Los secretos de “Bambi” Rodríguez, uno de los primeros guardaparques nacionales de la Argentina
SAN CARLOS DE BARILOCHE.– La Argentina alberga 55 áreas protegidas nacionales en las que trabajan actualmente unos 550 guardaparques. La historia de esos profesionales comprometidos con la protección de los recursos naturales y culturales del país se inició de la mano de baqueanos: eran pioneros patagónicos, gauchos salteños y mensús del Alto Paraná los que mejor conocían cada territorio y estaban acostumbrados a vivir en lugares remotos y a lidiar con las inclemencias del clima.
Con el desarrollo de los Parques Nacionales surgió la necesidad de contar con personal especializado. El Cuerpo de Guardaparques Nacionales tuvo su origen en 1928 con la designación de sus siete primeros integrantes, destinados al Parque Nacional del Sur, actualmente conocido como Parque Nacional Nahuel Huapi.
Una década después, el primer antecedente de formación apareció en la Escuela de Viveristas y de Capacitación para Guardaparques, ubicada en la Isla Victoria, en Bariloche. Y en 1967 se creó la Escuela de Guardaparques, primera en su género en América Latina, que en 1969 pasaría a denominarse Centro de Instrucción de Guardaparques “Guardaparque Bernabé Méndez”.
Fueron 17 los aspirantes que en 1968 conformarían la primera camada de guardaparques. Entre ellos estaba José Hugo Rodríguez, más conocido como “Bambi”. Hace algo más de 56 años, cuando él tenía apenas 23, Bambi vio en un diario una solicitud de personal para la Administración Parques Nacionales.
“Nací en 1944, estoy por cumplir los 80. Mi padre trabajaba en el Vivero del Parque Avellaneda. Cuando tenía 6 años nos mudamos a uno de los chalets en la General Paz, que se inauguró en 1950. Ahí ya vivía bastante entre lo verde”, se ríe Bambi.
Terminó la primaria en la Escuela Estados Unidos de América, en el barrio de Versalles, y luego cursó el secundario en el colegio San Pedro Apóstol, a pocas cuadras de donde vive actualmente. Al final del quinto año, un cura de la escuela les ofreció a los egresados hacer un viaje a Bariloche con el grupo Scout.
“Allá fuimos: ¡36 horas en tren! Paseamos mucho, conocí Arrayanes, Blest, isla Victoria, Tronador, Circuito Chico, Circuito Grande. Ahí ya se prendió una chispita que quedó latente”, asegura. Unos años después, como no quería hacer el Servicio Militar Obligatorio, se anotó en la Escuela de Aviación Militar, donde estuvo 2 años.
Luego de aquella experiencia poco grata –tal como la recuerda Bambi– y buscando nuevos rumbos se toparía, a principios de 1968, con un aviso en el diario en el que solicitaban personal para Parques. “Convocaban a varones que hubiesen terminado la escuela primaria y preferentemente el ciclo básico del secundario. Fui a averiguar. Me presenté en Santa Fe 690, me entregaron la folletería que aún conservo y conocí a los ingenieros Hugo Correa Luna y Jorge Milan Dimitri, responsables de la escuela de guardaparques nacionales”, recuerda.
Estudios
Luna era ingeniero agrónomo y consideraba que “para ser guardaparque hay que reunir condiciones especiales, ser digno de pertenecer al orden de los que aman la naturaleza, estar atento y responder al llamado del árbol, de los animales, del viento que puebla su inmenso territorio, saber renunciar a las comodidades de las grandes urbes, poseer condiciones intelectuales, físicas y morales, sensibilidad para afrontar la soledad, tener conciencia del alto sentido patriótico de su misión y haber realizado el curso para guardaparque”.
Su colega Dimitri se especializó en Botánica: en 1954 fundó Natura, la revista oficial de Parques, y entre 1953 y 1969 fue director de Protección de la Naturaleza en la Dirección General de la institución. Luna trabajó junto a Dimitri como subdirector y luego lo sucedió en el Departamento de Conservación.
Junto a ellos y otros profesores que los instruyeron en materias como Geografía, Biología, Botánica, Zoología, Historia, Educación Física (les enseñaron primeros auxilios, natación, resistencia, rescate con soga, juegos y canciones), Fotografía, Técnica de Supervivencia y Acampada, los aspirantes a guardaparques cursaron durante cuatro meses la parte teórica en la biblioteca de la sede central de Parques.
Entre junio y octubre de 1968, hicieron prácticas en la Plaza San Martín. “No íbamos muy lejos –se ríe Bambi–. Reconocíamos plantas, hacíamos mediciones del tamaño de los troncos, por ejemplo, alturas y aproximaciones”.
En agosto, el grupo viajó a las Cataratas del Iguazú: partieron desde El Palomar e hicieron escala en Formosa. “El vuelo lo cumplimos en un Douglas DC-3 de la Aeronáutica Argentina. Tenía dos motores y se utilizaba para paracaidismo, así que íbamos enfrentados y experimentamos todas las vibraciones de la aeronave. Ahora ni loco me subo, pero a los 23 años era una aventura”, dice Bambi entre risas.
En las cataratas también aplicaron los conocimientos aprendidos en Buenos Aires, relevando flora y fauna. En Puerto Canoas, se embarcaron hacia un islote cercano al San Martín. Navegaron en un bote a remo dirigido por un baqueano: “En una experimentada maniobra, logró salir de la correntada que llevaba directo a la Garganta del Diablo. Miré hacia proa y vi que se acababa el río y ¡se veía la espuma!”, recuerda.
Suma que en ese momento había solo 12 parques nacionales: El Rey, Pilcomayo, Iguazú, Chaco, Laguna Blanca, Lanín, Nahuel Huapi, Los Alerces, anexo Puelo, Perito Moreno, Los Glaciares y Tierra del Fuego, así como el Monumento Natural Bosques Petrificados. La experiencia con el grupo Scout unos años antes hizo que Bambi se inclinara por Nahuel Huapi a la hora de elegir destino para terminar sus prácticas.
“Con otro compañero, llegué al edificio de Movilidad de Parques, frente al lago Nahuel Huapi. Luego me enviaron al cerro Catedral: teníamos una habitación y una cocina grande al lado de la sala de máquina del Cable Carril. Después me mandaron a Llao Llao, a una casa frente a la capilla San Eduardo. Desde allí viajaba a Puerto Blest en la Modesta Victoria: como me acordaba algo del inglés aprendido en el secundario, hablaba con los turistas y ellos, chochos”, cuenta.
Bambi desembarcaría finalmente en su amada isla Victoria. El jefe de la seccional era Carlos Macri. Allí aprendió a enlazar, ensillar, bañar y cepillar a los caballos. En la isla también le enseñaron a remar en botes marineros que estaban en Puerto Gros y tomó lecciones de pilotaje de lanchas en Puerto Anchorena.
“Aprendimos a maniobrar en el lago de forma tal de agarrar la ola de proa a popa, nunca de babor a estribor. Cosas que te quedan marcadas. Otro día practicamos equitación, cortamos cercos en el vivero de la isla, controlábamos las motobombas, las mangueras, y aprendimos a usar las tomas contra incendios”, enumera Bambi.
En noviembre de 1968 volvió a Buenos Aires y en diciembre se comprometió con Alicia: “Nos queríamos casar pero me dijeron que en enero, febrero y marzo tenía que estar en Bariloche, porque es época de incendios. Así que viajé en abril de 1969, nos casamos y viajamos juntos de vuelta al sur. Tenía que volver a la isla Victoria. Y estuvimos allí hasta diciembre de ese año”.
Diferentes cuestiones –algunas familiares y otras vinculadas con el trabajo en sí– hicieron que Bambi resolviera entonces volver a Buenos Aires con su flamante esposa y cambiar de vida. Aunque resulte paradójico, dos años después entró a trabajar en un banco y allí estuvo durante 28 años.
“Mi historia como guardaparques duró menos de dos años, pero fueron los momentos más felices de mi vida. No me los olvido nunca más. Luego de esas experiencias, volví a la montaña al menos dos veces cada año. Cada vez que podía volvía a Bariloche a ver a mis amigos”, se emociona.
En 2020 estuvo nuevamente en la isla Victoria, 51 años después de aquellos meses de formación. Se sorprendió al saber que ya no había caballos para movilizarse ni teléfono a manivela. Caminó por esos senderos como quien pasea por su barrio. Incluso hoy, desde Buenos Aires y a poco de cumplir 80, Bambi habla de los rincones patagónicos como alguien que nunca se separó de estas latitudes. En su corazón, nunca dejó de ser guardaparque.
Producción realizada con el apoyo de Aves Argentinas