Sonia Budassi y sus historias salvajes
El crítico inglés John Berger en su ensayo “¿Por qué miramos a los animales?” reflexiona: “Los ojos de un animal cuando observan al hombre tienen una expresión atenta y cautelosa”. En el segundo libro de cuentos de la escritora Sonia Budassi (Argentina, 1978), Animales de compañía (Entropía), las criaturas abundan en un territorio de historias delicadamente armadas.
En los nueve relatos hay mascotas como seres humanos que tratan de vivir como pueden en un mundo salvaje. Se desplazan por Buenos Aires, Shanghái y los suburbios con una creencia: cambiar de escenario es una manera de solucionar los problemas. Desde ya, sólo es otro autoengaño. Como buen animal literario, Budassi ejerce una sensibilidad para el hábito de la observación que evita el cinismo. Se diría que hay belleza y humor sutilmente rabioso.
Sonia Budassi es escritora, periodista, docente y editora. Ha publicado varios libros de ficción y no ficción, entre ellos, La frontera imposible. Israel Palestina, Los domingos son para dormir, Mujeres de Dios y Periodismo. Obtuvo, entre otras, la beca “Emergencias en periodismo cultural” del Centro Cultural de España-AECID para una estancia en Madrid, la Beca de Letras del Fondo Nacional de las Artes y fue invitada como Visiting Scholar en Shanghai University. Animales de compañía ganó el Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes.
‘Animales de compañía’ es un libro de cuentos y no con cuentos, en el sentido de que no es una recopilación suelta de historias. Al leerlas uno siente que hay un orden, una lógica interna que las va hilvanando. ¿Cómo fue la elaboración del índice?
Mis editores y mi editora de Entropía tuvieron mucho que ver. Tratamos de ir generando una suerte de curva dramática que le diera un ritmo especial a la totalidad de los cuentos, una cierta armonía, con contrastes buscados. Así, me sugirieron intercalar los relatos más urbanos con los rurales, y los que tienen una estructura más lineal, digamos, progresiva en un clásico increscendo, con los que son más urbanos o con los que despliegan una trama que rompe con la cronología, que va y viene a través del tiempo de los personajes y son, de alguna manera, más “densos” y los escenarios cambiantes, de Barcelona a Buenos Aires, o a Australia y China.
En la obra hay cuestiones muy actuales como la tiranía estética que padecen muchísimas mujeres, la militancia ecológica de departamento, la soledad en medio de tantos amigos en la red… ¿Los temas se impusieron o decidiste escribir sobre ellos?
No sé bien cómo funciona, pero sí que siempre, con un tema u otro, y variando personajes, atmósferas y escenarios me sale contar historias que tienen que ver con el “no encajar”. Con la inadecuación. Y con los estereotipos y arquetipos. Y cómo dialogan y se tensan los mandatos sociales, los modelos de perfección en distintos planos de la vida -desde el “éxito” laboral a, como decís, la belleza hegemónica, la imagen de “felicidad” que proyectamos, y las maneras que terminan influyendo en la manera en cómo funcionan las relaciones. Y esto va desde las laborales, dentro de una empresa que se vende, como políticamente correcta, o altruista, como en mis cuentos reunidos en Periodismo o una ONG proteccionista como la del cuento Salvar al mundo o incluso las resistencias ante las exigencias y reglas que impone el sistema de salud, en El perro te mide pero vos tenés que mostrarle quien tiene la autoridad, donde un hombre se resiste al encarnizamiento terapéutico impuesto por la ley sanitaria del país. Hay muchos modelos simbólicos que operan como referencias y prescripciones de lo que es el amor, la amistad, la familia, que son propios de la industria cultural que los personajes (¡y los lectores y lectoras!) van incorporando como el “deber ser” que luego se internaliza subjetivamente. En películas de consumo masivo, en los streamings, en las redes. Y sabemos que la vida es más trash, más desvaída, más complicada y gris y trabajosa pero, sin embargo, hay un peso de lo aspiracional que cargamos y nos hace sentir frustrados. O bueno, eso les pasa a mis personajes: negocian con esos espejismos de la perfección y se miran en un espejo roto.
En otros casos a partir de algo nimio elaboras un mundo sumamente complejo. Pienso en Vladimir Nabokov: en literatura hay que acariciar los detalles.
Gracias por ese análisis generoso. La narración que me interesa está cruzada por esos detalles que definen la particularidad de cada personaje sin tenér que recurrir a la sobre explicación, y darle margen al lector para, además de intentar engancharlo en la intriga, que descubra los sentidos que se esconden, en la elección que toma cada narrador o narradora o personaje ante una situación determinada. Ver el “colchón” de sentido previo que va conduciendo a diferentes lugares. Por eso me gusta hurgar en los modos en que realiza una acción, en sus hábitos. Por ejemplo, en uno de los cuentos, Mapas de relación, una pareja pierde a su mascota. La reacción de uno y otro son diferentes y eso funciona también como catalizador del conflicto más general entre ellos, y nos muestra cuestiones sociales donde se inserta esa pareja, entre otras cuestiones vinculadas a las redes, a lo que se muestra, a lo que se busca, y cómo se van dando los puntos de giro. Y la valoración social y consolatoria de “mandar mensajes de solidaridad” desde el celular pero no ejercitar un comportamiento concreto de ayuda.
Algunos relatos tienen finales abiertos, esquivan la estructura más corriente del cuento latinoamericano en que hay una sorpresa al final de la historia. En Animales de compañía es como si el lector atravesara esos territorios de ficción pero el autor le dejara un campo minado de diversas interpretaciones
Es difícil comentar esa lectura que me parece tan precisa. Me atrevo a describir dos extremos que observo en ciertas narrativas. Por un lado, una necesidad de concebir al cuento como una maquinaria donde la estructura cerrada, redonda, es la que determina el modo de ser de la historia. Entonces climas, conflictos, atmósferas y hasta el estilo lingüístico, léxico y sintáctico se someten a ese esquema general. Es como un producto fabril, en definitiva. Y, en el otro extremo, pasa algo que tiene que ver con cierto afán vanguardista, en mi opinión mal copiado, dado que reproduce el gesto y no la profundidad del sentido que pretende subvertir. Y que se combina con cierta laxitud contemporánea en cuanto a que un “poema” construidos solo con versos cortados y posteados en Instagram sean “poemas”, o que los diarios íntimos catárticos sean literatura (algunos sí lo son), y todo un mix de retazos que constituyen formas hiperlaxas que, sin embargo, cuando no están pensadas con seriedad sino con vagancia, generan parrafadas informes y banales, y hasta mal escritas. Bueno, me interesan los textos que se me manejan en los intersticios de la posición media de esos dos extremos.
Tal vez por la influencia de la literatura norteamericana, muchos autores tienen una prosa sucinta, extremadamente económica. La tuya, sin ser barroca, muestra oraciones elaboradas, rica en atmósferas y adjetivos. ¿Cómo es el proceso de tu escritura?
Soy de corregir mucho; algunas oraciones surgen de un mecanismo que no termino de saber cómo funciona que me traen determinadas imágenes. Sin embargo, me molesta cuando leo metáforas forzadas o figuras pretensiosas e intento, entonces, no incurrir en eso. Que si planteo una frase, una figura retórica, la elección de poner dos adjetivos juntos, por dar solo un ejemplo, eso haga sentido, que no sea arbitrario ni engolado. Y también me importa mucho la sonoridad. Intento que haya una armonía entre significante y significado en el cual, desde ya, la sintaxis, y los signos de puntuación juegan un rol central.
Anudado a la prosa, también se nota que son relatos muy bien pensados en su estructura y personajes. ¿Antes de empezar a escribir, tienes un plan de trabajo o simplemente a partir de una vaga idea vas llevándote por las circunstancias?
En general es un mix; a veces tengo una escena que me parece encierra algo que me interesa explorar, y la escribo. Y de ahí me pregunto cómo seguir, qué le pasa a esos personajes, cómo estructurarla y suelo armar un plan con las secuencias que seguirán en la trama según el conflicto y los temas que me importan, ¿por qué sufren? ¿por qué se sienten ganadores? ¿por qué no encajan? ¿Y por qué, aún así, persisten? Pero la revisión de la estructura puede ser posterior. Otra cosa que me fue saliendo es el cruce territorial: el eje de los cuentos que no transcurren en Latinoamérica sucede en países como Rusia, Australia o China. Me interesaba descentrar ese norte que siempre se nos presenta como obligado, que es Estados Unidos, y la verdad que las movilidades humanas son más complejas ahora más allá de ese eje norte-sur.
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