La selección gritó con alma y vida en el final ante Chile y avanza: nadie puede con el aura del campeón
EAST RUTHERFORD, Nueva Jersey (enviado especial).- Una bocanada de aire cuando había síntomas de ahogo. Un latigazo preciso en el momento en el que el desorden había ganado terreno. Para algo Argentina tiene jerarquía en todos los puestos, talento listo para cuando se lo necesite. No había caso en un partido en el que parecía todo dado para ganar sin sobresaltos, pero en el que las opciones comenzaban a evaporarse. Con un Messi a media máquina, tocado desde el principio del partido, la selección encontró en el final el resquicio para vencer a un Chile que siempre estuvo cómodo con dormir el partido y que en el tramo final creyó que podía ir contra la lógica. Lautaro Martínez resolvió el intríngulis como debe ser: el goleador aprovecha lo que se le presenta. Triunfo 1 a 0, clasificación a cuartos de final y la aspiración de finalizar en la cima del Grupo A, si el sábado, en Miami, consigue al menos un empate frente a Perú.
Scaloni siempre tiene algún detalle para sorprender. En este caso, sin volante central natural, optó por Alexis Mac Allister en el lugar que le encontró Klopp en Liverpool; Enzo Fernández se ubicó en su hábitat natural, la del mediocampista interno que puede acceder a zonas de riesgo. De esta manera, Argentina se entregó al juego de la posesión total, donde se siente más cómodo, con intérpretes que pueden hacerlo. De Paul-Mac Allister-Enzo le permiten descansar con la pelota y esperar el momento preciso para lastimar. Sin embargo, en la primera parte abusó del juego centralizado y perdió capacidad de sorprender al casi no utilizar los costados, con Molina o Nico González. Fueron contadísimas las ocasiones que atacó por afuera, y casi logra abrir el marcador. Con un centro atrás de cada uno de los mencionados: el de Molina lo despejó un chileno; el de Nico encontró una definición suave de Julián que conjuró Bravo.
La selección padeció, sobre todo en los primeros 35 minutos, a un Messi paralizado por una molestia en el muslo derecho. El capitán mostró enseguida el fastidio y quedó como fuera de partido durante un largo rato -incluso debió recurrir al masajista, en unos instantes de gran incertidumbre-, acaso procesando lo que podía ser algo que le impidiera seguir. El Messi de siempre apareció sobre el final del primer capítulo. Primero, con un zurdazo desde lejos que acarició el poste izquierdo de Bravo; luego, con una apilada en la que pareció tocado en su orgullo. El 10 levantó al público, pero no más que eso. Argentina extrañó la actividad de su mejor hombre.
Hubo, en ese lapso, varios intentos de remates desde afuera: De Paul, Enzo, Julián -una máquina de correr rivales y generar incomodidad en la salida chilena-, Mac Allister. Pero la puntería no fue atributo de los argentinos.
Chile jugó con la calculadora en la mano (un empate le servía para definir mano a mano con Canadá), algo que se notó en cada saque de arco de Bravo, que siempre se tomó sus segundos extra. El equipo de Ricardo Gareca esperó en su campo, replegado, apostando a una salida rápida con Alexis -hoy por hoy, el patrón futbolístico del equipo- o a los cambios hacia sus dos laterales, siempre predispuestos para atacar. Pero fue absolutamente inofensivo. Dibu Martínez estuvo absolutamente como testigo preferencial del monólogo argentino. Mérito también de los dos centrales argentinos, impasables por arriba y por abajo, censores de cualquier intención de peligro de los chilenos. Cuti y Lisandro se están transformando en una dupla difícil de encontrar en otro seleccionado: técnica, timing, carácter, conducción, pase vertical. Si no ocurre nada raro, hay centrales por muchos años.
Pero también influyó en la falta de ritmo del desarrollo la parsimonia de los trasandinos, que cuando conseguían la pelota, lateralizaban casi para ponerle un somnífero al desarrollo. Apostaban a una distracción a las espaldas de Molina, sobre todo, pero el de Atlético de Madrid estuvo muy atento.
En el segundo tiempo (Messi apareció y hubo una reacción de alivio en el público), Argentina se acordó de jugar por los costados (González empezó a marcar diagonales) y desacomodó a Chile. De entrada, la mejor acción colectiva hasta entonces, una seguidilla de pases encontró a Julián, Messi condujo y Molina llegó sin marca y su remate le quemó las manos a Bravo.
A los 11 minutos, Messi transformó un tiro libre frontal en una asistencia mágica a Mac Allister, que casi en el área chica no pudo impactar para definir. Y enseguida, Nico González reventó el travesaño con un remate fortísimo. El de Fiorentina es distinto del resto: no necesita del juego asociado, puede procurarse él solo una acción de peligro. Muchas veces cuestionado por su toma de decisiones, la imprevisibilidad es su principal capital.
Enzo Fernández se diluyó y Scaloni y sus colaboradores leyeron a la perfección ese declive: mandó a la cancha a Gio Lo Celso, buen socio de Messi en sus tiempos de esplendor en la selección. Y la sociedad apareció enseguida: el de Tottenham recibió casi entre los centrales y lo ubicó a Messi con un pase largo que el 10 definió por arriba. Fue offside, finalmente, pero un aviso de que el vínculo de talento está vigente.
Di María y Lautaro entraron para refrescar el ataque, en lugar de un Nico González que había encontrado situaciones y de un Julián que se había desvanecido de tanto desgaste. Pero ello coincidió con los minutos de desconcierto argentino. No solo por errores no forzados de los volantes, sino por una relajación general que envalentonó al rival.
Chile, a la espera de un error, lo encontró: Cuti falló un pase con el equipo mal parado, los de Gareca llegaron a fondo y un despeje encontró el remate de Echeverría; hubo un desvío y Dibu fue puro reflejos para desviarla. El arquero argentino, en la primera llegada chilena en 70 minutos, respondió formidablemente. El llamado de atención se repitió, casi un calco: Isla desbordó y su centro no pudo ser despejado por Molina. La pelota quedó viva en el área y Echeverría -otra vez el volante central de Huracán- fusiló a Dibu. El arquero empezó a tener la acción que no había vivido antes: otra tapada magnífica para salvar a Argentina.
Hasta que la jerarquía se impuso. Fueron dos córners sin solución de continuidad. En el primero, Messi casi lo mete olímpico. En el segundo, la pelota cayó como una bomba entre Cuti y Lisandro, cuyo remate fue sacado en la línea; el rebote le cayó a Lautaro y el de Inter renovó su apetito goleador: bombazo y adentro. En el final, una contra de conexión Messi-Di María-Lautaro se perdió por centímetros gracias al esfuerzo de Bravo y la definición displicente del goleador.
En esta Copa América, Argentina moldea un aura de mística. Fueron dos partidos distintos, pero que de algún modo y otro se le complicaron. El de esta noche del MetLife, cuando todo era un monólogo al que le faltaba definición, cuando cayeron sombras y tuvo que aparecer la gigantesca figura de Dibu, surgió una pátina que este equipo bien se ha ganado. Como en el boxeo, al campeón hay que noquearlo; al menor descuido el desafiante se va a la lona. En un contexto extraño, con el gran capitán diezmado, apareció el goleador Lautaro, voraz, para hacer honor a este estatus de la selección: ¡hay mística, señores!