Si eres Checo Pérez y ganaste el GP de Mónaco, no festejes con Felipe Calderón

Checo Pérez festejando la obtención del Gran Premio de Mónaco. (REUTERS/Christian Hartmann)
Checo Pérez festejando la obtención del Gran Premio de Mónaco. (REUTERS/Christian Hartmann)

Si eres un deportista de éxito consumado, digamos Sergio "Checo" Pérez, y te atreves a festejar tu último hito con un expresidente particularmente polémico, digamos Felipe Calderón, no te quedará más remedio que cargar con cierto grado de culpa por la trifulca que has desencadenado. ¿Querías ver al mundo arder? No, únicamente querías festejar como se te diera la gana, porque acabas de ganar tu primer Gran Premio, pero bueno, te topaste con uno de los mandatarios más polarizantes en la historia de tu país. No queda de otra. Hay que invitarlo al piscinazo y que se incendie Troya.

La reyerta de la semana no podría ser más abarcativa. Están todos. El deportista mexicano más popular del momento, el expresidente que resuelve todos los problemas del país en Twitter, y los miles de fiscales virtuales que el gobierno actual desperdiga en redes sociales, su territorio favorito de disputas, ahí donde se gestan las hazañas más memorables de nuestros tiempos entre tuits y retuits a mansalva.

Como suele suceder cada tanto, la ola calderonista, esa maraña de personas que añora la “mano dura” del presidente que convirtió al país en un cementerio, encontró la postal perfecta para ilustrar sus ideales políticos. Para estas personas adictas al éxito, juntarse con ganadores (como sin duda lo es Checo) es sinónimo de ser ganador. No importan los 121 mil muertos (según el Inegi), porque para los fanáticos basta con aventarse a una alberca con el mejor piloto mexicano de la historia.

No hay duda de que los fanáticos del expresidente panista nacieron (políticamente) ayer y por eso son tan ingenuos como para que una convivencia entre Calderón y Checo Pérez sea suficiente para entronizar al hombre que, según sus incondicionales, sí sabía gobernar y, por qué no, debería volver al poder para reactivar el cúmulo de hazañas a las que nos acostumbró durante su sexenio. Porque, dicen ellos, él se junta con triunfadores y López Obrador se junta con criminales.

Cuando un chapuzón genera tantos debates, la mayoría de ellos estériles y repletos de los insultos típicos del mundo tuitero, es porque tenemos serios problemas. Al final, aunque hasta Derbez había pronosticado que a AMLO no le gustaría el festejo de Checho, López Obrador felicitó al piloto, cuyo distinguido título pasó a ser lo menos importante de la conversación en las horas posteriores al triunfo que le quitó la etiqueta de vivir a la sombra de Max Verstappen.

Si su éxito en el Gran Premio de Mónaco era historia pura, bastó el chistecito de la piscina para que Pérez se volviera enemigo público de la cofradía cuatroteísta que encuentra rivales nuevos todos los días. En automático, sus logros ya no tenían ningún mérito y pasó de atleta ejemplar a ser un soldado más al servicio del poder, de los de antes, un traidor a la patria que, en cuestión de minutos, recibe más críticas que todos los funcionarios públicos actuales juntos.

¿Buscarle algún defecto al presidente, a su gobierno, a su corte? No, mejor hay que liquidar al Checo Pérez para que a todos les quede claro que los logros solamente son válidos cuando vienen acompañados de incondicionalidad. En el colmo de la astucia, algunos funcionarios que habían felicitado a Pérez borraron sus mensajes tras la viralización del festejo con Calderón.

Antonio Pérez, padre de Checo y diputado de Morena, ha tenido que salir a aclarar en entrevista con El Universal que él y su hijo son amigos de todos los presidentes vivos de México. No se sabe muy bien si eso es motivo de orgullo o de vergüenza, pero lo dicho está dicho y desde esa lógica se sustenta el escudo de los Pérez contra la guerra desatada en redes sociales.

Quizá para la próxima Checo piense mejor sus festejos. O quizá no, pero ya da lo mismo porque su chapuzón sirvió para alimentar los cerebros de lo peor que tiene México: los calderonistas que vivieron con los ojos vendados durante los seis años de gobierno de su ídolo, y los feligreses del gobierno vigente que apuntan con el dedo siempre hacia donde es más fácil hacerlo.

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