El Silicon Valley de India enfrenta una crisis hídrica que no se puede resolver con software

Ram Prasath Manoharam, a la derecha, presidente del consejo local de agua, durante una reunión en su oficina de Bengaluru, India, el 19 de marzo de 2024. (Atul Loke/The New York Times)
Ram Prasath Manoharam, a la derecha, presidente del consejo local de agua, durante una reunión en su oficina de Bengaluru, India, el 19 de marzo de 2024. (Atul Loke/The New York Times)

BENGALURU, India — Los camiones cisterna que buscaban llenar sus tanques pasaban rebotando junto a los lagos secos de la floreciente capital tecnológica de la India. Sus conductores, de ojos somnolientos, hacían fila para succionar lo que podían de pozos excavados a 1,5 kilómetros de profundidad en terrenos polvorientos entre oficinas de aplicaciones y torres de departamentos con el nombre de buganvilia, todos construidos antes de tener al alcance tuberías de alcantarillado y agua.

En un pozo, donde los vecinos se lamentaban de la pérdida de un bosquecillo de mangos, un cuaderno de bitácora escrito a mano enumeraba los caudales de una crisis: 3:15 y 4:10 una mañana; 12:58, 2:27 y 3:29 la siguiente.

“Recibo 50 llamadas al día”, afirmó Prakash Chudegowda, conductor de un camión cisterna en el sur de Bengaluru, también conocida como Bangalore, mientras conectaba una manguera al pozo. “Yo solo puedo atender a quince”.

El Silicon Valley del sur de Asia tiene un problema con la naturaleza, una vulnerabilidad que el software no puede resolver. En la expansión más allá del núcleo de Bengaluru, donde suelen crecer los sueños de riqueza tecnológica, las escuelas carecen de agua para los escusados. Las lavadoras no funcionan. Las duchas se posponen y los niños que solo tienen agua sucia para beber son hospitalizados por fiebre tifoidea.

El gran problema que aqueja a Bengaluru no es la falta de lluvia (llueve mucho, casi tanto como en Seattle), sino lo que a menudo frena a esta gigantesca y enérgica nación: una gobernanza artrítica. Cuando la ciudad se precipitó hacia el futuro digital, triplicó su población hasta los quince millones de habitantes desde la década de 1990 y construyó un animado ecosistema tecnológico, la gestión del agua quedó rezagada y nunca se puso al día, pues los acuíferos, por lo demás sanos, se secaron debido a la expansión incontrolada de los pozos de sondeo urbanos.

Los fallos en la gestión medioambiental son comunes en un país con una grave contaminación y una acuciante necesidad de crecimiento económico para abastecer a 1400 millones de personas. Sin embargo, los problemas de agua en Bengaluru son especialmente fulminantes para muchos —y motivadores para algunas personas que tienen en mente la venta de agua o reformas al respecto— porque la ciudad se considera innovadora. Y, en este caso, las causas y las soluciones son bien conocidas.

Estudiantes reciben agua en una escuela pública de Bengaluru, India, el 18 de marzo de 2024. (Atul Loke/The New York Times)
Estudiantes reciben agua en una escuela pública de Bengaluru, India, el 18 de marzo de 2024. (Atul Loke/The New York Times)

“No hay crisis de disponibilidad de agua”, señaló Vishwanath Srikantaiah, investigador en materia de agua y urbanista de Bengaluru. “Es una crisis clara de fracaso del Estado”.

Visto de otro modo, añadió en una entrevista en su casa, donde había libros sobre ríos y agua apilados casi hasta el techo, es una crisis causada por la falta de imaginación.

Según los expertos en políticas públicas, Bengaluru y el estado de Karnataka han sido demasiado lentos a la hora de planificar el crecimiento, demasiado divididos entre organismos y demasiado rígidos en su dependencia del bombeo de agua cuesta arriba desde los embalses del río Kaveri, a más de 80 kilómetros de distancia.

A pesar de la larga historia de la hidrología local —Nadaprabhu Kempegowda, fundador de Bengaluru en el siglo XVI, construyó cientos de lagos en cascada para el riego—, los funcionarios se han ceñido en su mayoría a la ingeniería tradicional a la que recurrieron sus predecesores en las décadas de 1950 y 1960.

Todo ha ocurrido a pesar de sus dificultades y gastos. Tan solo el costo energético del bombeo absorbe el 75 por ciento de los ingresos del Consejo de Abastecimiento de Agua y Alcantarillado de Bangalore, aunque solo suministra cerca de la mitad de lo que necesita la ciudad.

El resto, durante décadas, ha salido de pozos perforados, agujeros de casi 15 centímetros de ancho que actúan como popotes para extraer agua de los acuíferos subterráneos. Una autoridad independiente del Consejo de Aguas ha perforado 14.000 pozos, la mitad de los cuales ahora están secos, según las autoridades. Los expertos calculan que los residentes han perforado entre 450.000 y 500.000 más en el paisaje urbano, sin que el gobierno sepa dónde ni tenga una idea clara de su impacto.

En gran parte de la ciudad, los pozos son como timbres, abundantes pero al parecer invisibles hasta que alguien los señala. Los fracasos de las perforaciones aparecen como círculos recortados en las calles más tranquilas; los exitosos suelen estar cubiertos de flores, con una manguera negra que serpentea hasta una casa calle abajo.

Pasar un día en la cabina del camión cisterna de Chudegowda nos permitió ver cómo funciona el sistema adaptado para esta situación. En una parada, los conductores anotaban sus tiempos en una bitácora mientras las cámaras vigilaban cuánto llevaban. En otra, el suministro fue lento y organizado: media decena de conductores hacían turnos de veinte minutos para recargarse con cerca de 6000 litros a pocos pasos de un lago agotado que se ha convertido en un charco. En un tercero, el propietario de un edificio vendió un cargamento a Chudegowda sin que tuviera que pasar por la larga espera.

“Cada minuto cuenta”, dijo mientras bajaba del camión.

Sus clientes iban desde una fábrica de sostenes con cien trabajadores hasta un pequeño edificio de departamentos, todos en un radio de pocos kilómetros para maximizar el beneficio. A cada uno le cobraba hasta 1500 rupias (18 dólares) por cada carga de camión cisterna, más del doble de la tarifa de hace unos meses, que él consideraba justa porque los costos habían subido.

Las perforadoras —que se alquilan fácilmente a empresas con tiendas en toda la ciudad— a menudo no encuentran agua o tienen que ir más profundo, lo que supone más electricidad y gas para las bombas que extraen el preciado líquido de la tierra.

Los efectos, aunque no alcanzan los niveles de la película “Duna”, se han hecho más visibles en las últimas semanas, sobre todo en los corredores tecnológicos, con su mezcla de departamentos de lujo, barrios pobres, tiendas de telefonía móvil, centros comerciales, clínicas de fecundación in vitro y oficinas relucientes.

Una mañana, cuatro trabajadores de la tecnología convertidos en activistas del agua se presentaron en un rincón del norte de la ciudad donde Srikantaiah, el investigador del agua, había trabajado con la comunidad local para rejuvenecer un lago alguna vez plagado de basura. Una pequeña red de filtros y tuberías que gorgotean envía 200.000 litros de agua potable al día.

“Pronto serán 600.000”, aseguró Srikantaiah. Y el precio por cliente: casi un tercio de lo que cobran los conductores de camiones cisterna.

Los técnicos dijeron que pensaban compartir los detalles con vecinos y funcionarios, para difundir la idea de que un lago, si se utiliza agua de lluvia y aguas residuales ligeramente tratadas, puede convertirse en una fuente de agua segura, económica y fiable.

En una entrevista en su despacho, el presidente del consejo hídrico, Ram Prasath Manohara, de 43 años, un experimentado administrador del gobierno instalado en el puesto hace tres meses, acogió la idea.

Reconociendo que algunos funcionarios anteriores habían pensado de forma limitada en la gestión del agua, dijo que esperaba atraer dinero público y privado para un enfoque más innovador, con métodos basados en datos que revivieran los lagos para permitir la recarga de los acuíferos y ampliaran la recolección y la conservación del agua de lluvia.

“Buscamos una solución más ecológica”, dijo. “Una solución más eficaz”.

c.2024 The New York Times Company