Shawn Mendes se alejó del estrellato y ahora está listo para hablar de eso
En una lluviosa noche de verano, en el escenario de un club de Woodstock, Nueva York, Shawn Mendes estaba preparado para derramar lágrimas. Lágrimas felices, lágrimas abrumadas. Solo se traba de la nostalgia de procesar todo lo que sucede. “Es muy probable que llore mucho”, dijo a la pequeña multitud, mientras se llevaba las manos a los ojos y esbozaba una sonrisa.
Era la primera vez en más de dos años que Mendes, la estrella canadiense del pop de 26 años, actuaba ante el público, después de que interrumpiera abruptamente su carrera en la cima. En 2022, en medio de lo que él llamó un “punto de ruptura” de salud mental, canceló una gira internacional multimillonaria de dos años —más de 80 fechas programadas en estadios— reconociendo que, en ese momento, no podía soportarlo. Fue una confesión sorprendente, sobre todo para un artista masculino multiplatino con una base de admiradores jóvenes enormemente entregada. Si la atención de sus admiradores fuera inconstante, él se habría ido.
Desde entonces, Mendes —un fenómeno de las redes sociales con aspecto de modelo y predilección por mostrar su torso desnudo, que alcanzó de inmediato el éxito en las listas de éxitos cuando era adolescente— se apartó casi por completo de la música, en busca de estabilidad y de una vida alejada de la carretera. Luego, poco a poco, volvió a componer canciones, a través de los bosques de la edad adulta. En su quinto álbum, “Shawn”, que saldrá a la venta el 15 de noviembre, deja al descubierto sus luchas con guitarras y cuerdas. “No entiendo quién soy en este momento”, susurra en la angustiosa canción de apertura.
No es de los que enmascaran nada. Y tardó mucho en sentirse con fuerzas para hacer el disco. “Me sentía totalmente perdido”, afirmó. En Woodstock, hablaba de una espiral de ansiedad, de muros que se cerraban.
Sin embargo, en los meses transcurridos desde aquel concierto, los escenarios de Mendes han crecido exponencialmente: en los MTV Video Music Awards interpretó “Nobody Knows”, una nueva balada de amor no correspondido, que terminó con extasiantes gritos de guitarra, y luego cantó para 100.000 personas —en portugués— en un festival de Río de Janeiro. Cuando nos reunimos para tener una entrevista, en su estudio de grabación favorito de la bucólica Rhinebeck, Nueva York, donde trabaja en el nuevo álbum, parecía haber recuperado la memoria muscular de lo que significa ser una estrella. Pero lo llevaba con ligereza.
Era la tarde después de los VMA y, si había pasado la noche de fiesta, no se notaba. Sentado en una silla de madera en un porche con vistas a colinas onduladas y equipos de césped pintorescamente colocados, Mendes llevaba una camiseta pintada a mano que mostraba sus tatuajes —Chico bueno, decía uno—, bebía agua de un frasco y preguntaba si le parecía bien que fumara. Y entonces, sin vacilar, se sumergió en el periodo más oscuro y, según él, más duro de su vida, y en lo que vino después.
Mendes ha sido abierto durante mucho tiempo sobre sus episodios de desesperación. En su éxito de 2018 “In My Blood” aparece congelado en el suelo de un baño, suplicando ayuda. En la canción, encuentra dentro de sí mismo la manera de seguir adelante. En la vida real, fue más un esfuerzo de grupo.
En el momento de su gira de 2022, en apoyo de su lanzamiento de 2020 “Wonder”, era un joven artista que batía récords: “Wonder” fue su cuarto álbum número 1 consecutivo. Fue telonero de Taylor Swift al principio y consiguió un seductor éxito en las listas, “Señorita”, a dúo con Camila Cabello, su novia en aquel entonces.
Pero también había estado de gira desde que se lanzó al estrellato, desde la casa de sus padres en Pickering, Ontario, como estrella de 15 años de Vine, la ya desaparecida plataforma de microvideos. El apogeo de la adolescencia coincidió con la fama mundial, con poco espacio para reflexionar sobre cualquiera de esos dos cambios sísmicos.
“Los 10 primeros años de mi carrera fueron muy rápidos”, comentó. “Nunca fui capaz de ponerme al día”.
Su primer romance con Cabello, reflejado en su música, cautivó al público, al igual que su ruptura. (Aún la considera una de sus “mejores amigas”). Tenía 23 años, 80 personas en su nómina de giras y el peso de la atención mundial sobre él. Durante la gira de “Wonder”, estaba, según él, “gravemente deprimido” de una forma que no podía ocultar.
“Podía aguantar los espectáculos”, dijo, “y encontrar la belleza en ellos”. (Se presentó en siete conciertos antes de renunciar). “Pero cuando bajaba del escenario, no me reconocía”, continuó. “Era una cáscara, como hablar con una pared”. De repente le entraron ganas de beber y fumar antes de los conciertos, algo que siempre había jurado no hacer para proteger su voz. Y cuando la bebida de después del concierto fue por “necesidad de evasión”, vio el camino que no quería tomar: “Pensé: no voy a reescribir la misma historia que han escrito miles de veces músicos y artistas, en la que no pueden arreglárselas y empiezan a tomar más drogas, más alcohol, hasta que es demasiado. Yo no hago eso. Estoy tomando el peor camino”.
Fue una decisión desgarradora: “Se me rompió el corazón cuando cancelé la gira”, canta en el inicio del nuevo álbum: “Who I Am”. “Sentía que mi alma y mi cabeza iban y venían”.
“Defraudar a la gente es una mierda”, dijo Mendes con rotundidad. En ocho años de gira, solo había suspendido un concierto antes, a causa de una laringitis; temía decepcionar a sus admiradores y poner en apuros a su equipo de producción, algunos de los cuales habían estado con él desde el principio. Pero también fue “una gran lección para mí al convertirme en adulto, y es que no puedes vivir esta vida sin hacer daño a la gente”, aseguró.
Scott Harris, principal socio guionista y productor de Mendes, dijo que la decisión fue crítica: “Hizo falta un gran salto de fe, mucha confianza, para hacer lo que era mejor para él en ese momento”.
Los expertos de la industria dijeron que el Wonder Tour podría haber generado 100 millones de dólares. Mendes reconoció que perdió dinero, “mucho”, agregó. También señaló que era un privilegiado por poder dar ese paso y que estaba “más que agradecido por no estar endeudado”.
Pagó los contratos de sus empleados, dijo Andrew Gertler, su cogestor.
En las entrevistas, sus colaboradores, mánayers e Imran Majid, codirector ejecutivo de Island Records, la discográfica de Mendes, dijeron que su principal prioridad era el bienestar de Mendes, no su carrera.
“Este negocio tiende a hacer que los artistas jóvenes lo resientan”, afirma Ziggy Chareton, que también dirige a Mendes. “Siempre fui muy consciente de intentar hacer todo lo posible para que no se desenamorara de este arte”.
HIJO DE madre inglesa y padre portugués, Mendes tomó la guitarra por primera vez a los 14 años, inspirado por artistas como Ed Sheeran y John Mayer, que siguen siendo sus referentes. Su madre era agente inmobiliaria; su padre, propietario de una empresa de suministros para restaurantes; y él había sido el típico niño que montaba pequeñas obras de teatro para su familia, jugaba al hockey y destacaba en el fútbol. Pero la música “sacó de él un impulso diferente”, dice su hermana, Aaliyah Mendes, de 21 años, quien es profesora y lo acompañó a los VMA. “Ensayaba constantemente en casa. Decía: ‘No voy a cenar en este momento. Tengo que hacer esto’”.
Sus versiones de canciones de seis segundos para Vine despegaron. “Tenía como 8 años, sosteniendo la cámara durante horas, temblando, intentando tomar el video perfecto para él”, cuenta su hermana. Chareton y Gertler lo encontraron en internet, enviaron un correo electrónico a su madre y lo ficharon rápidamente. Estaba de gira poco después de cumplir los 16. (Terminó la preparatoria a distancia, y volvió para la graduación). Durante seis años, el ciclo álbum-gira circunscribió su mundo. Era agradecido y ambicioso, pero aparecieron grietas. “Si le digo al mundo que soy un ser humano normal, ¿van a dejar de venir a los conciertos?”, se preocupaba en un documental de Netflix de 2020.
En 2022 llegó la parte realmente aterradora: estaba solo, sin obligaciones, sin orden en su tiempo. “Recuerdo que conducía mucho y pensaba: '¿Qué estoy haciendo?’”.
Era afortunado, lo sabía; tenía terapia, amigos y familia. Se aferraba a una frase: si conduces en la oscuridad, todo lo que necesitas ver son tres metros delante de ti para encontrar tu destino. Nunca me quedaría atascado si todo lo que tuviera que pensar fuera: “Muy bien, ya es de mañana. Mis próximos 3 metros son, ya sabes, meditar y tomar un café. Mis próximos 3 metros después de eso es hacer ejercicio; mis próximos 3 metros son llamar a mi mamá”.
Cuando la niebla se disipó, viajó: Costa Rica, Kenia, Ruanda, donde visitó el memorial del genocidio en la capital. “El mundo es bello y horrible”, dijo, “y eso ayuda mucho a tu sentido de la ansiedad” y la perspectiva.
Harris, de 38 años, que también ha trabajado con Cabello, Justin Bieber y Dua Lipa, es una caja de resonancia constante. Mendes tenía 15 años cuando se conocieron y de inmediato crearon el éxito de iTunes “Life of the Party”, y desde entonces han estado en un bucle emocional y sonoro. “Siempre bromea: yo soy el que lee todas las entradas del diario”, dice Harris. Musicalmente, Mendes es persistente. “Recibo una nota de voz suya —quizá dos o tres— todos los días, cada dos días”.
Aun así, dividiendo su tiempo entre una casa en Los Ángeles y un departamento en Toronto, Mendes tardó un año en pisar un estudio... fugazmente. “Escribíamos una canción y, a mitad de camino, decía: ‘Lo siento. No puedo hacerlo’”, recuerda Harris.
Su discográfica fue paciente. “Le dimos mucho espacio”, dice Majid.
Poco a poco, con un equipo de artistas de la Generación Z, como el compositor y productor Mike Sabath, de 26 años, que estaba dispuesto a procesar emocionalmente y profundizar — “Es como un rayo de la verdad”, dijo Sabath—, Mendes volvió a grabar el álbum el pasado mes de enero.
Las canciones de amor (o de ruptura) han sido un elemento básico de sus álbumes, y “Shawn” tiene sus toques de desamor y lujuria. En “Why Why Why”, que tiene un ritmo potente, también hay una referencia inusualmente vulnerable a un susto de embarazo: “Pensé que iba a ser padre / Me sacudió hasta la médula, sigo siendo un niño / A veces todavía lloro porque extraño a mi madre”.
Pasar por esa experiencia “me enseñó mucho como hombre”, dijo. Cuando un colaborador se lo propuso, Mendes se resistió al principio. “Y entonces me pregunté por qué estaba haciendo esto”, si no era para escribir sobre ese tipo de complejidades, recordó. “Y también, quería derribar cualquier muro que quedara, entre la gente que me escuchaba y yo”.
El lunes, en un concierto en Colorado, abordó su sexualidad mientras presentaba una canción: “Estoy tratando de averiguarlo, como todo el mundo. A veces no lo sé, otras veces sí”, dijo, mientras el público lo aclamaba. “Y da mucho miedo, porque vivimos en una sociedad que tiene mucho que decir al respecto”.
Navegar por las mismas etapas de la vida que su público, con aparente transparencia, también le ha granjeado el cariño de los admiradores. “No siento una gran diferencia entre ellos y yo”, afirma. (Sus encuentros con ellos en cafeterías son legión).
En nuestra soleada tarde en Rhinebeck, con el canto de los pájaros y el perro del estudio de fondo, Mendes se preocupó un poco por cómo serían recibidas sus emotivas revelaciones. “Me pregunto si habré agotado mi tiempo de cara al público como el tipo que ha pasado por algo duro. ¿Agoté mi historia de tipo triste?”.
Pero se lo quitó de encima. “La sanación lleva tiempo”, dijo. “Más del que uno quisiera. Y es hermoso, porque puedes estar sanando y expresando al mismo tiempo. Puedes estar alegre y afligido simultáneamente”.
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