El sistema educativo y el futuro del trabajo

Tiempos modernos es el título del conocido largometraje dirigido e interpretado por Charles Chaplin estrenado en 1936. Relataba el impacto de la era industrial sobre el empleo desde un punto de vista social y humanista. Ahora, casi 85 años más tarde, se percibe y se anticipa, igualmente, un fuerte impacto del progreso tecnológico sobre el empleo con cierto sentimiento encontrado entre sus ventajas e inconvenientes.

La nueva mecanización es ahora de base digital y no fabril como lo era en aquellos “tiempos modernos”. Ahora no es ruidosa y transmite una imagen ordenada, limpia y pretendidamente sostenible que se contrapone a aquellas lúgubres cadenas de montaje industrial, chimeneas humeantes y maquinismo ensordecedor.

La transición desde aquella visión alienante y en blanco y negro de seres humanos desempeñando funciones considerablemente repetitivas y de poco valor añadido, hasta el entendimiento actual de un mayor valor de las competencias del intelecto humano, ha requerido un salto de grandes proporciones desde la segunda hasta la cuarta revolución industrial. La era de la digitalización y de la programación de procesos complejos es potenciada ahora por la aún novedosa y fascinante inteligencia artificial y por la ejecución automática de rutinas gracias a dispositivos inteligentes y a software que desplaza, progresivamente, al ser humano de muchos de sus tradicionales nichos de empleo.

La formación de la sociedad para adaptarse a un mercado laboral con nuevos empleos y profesiones resulta esencial y, ahora, la velocidad de los cambios obliga a actuaciones más ágiles e intensas. La inercia y el legado del sistema educativo acentúan el riesgo de quedarse atrás en una verdadera carrera internacional por formar talento para la nueva sociedad digital.

La formación de los recursos humanos de los próximos años puede ser determinante para que los sistemas socioeconómicos de los países sean competitivos. No contar con nuevas generaciones preparadas para cubrir la demanda de los trabajos del futuro puede resultar nefasto para el porvenir de las naciones. Ya es notoria la dificultad de muchas empresas para cubrir puestos de trabajo, lo cual cercena su crecimiento y amenaza con la deslocalización del empleo cualificado.

El desacople y disfunciones de la oferta-demanda de empleo tiene mucho que ver con el modelo educativo y con la necesaria orientación a la ciudadanía por parte de las administraciones sobre cuáles son las tendencias de futuro del empleo. El Foro Económico Mundial señala que el 40 % de las competencias básicas cambiarán en 5 años, que el 50 % de los empleadores a nivel mundial acelerará la automatización del trabajo y que el 80 % de las empresas e instituciones están dispuestas a expandir la digitalización de sus procesos laborales. Unos empleos se destruyen, otros se crean y muchos se transforman.

Todo se transforma: entre la utopía y la distopía

La tecnología puede destruir o transformar empleos, pero también crearlos, como ocurrió con los telares automáticos. Abarataron el precio de las prendas de vestir e incrementaron la demanda de prendas que condujo a la creación de más empleo.

De manera equivalente, el automóvil dejó sin empleo a conductores de carretas y cuidadores de caballos, pero creó muchos puestos en la industria del automóvil, construcción de carreteras, estaciones de servicio, talleres, etc. Por lo que hay muchos más millones de personas trabajando en la industria del automóvil que en aquel tiempo en torno al caballo y los carruajes.

En el sector de la distribución, la robotización de las cadenas logísticas abarató los costes de almacenamiento y gestión, permitiendo bajar los precios de los productos y generando una mayor demanda que alimentó una mayor producción.

La economía digital también ha creado muchos empleos indirectos, como los desarrolladores de aplicaciones en las plataformas de App Store o Google Play. Ninguno de ellos está en nómina de las compañías de dispositivos móviles, pero unos y otros se necesitan para generar su ecosistema de aplicaciones.

En Japón ya hay robots que venden seguros y algunos asistentes domésticos digitales permiten hacer transferencias por voz. Entidades bancarias como Goldman Sachs utilizan algoritmos para calcular, en segundos, proyecciones financieras que antes requerían días de trabajo de muchos analistas. Los que se ocupan del marketing empresarial saben que las redes sociales, el neuromarketing y los científicos de datos son elementos clave en su actividad, dando más valor a las funciones creativas.

Según la Comisión Europea, el 43 % de la población Europa tiene una formación tecnológica insuficiente. Entre los que disponen de conocimientos básicos figuran los hombres (60 %) y las mujeres (40 %). Mientras que, desde la perspectiva territorial, se sitúan en el 63 % de los habitantes de las ciudades y el 49 % de los que habitan en las áreas rurales.

El empleo del futuro y los empleos sin futuro

Este estado de cosas lleva a distinguir entre la corriente tecnopesimista o distópica y la corriente tecnooptimista o utópica. La primera enfatiza que el cambio es demasiado rápido y que no deja margen temporal suficiente a una transición sostenible ni al trasvase de empleados de unos sectores a otros.

Por su parte, los tecnooptimistas valoran la mejor calidad de vida laboral y la creación de más empleos relacionados con la digitalización que los destruidos por su impacto. Entre una y otra visión sí parece cierto que desaparecerán empleos y que muchos se transformarán, que los empleados con más formación y habilidades se adaptarán mejor al cambio y que se requerirá una formación más interdisciplinar. Todo ello puede llevar a tener una visión optimista a largo plazo, aunque pesimista durante la transición.