El secuestro del bebé de Lindbergh: una teoría espeluznante y un debate renovado

Kurt Perhach, un abogado que intenta lograr que se libere la evidencia sobre el caso Lindbergh para hacer análisis de ADN, vincula su carrera jurídica con su fascinación de adolescente con ese secuestro. (Caroline Gutman/The New York).
Kurt Perhach, un abogado que intenta lograr que se libere la evidencia sobre el caso Lindbergh para hacer análisis de ADN, vincula su carrera jurídica con su fascinación de adolescente con ese secuestro. (Caroline Gutman/The New York).

La foto del prontuario de Bruno Richard Hauptmann. La silla eléctrica de madera donde fue ejecutado. Una esponja como la que se sumergió en agua salada y se colocó en su cabeza para conducir la corriente mortal de electricidad.

Esta colección macabra de reliquias se encuentra en un museo pequeño en Nueva Jersey, a unos 32 kilómetros del lugar donde se halló, con la cara hundida en la tierra, el cuerpo en descomposición de Charles A. Lindbergh Jr., el niño pequeño por cuyo secuestro y asesinato fue sentenciado Hauptmann.

Hace casi 100 años, el caso Lindbergh se conocía como el crimen del siglo en virtud de sus detalles cinematográficos y el alto perfil de los padres del niño, Anne Morrow Lindbergh, hija de un diplomático; y Charles A. Lindbergh, un piloto aviador que fue catapultado a la fama por realizar el primer vuelo en solitario y sin escalas de la historia, de Nueva York a París.

En las décadas transcurridas desde entonces, como pueden atestiguar los guardianes de los archivos sobre el secuestro del hijo de Lindbergh, el interés público en el caso nunca se atenuó, como tampoco lo hizo el escepticismo sobre la culpabilidad de Hauptmann. Pero una nueva teoría estrambótica y espeluznante sobre la posible participación de Lindbergh en la muerte de su hijo, y una presión legal renovada para que se hagan análisis de ADN a la evidencia, se han combinado para lanzar uno de los misterios alrededor de un asesinato más perdurables del país de vuelta al centro de la conversación pública.

Hauptmann, un inmigrante alemán que había trabajado como carpintero y vivió en el distrito del Bronx de la ciudad de Nueva York, fue ejecutado por el delito en abril de 1936. Hace poco, su sobrina bisnieta, Cezanne Love, y la tía de ella facilitaron muestras de su ADN con la esperanza de que los tribunales de Nueva Jersey decidieran abrir la posibilidad de explorar con la ciencia moderna las dudas de hace un siglo: ¿Se ejecutó a un hombre inocente? Y, si no fue así, ¿actuó por su cuenta?

“En lo personal, no creo que él sea culpable”, admitió Love, señalando que Hauptmann y su viuda defendieron su inocencia, y su coartada, hasta el final. Pero si las pruebas sí lo vinculan al caso, “entonces que así sea”, afirmó. “Quiero descubrir la verdad”.

Documentos voluminosos de la investigación policial sobre el secuestro y asesinato de Charles A. Lindbergh Jr. están almacenados en el Museo y Centro de Aprendizaje de la sede de la Policía Estatal de Nueva Jersey en West Trenton, Nueva Jersey, el 1.° de febrero de 2024. (Caroline Gutman/The New York).
Documentos voluminosos de la investigación policial sobre el secuestro y asesinato de Charles A. Lindbergh Jr. están almacenados en el Museo y Centro de Aprendizaje de la sede de la Policía Estatal de Nueva Jersey en West Trenton, Nueva Jersey, el 1.° de febrero de 2024. (Caroline Gutman/The New York).

Charles Lindbergh Jr. tenía 20 meses de edad cuando desapareció de su habitación en East Amwell, Nueva Jersey, el 1.° de marzo de 1932. Tras el secuestro, en la casa se hallaron una escalera de madera, un cincel y la primera de más de una docena de notas para pedir dinero de rescate. La familia accedió a pagar 50.000 dólares, pero el niño fue hallado sin vida 10 semanas después.

La investigación, que fue liderada por la Policía Estatal de Nueva Jersey y llegó a los titulares de todo el mundo, continuó hasta septiembre de 1934, cuando un certificado de oro de 10 dólares del pago del rescate se usó para comprar gasolina en Nueva York.

Los investigadores rastrearon el auto de la gasolinera hasta dar con Hauptmann y luego encontraron 13.760 dólares en billetes del rescate en su garaje, dinero que según Hauptmann le había dado a guardar un hombre que murió en Alemania antes del juicio.

No había huellas digitales, y no hubo ninguna confesión ni una explicación de cómo un secuestrador solitario pudo haber orquestado el rapto de un niño pequeño desde un cuarto en un segundo piso en una noche lluviosa de martes, mientras cinco adultos y un perro se encontraban en la misma casa. Hauptmann fue declarado culpable tras un juicio de seis semanas en Flemington, Nueva Jersey, y sentenciado a muerte.

En la época en que el niño fue secuestrado, su padre era un héroe nacional.

Sin embargo, más tarde, la historia vería al reconocido piloto que murió hace 50 años bajo una lente mucho más crítica. A Lindbergh le fascinaba el estudio de la eugenesia y fue vilipendiado por los medios tras aceptar una medalla por sus contribuciones a la aviación de parte de Hermann Goering en representación de Adolf Hitler en 1938, lo cual muchos interpretaron como una señal de que era partidario del régimen nazi.

Ahora, Lise Pearlman, jueza jubilada de California, especula que Lindbergh fue capaz de algo aún más siniestro: sacrificar a su hijo para realizar experimentos científicos que derivaron en la muerte del niño.

“Aprovecho la distancia del tiempo para tratar al padre del niño como un sospechoso potencial en su secuestro y homicidio; al igual que todos los otros integrantes de la lista, fue un ser humano falible, no un semidiós”, escribió Pearlman en un libro publicado en 2020, titulado: “The Lindbergh Kidnapping Suspect No. 1: The Man Who Got Away”.

Los otros investigadores del caso Lindbergh ven esta teoría con profundo escepticismo.

Pearlman reconoció que sus hallazgos se basaron en pruebas circunstanciales, pero convincentes, sobre la escena del crimen, la condición del cadáver del niño y los estudios que Lindbergh estaba realizando en aquel entonces con Alexis Carrel, un cirujano ganador del Premio Nobel y pionero en el trasplante de órganos.

En febrero del año pasado, Pearlman compartió su teoría en una conferencia organizada por la Academia Estadounidense de Ciencias Forenses, lo cual amplió el alcance de sus ideas y reabrió el debate sobre los enigmas persistentes de este delito.

Los escritores que han investigado el caso con el mismo nivel de detalle que Pearlman comentaron que sería imposible comprobar en definitiva una teoría totalmente nueva 100 años después. Pero eso no ha impedido que ciertas personas lo intenten.

Hace décadas, un exprofesor de la Universidad Estatal de Nueva Jersey, Lloyd C. Gardner, fundó un grupo social que se autodenominaba Los irregulares de State Street, como homenaje a la serie de libros de Sherlock Holmes del autor Conan Doyle. El grupo se reunía en el bar de un restaurante en Lambertville, Nueva Jersey, mientras Gardner escribía su libro sobre el tema, “The Case That Never Dies”.

“Nunca se demostrará esta ni otra teoría”, aseguró Gardner.

A favor del análisis de ADN

Barry Scheck, fundador de The Innocence Project, que ha representado a unos 200 clientes que fueron exonerados por pruebas de ADN, fue compañero de clase de Pearlman en la universidad y en la facultad de Derecho, y escribió una reseña alentadora para la portada de su libro. The Innocence Project no aceptó llevar el caso, pero Scheck dijo que había asesorado a Pearlman.

En una entrevista, Scheck mencionó que su interés en el caso Lindbergh tenía más que ver con la posibilidad de que un hombre inocente haya sido ejecutado que con la identidad de un culpable.

“Si hay un análisis de ADN que pueda hacerse para revelar la culpabilidad o la inocencia de alguien, en particular alguien que fue ejecutado, creo que la familia tiene el derecho de conocer esa información”, indicó.

Su opinión coincide con el interés duradero de muchas personas en el caso y con las iniciativas renovadas para determinar la culpabilidad o inocencia de Hauptmann.

El lunes, Lawrence S. Lustberg, un destacado abogado defensor en causas penales de Nueva Jersey, dijo que se había sumado a esta labor en nombre de “quienes se oponen a las condenas injustas”. Declaró que estaba “considerando con cuidado qué mecanismos procesales” podrían estar disponibles para “reparar lo que parece ser una injusticia terrible e histórica”.

Ya existe una impugnación jurídica sin relación con Lustberg en Nueva Jersey que solicita analizar la saliva en los sobres estampillados de las notas que pedían el dinero del rescate para hallar pistas. Otros investigadores también han argumentado que la escalera y una tabla de madera hallada en el ático de Hauptmann debían evaluarse con métodos modernos para confirmar que coinciden.

El año pasado, un juez del tribunal superior falló en contra de la liberación de los sobres para hacer análisis de ADN, y se espera que un panel de apelaciones fije una fecha para escuchar los argumentos sobre el caso en los próximos meses.

La oficina del fiscal general del estado de Nueva Jersey ha negado la petición, argumentando que la “integridad de los objetos históricos supera cualquier interés en realizar pruebas de ADN que podrían alterar y dañar de manera permanente estos objetos”.

‘Hombres complicados y con defectos’

Una de las teorías más grotescas que han surgido desde la muerte del niño se detalla en el libro escrito por la jueza retirada de California.

Pearlman comentó que consideraba que la evidente ausencia de sangre en el bosque donde se encontró el cuerpo era la prueba irrefutable de que el niño había muerto en otra parte. Las preguntas que no se han formulado sobre la condición del cadáver y los objetos que se hallaron cerca de él la llevaron a especular que Lindbergh conspiró con Carrel, su amigo que trabajaba en el Instituto Rockefeller de Investigaciones Médicas, para experimentar con su hijo.

La exjueza escribió que el niño, que tenía una cabeza inusualmente grande y tomaba medicamentos para raquitismo, les habría parecido prescindible a los hombres, quienes, como eugenistas, creían en mejorar la calidad genética de la población. Pearlman llegó a la conclusión de que cabía la “horrenda probabilidad” de que los hombres hubieran retirado los órganos del niño con la esperanza de lograr un avance médico que pudiera ayudar a la cuñada de Lindbergh, que tenía una válvula cardíaca dañada.

Para llegar a esta conclusión, Pearlman trabajó con un patólogo de Nueva Jersey, Peter Speth, quien evaluó los expedientes de la escena del crimen y de la autopsia, los cuales mostraban que los órganos del niño, excepto por el corazón y el hígado, no estaban en su cuerpo. En aquel entonces, los investigadores dedujeron que los animales en busca de alimento habían mutilado el cuerpo mientras yacía en el bosque.

Speth señaló que la aparente ausencia de parásitos en el cadáver del niño —así como pistas que sugerían que su rostro y sus pies se habían descompuesto menos rápido que otras partes de su cuerpo— indicaba que el cadáver se había dejado en el bosque mucho después del secuestro y que probablemente también se habían usado sustancias químicas que suelen encontrarse en laboratorios.

“Bruno no pudo haber planificado esto ni pudo haberlo llevado a cabo”, afirmó Speth en una entrevista. Se refirió a la ejecución de Hauptmann como un “error judicial terrible”.

La Academia Estadounidense de Ciencias Forenses siempre incluye descargos de responsabilidad que señalan que las investigaciones que se presentan en sus conferencias no están verificadas, y los hallazgos de Pearlman no se han sometido a una revisión paritaria. No obstante, un equipo de selección tuvo que haber aprobado la participación de Pearlman en la conferencia, y la academia publicó un resumen de sus hallazgos, lo cual es parte de sus procedimientos de rutina, según Jeri Ropero-Miller, científica y miembro de la academia.

Aun así, los autores que también han estudiado el delito y a sus personajes con sumo detalle cuestionan el libro de Pearlman y sus conclusiones extremas.

David M. Friedman, quien escribió “The Immortalists: Charles Lindbergh, Dr. Alexis Carrel and Their Daring Quest to Live Forever”, dijo que no había leído el libro de Pearlman pero que la teoría sobre Lindbergh y Carrel le parecía absurda.

“Eran hombres complicados y con defectos”, reconoció Friedman. “Pero la idea de que colaborarían en un acto de infanticidio me parece una tontería maliciosa”.

c.2024 The New York Times Company