Sequía en Cataluña: más allá del cambio climático y los regadíos
El escenario de emergencia hídrica que se vive en parte de Cataluña no es inesperado, por más que resulte inusual. Se ha venido fraguando lentamente a través de las últimas décadas, y la reciente falta de lluvias apenas ha sido la gota que al evaporarse vació el vaso.
La discusión sobre la sequía se ha centrado, principalmente, en cómo se gestiona el agua una vez ha entrado en las tuberías y es desviada para diferentes usos. Un aspecto esencial, sin duda, pero ¿qué pasa con el agua antes de ser entubada? ¿La hemos gestionado correctamente o podríamos haber hecho algo mejor?
La disminución de lluvias no lo explica todo
Aunque intuitivamente asociemos la sequía con la meteorología y la falta de lluvias, en realidad nos estamos refiriendo a un fenómeno mucho más complejo que consta de tres componentes:
La precipitación, en forma de lluvia o nieve, es clave por representar la entrada de agua. Constituye el componente meteorológico.
El segundo componente es el hidrológico. Este depende de la escorrentía, es decir, del agua que resbala por el monte y recarga los ríos y embalses.
Por último, el componente agroforestal o, en otras palabras, cómo el agua es transformada en madera, en hojas y en frutos, y permite a los campos y a los montes vivir y desarrollarse a través de la evaporación.
En contra de la creencia generalizada, la lluvia en la mayor parte de cuencas catalanas no ha disminuido notablemente o, por lo menos, no lo ha hecho con la suficiente intensidad como para explicar todos los aspectos de la sequía actual. Es cierto que en los últimos años se ha concatenado una serie poco lluviosa, pero se trata de un fenómeno reciente.
Las series a largo plazo muestran cómo se han producidos leves descensos en algunas cuencas, mientras que no se detectan cambios en otras.
La reciente falta de lluvias se puede entender como la última estocada a un problema de fondo que ya venía arrastrando la región, pero debemos comprender que se trata de un fenómeno extremo puntual y que, por lo menos por ahora, no ha sido estructural.
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Aridez hidrológica y agroforestal
Aunque las series lluviosas no revelan grandes cambios a largo plazo, la aridez hidrológica sí muestra un claro aumento de forma generalizada y desde hace décadas.
La disminución en la escorrentía y en los caudales se debe principalmente a aumentos en la evaporación. Esta evaporación, a su vez, depende de dos factores. Por un lado, de los procesos que, como la temperatura y la humedad, aumentan “la sed” de la atmósfera y su capacidad para evaporar agua. Por otro lado, del aumento en la superficie forestal.
En contra del imaginario colectivo, la deforestación no es un problema en Cataluña, ni en el resto de Europa. Al revés, nos encontramos con una superficie forestal en aumento que, por tanto, cada vez “bebe” (evapora) más agua. A medida que aumenta la superficie foliar en el monte, también lo hace el agua consumida por la vegetación.
Los estudios realizados hasta la fecha coinciden en que el aumento de la aridez hidrológica se debe, principalmente, al abandono rural y al consiguiente aumento de la superficie forestal. El cambio climático, que aumenta el poder desecante de la atmósfera, ha desempeñado sin duda un papel muy importante. Sin embargo, los estudios de atribución nos muestran, claramente, como el aumento en la vegetación ha sido el principal causante de la disminución de la disponibilidad hídrica. En realidad, la ciencia venía advirtiendo sobre este problema desde hace tiempo. Estudios realizados hace dos décadas ya nos advertían sobre esta realidad.
La sequía actual nace, por tanto, de la convergencia entre el abandono rural y el consiguiente crecimiento excesivo de la vegetación, con el cambio climático, que ha rematado la faena iniciada por el abandono rural de las últimas décadas.
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¿Qué nos espera en el futuro?
La Tierra cuenta con una serie de mecanismos de autorregulación. Esto es, ajustes que se introducen en su funcionamiento a medida que se desequilibran los diferentes componentes del sistema. No estamos hablando de procesos teleológicos, dirigidos con un fin, sino de mecanismos naturales y espontáneos.
En la actualidad, ya estamos observando cómo operan estos mecanismos: más del 10 % de los árboles de la Cataluña central están muertos y este porcentaje asciende al 30-40 % en zonas de prepirineos. Estos procesos de sequía y mortalidad aumentan también el combustible para los incendios, por lo que cabe prepararse para campañas de incendios particularmente duras.
Los estudios paleoecológicos nos indican que, en los últimos 10 000 años, la superficie de bosques en la cuenca mediterránea rara vez ha excedido el 40 % del total. Ahora estaríamos cerca de ese máximo geológico. Esto implica que los bosques cerrados son uno de los muchos estados por los que atraviesa el monte. En el pasado, fueron los herbívoros y el fuego los agentes que disminuían la superficie boscosa por debajo de su potencial climático.
Ahora estamos nuevamente en un momento de transición. El cambio climático aumentará probablemente la aridez meteorológica, favoreciendo la expansión de los ecosistemas más abiertos, adehesados. La pregunta es cómo queremos que sea esta transición.
Puede ser ordenada, a través de la gestión forestal sostenible e incorporando criterios ecohidrológicos para maximizar el agua disponible para la vegetación y para los humanos. Pero también se puede producir a través de los mecanismos autorregulatorios de la Tierra, es decir, por la mortalidad a mansalva y los megaincendios forestales. El futuro no está escrito y depende en gran parte de nosotros.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation, un sitio de noticias sin fines de lucro dedicado a compartir ideas de expertos académicos.
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