Causas y soluciones al drama de la caravana migrante atorada y reprimida en la frontera

El grave incidente en el cruce de Tijuana y San Ysidro, en la frontera entre México y Estados Unidos, del pasado fin de semana revela la situación de desesperación en que se encuentran muchos de los integrantes de la caravana migrante en esa localidad y la persistencia de la actitud represiva de las autoridades estadounidenses ante esas personas, que salieron de Centroamérica y cruzaron todo México en su afán de pedir asilo en Estados Unidos.

Y también es un indicador de que la presencia de esos migrantes en la fronteriza Tijuana no es en realidad el final de su odisea, sino que es el comienzo de una larga e incierta espera en circunstancias muy difíciles y con hostilidad proveniente de muchos frentes. La asistencia y solidaridad que a lo largo de su camino por México han recibido esos migrantes de parte de instituciones, organizaciones y personas mexicanas será, así, tan o más necesaria durante su estancia en la frontera que lo que fue durante su marcha hacia el norte.

La hondureña María Lila Meza Castro huye con sus dos hijas Saira Nalleli y Cheili Nalleli Mejia Meza de los gases lacrimógenos lanzados desde EEUU contra un grupo de migrantes que trató de llegar al límite fronterizo en Tijuana, México. (Reuters)
La hondureña María Lila Meza Castro huye con sus dos hijas Saira Nalleli y Cheili Nalleli Mejia Meza de los gases lacrimógenos lanzados desde EEUU contra un grupo de migrantes que trató de llegar al límite fronterizo en Tijuana, México. (Reuters)

Desesperación y caos

De acuerdo a reportes de prensa, el frenético intento de cruzar la frontera de algunos cientos de integrantes de la caravana no fue algo premeditado o coordinado, sino el resultado de la desesperación en la que se encuentran. Originalmente, se planeó realizar el pasado fin de semana una marcha pacífica desde el complejo deportivo en el que centenares de migrantes reciben albergue en Tijuana hasta la garita fronteriza de El Chaparral para pedir que se les permitiera colectivamente la entrada a Estados Unidos.

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Pero su avance fue frenado por policías federales mexicanos y por cerca de media hora los migrantes trataron sin éxito de dialogar para que esos oficiales les permitieran continuar. Entonces, se narra, los policías mexicanos descuidaron sus flancos y por esos espacios abiertos algunos centenares de centroamericanos echaron a correr hacia el límite con Estados Unidos.

Quizá pensaron que podrían lograr cruzar la frontera o al menos llegar al punto de entrada formal para pedir asilo, pero en realidad la mayoría corrió sin ton ni son –según narró Blanche Petrich para el periódico La Jornada– y quedó en una suerte de callejón sin salida, bloqueada en el área de paso de automóviles de la garita o en medio del canal del río Tijuana del lado mexicano.

Algunos ciertamente lograron llegar hasta una sección del muro fronterizo y lo saltaron o cruzaron por un hueco, pero fueron detenidos. Fue entonces cuando los agentes fronterizos estadounidenses dispararon gases lacrimógenos y balas de goma sin importar que los migrantes se encontraran del lado mexicano. Algunos migrantes ciertamente lanzaron piedras hacia los agentes estadounidenses, lo que fue interpretado por el gobierno estadounidense como una agresión contra sus oficiales, aunque se trató de casos aislados.

La marcha y el intento de cruce al final terminaron mal. Muchas personas sufrieron por los gases lacrimógenos, 69 fueron detenidas por autoridades estadounidenses y 39 por las mexicanas, de acuerdo a la televisora CNN.

Vista de gases lacrimógenos que la policía fronteriza de EEUU utilizó para evitar que grupos de personas avanzaran hacia la línea fronteriza desde la ciudad de Tijuana, México. (EFE)
Vista de gases lacrimógenos que la policía fronteriza de EEUU utilizó para evitar que grupos de personas avanzaran hacia la línea fronteriza desde la ciudad de Tijuana, México. (EFE)

Fuerza desproporcionada

Con todo, la fuerza aplicada contra los migrantes resultó desproporcionada, pues en el contingente había familias y niños en su enorme mayoría no implicaban amenaza alguna ni llegaron a cruzar al lado estadounidense, aunque ciertamente actuaron con desesperación para tratar de cruzar a Estados Unidos y luego, posiblemente, simplemente para salir del laberinto fronterizo en el que estaban.

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La acción represiva de las autoridades estadounidenses ha sido cuestionada doblemente: una porque se dispararon gases lacrimógenos y balas de goma contra personas ubicadas en México, una vulneración del territorio mexicano por parte de oficiales estadounidenses ante la que el gobierno de México al parecer ha preferido voltear hacia otra parte, y porque se trató de una agresión indiscriminada contra familias y menores.

Las fotos de madres arrastrando a niños para escapar de los gases lacrimógenos han sido muestra de ello y causado severa consternación. Y voces críticas han señalado que reprimir de ese modo a familias y niños que huyen de la violencia y buscan asilo es contrario a los valores estadounidenses.

Pero ello deja claro que las autoridades fronterizas estadounidenses persistirán en la mano dura, en línea con la noción equívoca pero punzante del presidente Donald Trump de que la caravana es una “invasión”. Y aunque este incidente en la frontera presumiblemente será utilizado por algunos, incluido Trump, para tratar de probar esa interpretación y justificar una reacción represiva y restrictiva contra esos migrantes, también es una muestra del fracaso y la falacia de la política de la Casa Blanca al respecto.

La criminalización de esa caravana y la idea de que debe ser repelida por la fuerza no ha frenado el flujo de migrantes (que huyen de una violencia y un miedo aún mayores) ni tampoco ofrece vías para que este fenómeno pueda ser atendido de modo justo, humano y eficaz. El único beneficiario, y solo en el corto plazo, es el afán político de Trump, que agita su plataforma antiinmigrante como un ariete para mantener y potenciar sus apoyos y para culpar de todo a sus opositores.

La larga y difícil espera

El desesperado intento de cruce es también una expresión del desasosiego creciente ante el estancamiento en el que miles de migrantes se encuentran en Tijuana, una ciudad cuya capacidad para atenderlos es reducida (más migrantes llegan allí cada día) y en la que la presión que enfrenta la caravana (y otros que llegaron antes que ella) se eleva cada día. La intención siempre ha sido llegar al punto fronterizo formal para allí solicitar asilo a las autoridades estadounidenses, pero estas dan acceso solo a pocas decenas de solicitantes cada día, mientras miles deben esperar –presumiblemente por semanas e incluso meses– a que les llegue su turno en condiciones de grave precariedad.

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Miles se encuentran en condiciones difíciles de hospedaje, alimentación y sanidad, con mínimo o nulo dinero ni opción de conseguirlo y, en ese sentido, el golpe de los gases lacrimógenos implicó también la desilusión de que el gobierno estadounidense pudiera responder positivamente o al menos con tolerancia a una manifestación en demanda de aceptarlos rápidamente y en gran número.

Una familia hondureña integrante de la caravana migrante, frente a un albergue en Tijuana, Mexico. (AFP)
Una familia hondureña integrante de la caravana migrante, frente a un albergue en Tijuana, Mexico. (AFP)

Y no hay modo de saber cuándo tendrán la oportunidad de pedir asilo pues, como se indica en el periódico The San Diego Union-Tribune, en Tijuana existían ya casi 3,000 personas esperando turno para solicitar asilo antes de la llegada de la caravana, y la lista de espera es ahora de muchos miles más. Así, incluso a un ritmo de 100 solicitantes admitidos por día, pasarán muchas semanas, quizá meses, antes de que muchos migrantes se les permita presentar su petición de asilo.

La espera es angustiosa, tanto por la penuria en que ha de ser mantenida como por la enorme incertidumbre sobre si, al final, la solicitud de asilo será admitida a trámite y sobre el destino que entonces le espera al solicitante bajo custodia de las autoridades migratorias estadounidenses.

La hostilidad

Lanzar gases lacrimógenos contra civiles ubicados en otro país es una prueba de la hostilidad que el gobierno estadounidense tiene hacia los migrantes de la caravana. El propio Trump ha afirmado sin pruebas que muchos de ellos criminales y amenazado con cerrar toda la frontera si el gobierno de México no devuelve a esos migrantes a sus países de origen.

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Pero ese rechazo se expresa también de modo punzante de otros modos: al considerarlos una “invasión” que ha de ser repelida se olvidan o minimizan las razones que han impulsado a esos migrantes a recorrer miles de kilómetros arriesgándolo todo en aras de pedir asilo a Estados Unidos y, por ende, se pasan por alto también las soluciones específicas para ellos y en general para sus países de origen que podrían ser mucho más efectivas para mitigar ese éxodo en masa del sur al norte.

Al dejar del lado la realidad de que los migrantes huyen de la violencia y la miseria en sus países de origen y que atender esos problemas directamente allá es la solución más auspiciosa solo se retroalimenta el círculo vicioso de expulsión, estigmatización y represión de personas.

En cambio, esos y otros migrantes han sido utilizados por Trump y los grupos antiinmigrantes para incitar miedo en sectores de la población estadounidense, para justificar planteamientos xenófobos a escala mucho más amplia y para fustigar a los opositores del presidente en una pugna que ha polarizado severamente a la sociedad estadounidense.

Y se a eso se añade que también en México se han dado brotes antiinmigrantes que miran a la caravana con los mismos ojos que Trump la situación para esas personas, atoradas en Tijuana, resulta ciertamente muy difícil, desesperada.

La situación así luce muy complicada pues no hay indicador de que el gobierno estadounidense vaya a suavizar su actitud hacia la caravana.

Donald Trump ha criminalizado a la caravana migrante centroamericana a la que considera una
Donald Trump ha criminalizado a la caravana migrante centroamericana a la que considera una “invasión”. (Reuters)

Solidaridad necesaria

Ante todo ello, un trato humano y solidario es la mejor salida en el corto plazo para los migrantes en tránsito, pero también en el largo plazo para las sociedades y sus países de origen. La admisión a cuentagotas de solicitantes y su posterior ingreso en centros de detención migratoria, la amenaza de nueva represión a quien trate de ingresar irregularmente y la continua estigmatización de los migrantes desde el propio gobierno estadounidense solo añaden presión a todo el contexto. Así, la solución real a este fenómeno debería incluir un trato humano y solidario a los migrantes, por parte de las autoridades y sociedades de México y Estados Unidos, pero también acciones efectivas para reducir las graves causas de la migración que agobian a incontables personas en Centroamérica y México.

Algunos afirman que una mayor apertura a estos solicitantes de asilo desataría nuevas caravanas, quizá incluso mayores, y que el rudo trato que se les ha dado es una forma de disuasión. Pero en tanto la violencia y la miseria persistan en los países de origen de esos migrantes, la disuasión que planteen las autoridades estadounidenses o mexicanas será el mal menor.

Y, en lo inmediato, dar a la caravana un trato solidario y verla como una víctima en busca de refugio y no como una invasión criminal es el primer paso para atenderla de modo humano y propositivo. El nuevo gobierno mexicano tiene así la oportunidad de ofrecer a esos migrantes una mano generosa para permitirles superar la espera en las mejores condiciones posibles, y se ha mostrado dispuesto a hacerlo.

La niña migrante Génesis Belén Mejía Flores junto a otros menores de la caravana centroamericana en un albergue en Tijuana, México. (AP)
La niña migrante Génesis Belén Mejía Flores junto a otros menores de la caravana centroamericana en un albergue en Tijuana, México. (AP)

El difícil futuro

Con todo, será necesaria mucha interlocución entre las autoridades mexicanas y estadounidenses y eso será una prueba importante en la relación del nuevo gobierno mexicano, de orientación progresista, con el de Trump.

Y aunque se dijo que el futuro gobierno mexicano habría aceptado mantener a los migrantes de la caravana en México en tanto se resolvían sus casos en las cortes de inmigración estadounidenses, después se clarificó que el equipo del presidente electo Andrés Manuel López Obrador, no planea que México asuma la condición de tercer país para esos u otros migrantes, aunque reiteró que protegerá los derechos humanos y dará auxilio, alojamiento, alimentación y atención médica a esos migrantes.

Habrá que esperar a que López Obrador asuma la presidencia el 1ro de diciembre para que el gobierno de México actúe en ese sentido.

En todo caso, en el largo plazo es necesaria una muy amplia cooperación institucional para promover el desarrollo en los países de origen de los migrantes y mitigar los factores que provocan la miseria, la corrupción y la violencia. Inversión para generar empleos y proveer oportunidades es clave y proveería beneficios tanto a los países que reciban esa ayuda como a Estados Unidos. En ese sentido, las armas que fluyen desde EEUU hacia el Sur y la enorme demanda estadounidense de drogas son factores clave en el auge de bandas y maras en Centroamérica que Estados Unidos debe contener.

No es una solución fácil ni inmediata, pero ofrecer opciones de vida digna es la mejor manera de evitar éxodos desesperados y propiciar el bienestar individual y social. México puede ayudar en ello sin que eso signifique desatender las necesidades y exigencias de su propia población. Y en tanto EEUU no asuma su responsabilidad en las causas y soluciones de este complejo fenómeno, será difícil, incluso con gases lacrimógenos o muros en la frontera, frenar las dramáticas oleadas de personas que huyen para sobrevivir.

Sigue a Jesús Del Toro en Twitter: @JesusDelToro