Siento envidia de quienes viven sin miedo: refugiada colombiana en Ecuador

Aunque la mayoría se siente más seguro al otro lado de la frontera, para muchos colombianos que se exiliaron en Ecuador por el conflicto armado no hay refugio posible para sus propios temores. (AFP | eitan abramovich)

Aunque la mayoría se siente más seguro al otro lado de la frontera, para muchos colombianos que se exiliaron en Ecuador por el conflicto armado no hay refugio posible para sus propios temores. "Envidio la vida de los demás porque están tranquilos. Yo tengo miedo", reconoce Gloria, una colombiana refugiada desde hace 15 años en Ecuador. Antes de cumplir la mayoría de edad, Gloria reunió valor para dejar sola a su anciana madre y huir de su pueblo en el departamento de Nariño (suroeste), donde durante años aguantó en silencio abusos sexuales de un cabecilla de la guerrilla FARC. "No aguantaba tanta desgracia. Salí sin rumbo fijo para encontrar un nuevo futuro. Todavía no sé si mi vida en Colombia era una vida o una pesadilla", recuerda esta menuda mujer, que tardó años en poder hablar de su historia. Si se decidía a denunciar, sus victimarios amenazaron con encontrarla "aunque estuviera en el fin del mundo", por lo que apenas salía de la casa cuando trabajaba como empleada doméstica en Quito. Después ya se atrevió a montar un pequeño negocio callejero de venta de mangos en el fronterizo Montúfar (provincia de Carchi, norte). También ha tenido un hijo en Ecuador de quien dice que es su "único consuelo", porque la zozobra nunca la ha abandonado. "Sé que hubo un bombardeo en mi pueblo pero no sé si él (su agresor) murió o no, si va a venir a por mí o no", dice con desesperanza. Para la oficina local de Acnur (la agencia de la ONU para los refugiados), su caso cumple las condiciones para una reubicación en un tercer país, posiblemente Canadá. También podría entrar en ese programa Lucía, que se esconde en Ecuador del padre de tres de sus hijos, quien la maltrataba. Al esposo, un policía con vínculos con grupos paramilitares, "le dije que íbamos a por un helado y nos escapamos para Ecuador, donde tenía una tía. Mis hijos lloraban y lloraban", recuerda Lucía, de 29 años, sentada en el pequeño restaurante que ha abierto en su vivienda. Si se le pregunta por su futuro, no menciona el regreso a Colombia sino asegurarse de que sus hijos terminen de estudiar y puedan llevar una vida normal en Ecuador. A muchos niños refugiados la violencia y la abrupta salida de su tierra les dejó una profunda huella. "Se les nota en los ojitos que llegan con ese temor y eso se manifiesta en su rendimiento, en su manera de pensar. Pero los maestros lo combatimos con atención, con amor", explica Luis Bucheli, director de una escuela de Montúfar cofinanciada por Acnur que recibe a alumnos colombianos. En sus aulas se enseña geografía y cultura de ambos países para que los niños colombianos no se sientan diferentes. La norma, expone el director, es que tampoco se les pregunta por su pasado porque eso "es reabrir las heridas". Aunque la mayoría se siente más seguro al otro lado de la frontera, para muchos colombianos que se exiliaron en Ecuador por el conflicto armado no hay refugio posible para sus propios temores.