influye en estas tendencias? Pues todo un marco cultural, religioso, psicológico y social en el que la sociedad se mueve y fluye, por eso es una tendencia que varía conforme lo hace la sociedad.

En España, durante la época de nuestros abuelos, hace dos o tres generaciones, era muy común que se denominen a los hijos por el nombre de los padres o de algún otro familiar, especialmente si ese familiar había fallecido. Era una manera de rendir homenaje a esa persona, y así ese nombre seguía usándose en la familia. Creaba un cierto orgullo que tal nombre se siguiera pasando de generación en generación. Además, esa tradición ahorraba tiempo y disgustos, ya que la opción no era negociable. El varón tenía que llamarse como el padre o el abuelo, y la hembra como la madre o la abuela, o algún otro familiar. Por eso es muy común que nuestros padres se llamen igual que nuestros abuelos, y que el mismo nombre resuene constantemente a lo largo del árbol familiar.

Una generación más tarde ocurre todo lo contrario: gran parte de la sociedad española considera que se le debe poner a los hijos los nombres que les gustan y no atenerse a conveniencias familiares. Así, a las niñas se les asignan nombres de sonoridad melodiosa como Alicia, Silvia y Lidia; y a los niños nombres de sonoridad intensa como Raúl, David y Marcos. Justo en esta época empiezan a tener gran popularidad las series norteamericanas cuyos guapos protagonistas llaman la atención de la población. La gente siente un especial interés por estos nombres exóticos y se multiplican los de Joshua, Jonathan, Jessica y Jennifer.

Pero España es un país católico, y la gente siente una profunda devoción por los diferentes santos y patrones de sus barrios y pueblos. Así, tanto en generaciones pasadas como en las actuales, no es de extrañar que en Sevilla haya un singular número de Macarenas en honor a la Virgen de la Macarena, o que en Zaragoza se multipliquen por centenares las que se llaman Pilar.

Ahora bien, hoy en día, las familias españolas valoran la independencia femenina y se busca que el nombre implique una condición de igualdad. De esta forma surgen la versión femenina de nombres tradicionalmente masculinos como: Adriana, Camila y Daniela entre otros, mientras que los padres optan por llamar a los niños con nombres de raíces castellanas y alejándose de los anglosajones, y despuntan: Gonzalo y Marcelo entre otros.

La importancia del nombre no es nada nuevo, viene desde el libro del Génesis, cuando se indica que Dios le dio nombre a todos los animales. La Biblia está cargada de nombres con gran significado. El mismo Abraham se llamó antes Abram, y Dios le cambió el nombre por el nuevo, que significa “padre de muchos pueblos” en el momento de establecer su pacto con él.

La globalización trae también una sociedad más diversa y los nombres hacen buena cuenta de ello. En las grandes ciudades españolas ya proliferan los nombres árabes, asiáticos, latinos y de Europa del Este. Según el periódico La Vanguardia: “El nombre más popular del mundo sería Muhammad, con sus diferentes grafías, que van de Muhammed a Mohamed o Mohammad: en el mundo, unos 150 millones de hombres llevarían el nombre del último y definitivo profeta según el Islam. No sólo se trata de los países de mayoría musulmana, sino que la emigración ha extendido el nombre por el mundo, incluida Europa, y así, combinando 14 variaciones de su escritura, sería el segundo nombre más puesto en el Reino Unido en el 2007”.

Lo que no sabemos es si el significado de los nombres moldea la personalidad del que lo lleva o no. Es una pregunta difícil de responder, pero podría afirmar que he conocido a Amparos que son pura protección; a Soledades, que muy a su pesar se encuentran muy solas, y Pedros que son fuertes como piedras. Tal vez sea una coincidencia o tal vez esa magia del nombre modela el espíritu del que lo lleva. Sea como fuere, siempre es interesante conocer el significado de tu nombre, ¿y tú? ¿Cómo te llamas?

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