La selección: ¡que suene la música!
Escuchando música nos suceden cosas. Pequeñas y grandes cosas. Por ejemplo, una canción que suena de repente en mitad de una avenida, y que hacía años que no escuchábamos, nos puede transportar al preciso instante en que la oímos por primera vez,. Puede hacernos revivir con quién estábamos, vibrar con lo qué sentíamos…
La experiencia se llama técnicamente “memoria autobiográfica evocada por la música”, y es extraordinariamente común. Al fin y al cabo, como la música suele acompañar muchos acontecimientos vitales señalados (fiestas, graduaciones, bodas y funerales), puede desempeñar un papel importante a la hora de reconectarnos con el pasado.
Sobre todo con momentos pasados compartidos. Porque, en el caso de la música, no se cumple el dicho de que mejor solo que acompañado. Muy al contrario, escuchar música en grupo tiene un efecto doblemente positivo sobre nuestra sesera. El motivo se explica en dos brochazos. Por un lado, la escucha de música activa circuitos neuronales cruciales para el entendimiento social como la corteza prefrontal o la ínsula. Además, oír una melodía hace que el cerebro produzca dopamina (recompensa) y oxitocina (afecto), que juntas pueden facilitar la conexión con otras personas.
Adicionalmente, se ha demostrado que escuchar música en grupo reduce el cortisol, una hormona cuya liberación se produce en situaciones de estrés.
Quizás por eso quien canta sus males espanta. Y quien oye música, en cierto modo también. Que suene una canción no solo es placentero, sino también terapéutico, dado el enorme poder que tienen para regular nuestras emociones. Algunas canciones más que otras, como ocurre con las escritas por el genial Joan Manuel Serrat. Eso explicaría porque, pese a que nuestra supervivencia no depende de la música, según un estudio reciente adolescentes y adultos dedicamos al menos tres horas del día a escuchar música .
Ya sea oyendo a Serrat, a Rosalía, a Taylor Swift o a Pau Casals, ¿sabemos qué pasa exactamente por nuestra cabeza cuando la música suena? Una investigación reciente sacaba a la luz que nuestro cerebro predice constantemente la siguiente nota, de forma consciente en músicos e inconsciente en el resto de la población. Y parece que cuando atinamos en las predicciones musicales, aunque sin que la canción sea excesivamente previsible, experimentamos más placer que cuando una melodía nos descoloca.
Y es que sobre gustos musicales sí hay mucho escrito (e investigado). Hace poco los científicos lograron explicar por qué solemos quedarnos enganchados a la música que escuchamos en nuestra juventud. Una de las razones es que nuestro cerebro cuenta con una mayor capacidad en esos años para asimilar nuevos sonidos, algo que se pierde a medida que envejecemos.
Otra incógnita que ha traído de cabeza a los científicos hasta hace muy poco es por qué muchas personas se sienten bien escuchando canciones cargadas de tristeza y melancolía. Al parecer, tiene que ver con que al oírlas nos sentimos conmovidos, especialmente si somos personas con una alta empatía. Eso hace que experimentemos emociones intensas, placenteras y, sin embargo, tristes al mismo tiempo. Una paradoja que explica por qué las canciones lacrimógenas tienen tanto éxito.