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Los tártaros musulmanes polacos, entre el apoyo al Ejército y a su religión

Bohoniki (Polonia), 21 nov (EFE). - La comunidad tártara polaca de Bohoniki protagoniza una singular actitud en medio de la crisis migratoria en el este del país: apoya al Ejército y pide un muro para contener la avalancha de migrantes pero coopera indirectamente en la ayuda humanitaria.

Situada a 7 kilómetros en línea recta de la frontera bielorrusa, esta aldea es un enclave único en Polonia, pues es el centro histórico y cultural de la comunidad tártara, compuesta actualmente por unas 5.000 personas, que en su mayoría profesa la religión musulmana.

Maciej Szczesnowicz es el líder local de los aproximadamente cien tártaros que viven en Bohoniki y una referencia para toda la comunidad tártara polaca.

Maciek, como es conocido localmente, cuenta a Efe cómo colocó él mismo una gran pancarta en apoyo de las fuerzas de seguridad polacas desplegadas en la frontera y que reza: "agradecemos vuestro servicio y que mantengáis segura nuestra frontera", además de pedir la construcción de un muro fronterizo.

"Tengo dos hijos y uno de ellos está en el ejército, y ahora mismo está allí con sus compañeros", asegura, mientras señala al bosque cercano, ya en plena frontera, que desde hace meses es el escenario de intentos de llegada a la Unión Europea de sirios e iraquíes, musulmanes como estos tártaros polacos.

"Nunca hemos tenido problemas de integración, somos parte de esta comunidad y parte de Polonia", subraya, "somos polacos y patriotas".

"Hace más de un mes llegaron por aquí los primeros inmigrantes desde la frontera; eran dos hombres, llevaban buena ropa de abrigo. Fueron arrestados", recuerda.

A pesar de su claro apoyo a los soldados que defienden la cercana frontera, esta comunidad se presta a servir de lugar de recogida de ayuda humanitaria a los inmigrantes que otras personas aportan en la zona.

La mezquita, restaurada recientemente, es un edificio histórico de madera oscura que recuerda el pasado ancestral de la comunidad tártara en Polonia, que se asentó en esta zona hace seis siglos y recibió tierras del rey polaco Jan Sobieski a cambio de protegerlas de invasores.

Maciek se muestra orgulloso de sus rasgos orientales y asegura que es normal que soldados polacos musulmanes acudan a rezar a la mezquita, una estampa que, en un país de mayoría católica como Polonia, no es habitual.

En la cocina del centro cultural tártaro, donde un monolito con una gran media luna preside la entrada, se afanan cocineras, musulmanas y católicas, que cocinan cada día más de 300 comidas para llevárselas a las guarniciones fronterizas.

Una de las cocineras, Teresa, explica a Efe que las frutas y verduras utilizadas provienen de escuelas locales, donde niños y vecinos cultivan pequeños huertos.

Un comedor con catorce sillas y decorado con citas del Corán se encuentra preparado para la hora del almuerzo; a pocos pasos está la entrada a una habitación enmoquetada donde se puede orar.

El menú de hoy incluye sopa de coliflor y piezas de fruta, pero cuando es posible se prepara pollo y platos lo más nutritivos posible, en los que se mezclan la gastronomía típica polaca y la herencia tártara, cuya gastronomía es considerada como exquisita en la zona.

En cuanto una gran perola de sopa está lista, Maciek la carga en su coche y se dirige hacia la frontera, después de orar un instante.

A escasos kilómetros de la aldea, donde también se pueden ver estatuas religiosas católicas en el jardín de casas particulares, se encuentra el cementerio musulmán, donde se encuentra la expresión concreta de l actitud tan singular de esta comunidad tártara.

Un mar de lápidas con nombres polacos, árabes y la mezcla de ambos cubre una loma desde la que casi se puede divisar territorio bielorruso.

Y en un sitio apartado yacen las tumbas de dos de los inmigrantes que fallecieron recientemente tras alcanzar suelo polaco. La fe permite que en el cementerio de estos musulmanes polacos anti inmigrantes se permita enterrar a otros musulmanes que fracasaron en su intento de llegar a Europa.

Uno de los túmulos está adornado con dos sencillos ramos de flores y una lápida que indica el nombre, Ahmad Al Hasan, del sirio de 19 años, que se ahogó al tratar de internarse en Polonia mientras cruzaba el río Bug.

A su lado, bajo una lápida sin nombre, yace otro inmigrante cuya identidad no se pudo constatar, pues carecía de documentos, pero que recibió sepultura al estilo musulmán por decisión de la comunidad tártara polaca.

Desde que se desencadenó la crisis migratoria en la frontera bielorrusa con sus vecinos europeos, decenas de miles de personas, la mayoría procedentes de países musulmanes como Irak, Siria o Afganistán, han tratado de cruzar de manera ilegal el territorio polaco para alcanzar otros países.

Al menos once de ellos fallecieron en el intento o poco después de llegar a Polonia, debido a hipotermia, ahogados o envenenados por setas que recogieron en el bosque.

Miguel Ángel Gayo Macías

(c) Agencia EFE