Se aferra a esperanza en abatido poblado manufacturero

En las semanas previas a la investidura, Yahoo News visitó poblados y ciudades por todo el país, para hablar con los votantes que habían apoyado a Donald Trump en la elección. Mientras emergía la forma que tomará su Administración, le preguntamos a los electores si estaban contentos con su elección y si sentían optimismo por el futuro. Aquí están algunos de nuestros descubrimientos:

ERIE, Pennsylvania. – Bill Rieger no creía en los políticos. Pero el verano pasado, tras escuchar a Donald Trump cuando habló en su ciudad, comenzó a reconsiderar su indiferencia política.

A los 57 años, había observado durante décadas cómo es que Erie, su antes vibrante ciudad natal, se desvanecía y marchitaba dolorosamente. En lo que alguna vez fue el corazón de la industria manufacturera de la nación a orillas del Lago Erie al oeste de Pennsylvania, las fábricas habían sido cerradas, una por una, llevándose con ellas decenas de miles de empleos. EL centro de la ciudad, que había estado lleno de tiendas y oficinas cuando Rieger era niño, era ahora sólo una coraza.

Rieger había enfrentado la recesión más de cerca que la mayoría. Hacía más de 20 años, Rieger, un veterano del Ejército, se había hecho cargo de Dominick’s Eatery, una cafetería de 50 años de antigüedad sobre la Calle 12, el corredor industrial principal de la ciudad, a donde sus padres lo habían llevado desde que era niño. Abierto las 24 horas, el lugar solía llenarse de empleados de las líneas de producción que entraban y salían de sus turnos en las plantas que bordeaban la calle, pero a medida que se perdían empleos, también los clientes desaparecían. Y los que quedaban no podían darse el lujo de comer fuera porque sus salarios habían sufrido recortes. “Batallo más que cualquier otra ocasión en 20 años para mantener mi negocio a flote”, dijo.

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Los políticos habían ido y venido a través de los años en lo que había sido considerado un bastión sólidamente demócrata, para prometer que ayudarían a darle un giro a la situación. Pero eso nunca sucedió y Rieger vio las promesas no cumplidas como prueba de que los políticos eran deshonestos o en realidad no les importaba. Nadie, pensó, parecía interesarse en Erie, en gente trabajadora como él y sus clientes. La última vez que votó por un presidente fue en 1992, por Ross Perot, un multimillonario texano que Rieger creía que podía llevar al país en otra dirección porque no estaba atado a intereses especiales. Cuando Perot perdió, dijo Rieger, “nunca volví a apostar por la política”.

Pero entonces llegó Trump. Impulsivamente, Rieger fue con algunos amigos en agosto a escuchar hablar al multimillonario neoyorquino en el auditorio que está a unas cuadras de su restaurante. Se sintió atraído por la celebridad de Trump, pero lo más importante es que pensó que su mensaje era adecuado para Erie. Alguna vez la tercera ciudad más grande de Pennsylvania, la población local había caído por debajo de los 100 000 habitantes por primera vez en casi un siglo. Su tasa de desempleo había aumentado a casi 7 por ciento –de un 5.3 por ciento el año anterior– aunque muchos creían que el índice real era más alto debido a que muchos trabajadores que habían sido despedidos se habían dado por vencidos para encontrar empleo.

Al hablar frente a 10 mil personas en un condado que Barack Obama ganó con cifras de dos dígitos en las últimas dos elecciones, Trump prometió una y otra vez que sería la persona que podría cambiar las cosas. Mencionó a la fuente principal de trabajo en Erie, GE Transportation, el operador de una planta locomotora de un siglo de antigüedad que, al igual que otros fabricantes locales, se había visto afectado por la caída de la industria minera. De una nómina que alguna vez llegó a los 20 000 empleados, la planta de GE acababa de despedir a 1500 de sus 4500 trabajadores restantes, y muchos en la ciudad temían más pérdidas en medio de rumores de que GE trasladaría más producción a una fábrica más nueva y no afiliada a un sindicato, en Texas.

“¿Saben por qué están recortando gastos? Una razón: porque no cuidamos de nuestros mineros, y no producimos carbón y no necesitan fabricar esas grandes, grandes y hermosas, podrían llamarles locomotoras, me supongo”, le dijo Trump a la multitud en Erie. “Independientemente de qué demonios son, son grandes y son poderosas y no las necesitan como antes, porque no hacemos que nuestro gobierno trabaje para nosotros”.

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“Lo que vamos a hacer, amigos, va a ser tan especial”, continuó Trump. “Vamos a traer eso de vuelta. Vamos a traer nuestros empleos de vuelta. Vamos a traer nuestras compañías de vuelta”.

A pesar de lo poco precisas que eran las promesas de Trump, había algo esperanzador en su mensaje que hizo eco con Rieger de una forma en que no lo había hecho ningún otro candidato en memoria reciente. Le gustaba que Trump no quería estar en “el bolsillo de nadie” y que genuinamente parecía interesarle la atribulada clase obrera del país.

Tal como él mismo lo cuenta, Rieger “enloqueció” y leyó todo lo que pudo sobre Trump y la elección. Si iba a votar, dijo Rieger, quería “tomar mi decisión en base a lo que sabía, no porque me agradara el candidato”.

En noviembre, por primera vez en 24 años, Rieger acudió a las urnas y votó por Trump, para ayudarlo a convertirse en el primer candidato presidencial republicano que gana el Condado de Erie desde 1984. Aunque la victoria de Trump sobre Hillary Clinton en Erie fue estrecha –poco más de 2100 votos, o un 2 por ciento– fue parte de una oleada más grande de apoyo de la clase obrera en las partes industriales y rurales de la región que lo ayudó a capturar Pennsylvania, un estado donde no ganaba un republicano desde 1988.

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En una charla algunas semanas después de la elección, Rieger admitió que no pensaba que Trump ganaría, pero ahora que lo ha hecho, espera que el empresario intente cumplir sus promesas principales, que incluyen crear nuevos empleos y reconstruir ciudades del Cinturón Industrial, como Erie. “Erie es una ciudad empresarial, una ciudad industrial. Si nuestra industria prospera, todo a su alrededor prosperará”.

Pero Rieger también se describe a sí mismo como “realista”. Muchos otros han ido a Washington con la promesa de cambio, sólo para fracasar. Trump, dijo, no es un político normal, pero enfrentará a críticos en Washington que probablemente se interpondrán en su camino. “Enfrenta más desafíos que cualquier otro presidente debido a tanta oposición”, dijo Rieger.

A pesar de lo mucho que le agrada Trump y de lo esperanzado que se siente sobre su presidencia, Rieger admite que le preocupa que Trump pueda ser transformado por el mismo sistema contra el que se postuló, y expresa bajas expectativas para lo que de hecho podría lograr.

“No soy tan optimista como para pensar que se puede cambiar al mundo en un día, así que esperaría ver en 18 meses o dos años que sus políticas se implemente y realmente generen cambios”, dijo.

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Trump tendrá que crear algún impacto durante los próximos cuatro años, añadió, “y eso va a decidir si va a tener otros cuatro”.

Pero para Rieger, el cambio no llegará lo suficientemente pronto. Las largas horas y pocos dividendos habían hecho efecto. En diciembre, decidió vender Dominick’s, y le entregó el control del lugar a dos de sus empleados con la esperanza de que ellos mantengan abierta la cafetería en un poblado que, espera, también sobreviva.