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Las sombras de 2016: los republicanos guardan silencio acerca de Trump con la esperanza de que desaparezca

En la Casa Blanca, el presidente Joe Biden hace comentarios sobre la respuesta al COVID-19 y la situación de las vacunas, el 29 de marzo de 2021. (Doug Mills/The New York Times).
En la Casa Blanca, el presidente Joe Biden hace comentarios sobre la respuesta al COVID-19 y la situación de las vacunas, el 29 de marzo de 2021. (Doug Mills/The New York Times).

El domingo presenciamos una escena ya conocida cuando el senador republicano por Dakota del Sur, John Thune, quiso evitar dar una respuesta directa sobre el comportamiento corrosivo del expresidente Donald Trump.

Trump había llamado “tonto” al líder de la minoría, el senador Mitch McConnell, y empleó una frase malsonante para subrayarlo mientras hablaba con cientos de donantes del Comité Nacional Republicano (CNR) el sábado en la noche. Cuando Chris Wallace, el presentador de “Fox News Sunday”, le solicitó comentarios a Thune, él se rio entre dientes y trató de evadir la pregunta.

“Creo que gran parte de esa retórica es… bueno, es parte del estilo y el tono del expresidente”, comentó Thune, para luego decir que Trump y McConnell compartían el mismo objetivo de recuperar las mayorías del Congreso en 2022.

Thune no fue el único republicano que se esforzó por quedarse en el lado correcto del expresidente. El día antes de que Trump profiriera su andanada verbal contra McConnell, el senador por Florida, Rick Scott, presidente del Comité Nacional Republicano en el Senado, le entregó a Trump un premio recién creado como reconocimiento a su liderazgo.

También Nikki Haley, quien fungió como embajadora de Estados Unidos durante el mandato de Trump y lo hizo enfurecer cuando criticó sus acciones relacionadas con los disturbios del 6 de enero, además de señalar que el partido debía pasar a otra cosa, ha intentado mantener un delicado equilibrio para regresar a un terreno más neutral.

Esta semana, Haley le dijo a The Associated Press que no contenderá si Trump lo hace, en un despliegue de deferencia que subrayó las dificultades que el expresidente plantea para los republicanos.

Al igual que muchos republicanos, Thune, Scott y Haley estaban sorteando los impulsos de un expresidente que habla en privado sobre volver a postularse en 2024 y que está intentando que el resto del partido acate su voluntad, incluso después de la letal revuelta de sus partidarios el 6 de enero en el Capitolio. Sigue teniendo una fuerte influencia sobre un devoto grupo de electores republicanos, y los líderes del partido han hablado sobre la necesidad de seguir seduciendo a los electores nuevos que Trump captó durante los últimos cinco años.

El expresidente Donald Trump conserva una influencia casi gravitatoria sobre el Partido Republicano. (Doug Mills/The New York Times).
El expresidente Donald Trump conserva una influencia casi gravitatoria sobre el Partido Republicano. (Doug Mills/The New York Times).

Hasta cierto punto, su postura nos recuerda a los últimos días de la primera candidatura de Trump para las elecciones primarias, en 2015 y 2016. Aunque McConnell y otros cuantos republicanos han criticado de manera directa el comportamiento de Trump después de los disturbios en el Capitolio, la mayoría está intentando evitar distanciarse del expresidente, sabiendo que los va a tener en la mira de ataques fulminantes y con la esperanza de que algo o alguien más intervenga para detenerlo.

Aun cuando Trump deja claro que no saldrá de la escena pública, muchos republicanos han dicho en privado que esperan que desaparezca, tras un mandato en el que el partido perdió la Casa Blanca y las dos cámaras en el Congreso.

“Es el Día de la Marmota”, comentó Tim Miller, exasesor de Jeb Bush, el único candidato que en repetidas ocasiones desafió a Trump durante las primeras etapas de las elecciones primarias de los republicanos en 2016.

“Siempre pensé que esa era una decisión racional en 2015”, señaló Miller sobre la idea de no hacer nada y dejar que alguien más enfrente a Trump. “Pero nadie aprendió de la experiencia después de que todos vimos cómo fracaso la estrategia de solo esperar y desear que se fuera”.

A lo largo de esa campaña, un candidato tras otro del abarrotado campo trató de posicionarse para ser el último en la contienda, con la creencia de que Trump se autodestruiría antes de llegar a la línea de meta.

Solo fue un pensamiento optimista. Trump no solo atacó a Bush, sino a varios de los demás candidatos en términos muy personales, incluyendo al senador por Florida, Marco Rubio, al senador por Texas, Ted Cruz, y a la empresaria Carly Fiorina. Solo Bush se defendió, pese a que terminó por abandonar la contienda después de que no logró cobrar impulso; Cruz, en especial, les dijo a los donantes en una reunión privada a fines de 2015 que iba a darle a Trump “un gran abrazo de oso” con el fin de conservar a sus electores.

Todos trataban de evitar ser el blanco de sus insultos mientras esperaban que los acontecimientos externos y la cobertura de los medios noticiosos provocaran, en última instancia, su debacle. Pero Trump más bien consolidó su posicionamiento cuando comenzaron las votaciones para las primarias.

“Intimida a la gente porque ataca de manera feroz e implacable, mucho más que cualquier otro político y, sin embargo, hay personas que, de algún modo, imploran su aprobación”, señaló Mike DuHaime, quien asesoró al exgobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, en esa contienda. DuHaime recordó que, en un debate, Trump atacó a la esposa de Bush, pero este chocó las palmas con él cuando le ofreció hacerlo en ese mismo debate.

“Tras cuatro años en el cargo, al final, Trump se autodestruyó”, comentó DuHaime. “Pero todavía puede construir o destruir a otras personas, cosa que lo hace poderoso e importante”.

Incluso John Boehner, el expresidente de la Cámara de Representantes cuyas críticas hacia Trump en su autobiografía “On the House”, han llegado a los titulares de la prensa nacional, le dijo esta semana a la revista Time que en 2020 votó por Trump, mucho después de que el expresidente pasara meses diciendo sin fundamento que las elecciones estarían amañadas.

En su discurso del sábado en la noche ante los donantes del CNR, Trump, además de atacar a McConnell, también criticó a una serie de supuestos enemigos procedentes de ambos partidos; entre ellos estaba el exvicepresidente Mike Pence, cuya vida estuvo en riesgo el 6 de enero cuando se encontraba en el Capitolio para certificar los votos electorales. Trump reiteró que Pence, quien hace poco firmó un contrato editorial, debió haber tenido “el valor” de enviar los recuentos de los votos electorales de vuelta a los estados, pese al hecho de que el vicepresidente había aclarado que no creía tener las facultades para hacerlo.

Sin embargo, Trump no tiene todo el control que, durante cuatro años en la presidencia, tuvo sobre el partido. Entre sus detractores hay republicanos de alto perfil, como McConnell y la representante por Wyoming, Liz Cheney, la republicana número tres en la clasificación de la Cámara Baja. El martes, cuando le preguntaron en Fox News si votaría por Trump en caso de que contendiera en las elecciones de 2024, la respuesta de Cheney fue: “No lo haría”.

Cheney, a quien Trump ha atacado para desahogar su enojo, también dijo que sus compañeros republicanos no deberían “aceptar la rebelión”.

Además, no todos los republicanos creen que sea un error ignorar a Trump. Un miembro veterano del partido, quien habló con la condición de conservar su anonimato porque no quería engancharse en interminables dimes y diretes con Trump, señaló que el alcance del expresidente es limitado ahora que ya no está en la presidencia ni en Twitter.

El dirigente mencionó que había habido información anecdótica, proporcionada por los congresistas durante el receso, de que Trump era menos omnipresente para los electores de sus distritos de lo que había sido con anterioridad.

El asesor de otro político republicano que tal vez se postule en 2024, dijo que aunque Trump tuvo mucha influencia en 2015 y 2016, ese ya no es el caso. Y si los líderes del partido pelean con él en público o intentan enfrentársele, solo lograrán fortalecerlo y darle más protagonismo.

Además, el republicano veterano sostuvo que los legisladores republicanos han hallado una causa común no solo en combatir las políticas del presidente Joe Biden, sino en el contraataque a la ley de derecho al voto de Georgia. El republicano comentó que esas luchas han continuado, y aumentarán, sin Trump y sin el impulso del culto a la personalidad en torno al expresidente.

Otros republicanos hablan en privado sobre la esperanza de que la investigación penal en contra de los negocios de Trump por parte del fiscal de distrito de Nueva York, Cyrus Vance Jr., derive en cargos que le impidan volver a postularse o incluso a ser una figura importante dentro del partido. Las personas que han hablado con Trump afirman que está nervioso por la investigación.

Aunque todo eso tal vez solo implique un lento distanciamiento de Trump, esos republicanos creen que este distanciamiento ha comenzado.

David Kochel, un estratega republicano y partidario de Bush durante la campaña de 2016, parecía menos optimista.

Señaló que ni siquiera el horror del 6 de enero puso fin a la influencia que tiene Trump sobre otros funcionarios electos, y que muchos presentadores de Fox News —el medio de comunicación conservador más importante— le habían restado importancia al ataque de manera sistemática y, con el paso del tiempo, han insensibilizado a la audiencia sobre lo que ocurrió.

Kochel mencionó que, con la ayuda de Fox News, el 6 de enero estaba “siendo enterrado en el agujero de la memoria”, y señaló que, a juzgar por la historia, la estrategia de esperar a que se vaya Trump y tener la esperanza de que desaparezca ha sido menos que efectiva.

“Ya hemos visto esta película: un montón de líderes del Partido Republicano mirándose unos a otros y esperando a ver quién intenta derrocar a Trump”, comentó.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2021 The New York Times Company