El show debe seguir, hasta que una noche Estudiantes necesitó parar
La convulsión de Javier Altamirano, volante chileno de 24 años de Estudiantes, sucedió a los 25 minutos y 57 segundos del partido contra Boca, el domingo pasado en La Plata. A los cuatro segundos llegó la primera atención médica. Al minuto y ocho segundos la ambulancia entró a la cancha. Demoró otro minuto y 18 segundos más en cargar al jugador y arrancar hacia el hospital, al que Altamirano ingresó cuatro minutos más tarde. Menos de siete minutos en total. Lloraba Enzo Pérez. Otros jugadores se tomaban la cabeza. Tres minutos después, llegó el primer alivio: “Altamirano está bien y está consciente”, tranquilizó la TV. Es cierto, dentro de la cancha todo pareció eterno, pero entre la convulsión y ese parte aliviador pasaron apenas diez minutos.
Cuando Altamirano era subido a la ambulancia, la TV mostró al capitán y al DT de Boca, Edinson Cavani y Diego Martínez, hablando supuestamente del juego, lejos de la escena del drama. Dos minutos después, Martínez apareció otra vez dando instrucciones, rodeado de casi todos sus jugadores. Es habitual dentro de la jungla competitiva del fútbol. Hay técnicos (algunos completamente abstraídos) que a veces ni siquiera miran a su propio jugador que sale lastimado. Ya está el médico allí. Ponen su atención en cómo rearmar al equipo. Porque el juego volverá. Y porque hay que ganar. Bien o mal, eso suele suceder. “Aunque me digan que se viene el fin del mundo”, me graficaba una vez el fallecido excapitán de Racing Roberto Perfumo, “yo no me voy de la cancha hasta que no salga el último de los rivales”.
Volvemos a La Plata. En la tele comienzan a escucharse los primeros cantos de hinchas de Estudiantes contra Cavani. Los insultos (más el odio fácil de los nuevos tiempos) crecen cuando Cavani y Martínez reingresan al campo de juego. “¿El chico ya está bien, no?”, se escucha que le dicen al árbitro Fernando Echenique. Se suman, y hablan, Eduardo Domínguez y José Sosa, DT y capitán de Estudiantes. Echenique decide suspender el partido. “El Pollo” Vignolo y Diego Latorre, relator y comentarista de ESPN, aplauden la decisión. “Ojalá que sea un punto de partida, en este mundo que parece todo negocio”, dice Latorre. “Es que es un negocio”, lo interrumpe el DT Eduardo Domínguez, que habla de jugadores shockeados y agradece “la solidaridad” de Boca. Los canales deportivos se mudan a otras canchas: goles y polémicas, folclore y risas (en LN+ está Javier Milei, el Presidente de la Nación que insiste con un negocio mayor: los Clubes SA).
“The show must go on” (El espectáculo debe continuar) es una vieja frase que muchos, sin fuente precisa, remontan al siglo 19, cuando en plena función de circo escapaba un animal, o un artista resultaba herido, y el maestro de ceremonias buscaba evitar que el público entrara en pánico. La frase se hizo carne en el mundo del espectáculo. Alguna crónica cita como supuesto pionero al gran intérprete francés de origen armenio Charles Aznavour, que siguió cantando hasta dos semanas antes de su muerte, en 2018, cuando el corazón dijo basta. Tenía 94 años. “It’s showtime”, decía en 1979 el coreógrafo Joe Gideon (interpretado por Roy Scheider) antes de lanzar su última obra, ya moribundo, en All that Jazz, una película casi autobiográfica de Bob Fosse. En 1991, Brian May compuso “The show must go on”, homenaje a Freddie Mercury, el líder de Queen, que padecía VIH y estaba en sus últimos meses de vida. Artistas hasta el final.
Para el deporte-espectáculo, “The show must go on” tomó un significado más cruel. Los Juegos Olímpicos de Munich 72 retomaron sus competencias apenas horas después de que el comando palestino Septiembre Negro asesinó atletas israelíes en plena Villa Olímpica. Juventus-Liverpool iniciaron su final de Champions de 1985 mientras la policía sacaba cadáveres en la tribuna del inseguro estadio belga de Heysel. Hubo muchas desgracias más. Y las competencias casi siempre siguieron. A veces, siguen por cuestiones de seguridad (para evitar el pánico, como en el viejo circo). Otras veces para dar una señal de “normalidad”, o para afirmar que el deporte, supuestamente, “triunfa” por sobre todo. Y muchas otras veces se sigue simplemente por el negocio.
Estudiantes-Boca fue suspendido el domingo porque los jugadores platenses, todavía shockeados por la convulsión de Altamirano, no estaban en condiciones de retomar. No habría sido contradictorio si decidían volver a la cancha, ya más aliviados, tras la noticia de que su compañero comenzaba a recuperarse. Ni que celebraran un gol, jugadores, hinchas y TV. Cuentan que un Freddie Mercury ya cerca de la muerte le garantizó a May que él podía cantar uno de los tramos más difíciles de “The show must go on”. Que tomó un trago de vodka y le dijo “I’ll fucking do it, darling” (Carajo, lo haré cariño). “¿Alguien quiere aguantar más?”, dice la parte final de la canción. “El espectáculo debe continuar/ Lo afrontaré con una sonrisa/ Nunca me rendiré”. La noche del último domingo Estudiantes marcó un cambio. Se atrevió a decir “así no puedo seguir”. Y lo hizo en un mundo en el que, habitualmente, nadie se “rinde”. Ni el artista ni el atleta. Y mucho menos el negocio.