Las señales de los tiempos y las fiestas | Opinión

Es de nuevo esa época del año, la de las fiestas, cuando en el Polo Norte todo está oscuro por días antes del 25 de diciembre, pero vive allí un gordinflón de barbas blancas viajando en trineo, con una bolsa inextinguible de juguetes, y arrastrado por unos renos de nombres muy raros.

En la película navideña Desk Set (1957) de Katherine Hepburn y Spencer Tracy ella daba informaciones radiales de los nombres de los renos de memoria. Pero él le mostraba que iban a instalar unas máquinas en su oficina y ya no tendría que memorizarlos más.

Estas computadoras le darían todas las respuestas de Santa Claus, cuyo nombre se basa en la versión neerlandesa Sinterklaas, del original San Nicolás, un obispo cristiano nacido en Mira, actualmente Turquía, que en español se llama Papá Noel.

Es curioso que a pesar de los avances tecnológicos de los ordenadores, robots, drones y demás, no se haya acabado la tradición de las fiestas, ni la gente haya cuestionado sus significados metafóricos.

Aunque cuando yo era pequeña las fiestas de estas noches más largas se celebraban de modo diferente, con tres jinetes vestidos de Reyes Magos, montados en camellos verdaderos, que desfilaban el 6 de enero por toda la calle 17 frente a mi casa, en el barrio del Vedado, en La Habana.

Es una costumbre típicamente hispana que aún se celebra en Miami por la famosa Calle Ocho y que recuerda el pasaje del Evangelio de Mateo, capítulo II. “Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle”. Al llegar a ver al Niño, estos astrólogos le ofrecen regalos de oro, incienso y mirra, todos simbólicos, que inspiran los regalos de juguetes a los niños de hoy.

Pero en otras religiones, en diversas culturas, hay otras fórmulas, otras imágenes, otros ritos que marcan este tiempo del año cuando se nos va el sol, para que podamos disfrutarlo en su amplia pureza sin relojes, ni llantos ni malos recuerdos, y siguiendo esta marca de la naturaleza.

“Las fiestas” son tan importantes en su significado para los seres humanos que el poeta mexicano Octavio Paz le dedicó un capítulo en su inspirado ensayo sobre el ser del mexicano El laberinto de la soledad, pero que se puede aplicar a todas las culturas. La soledad la tenemos todos nosotros, que en estos días queremos estar acompañados de familias y amigos.

No importa que creamos en una imagen significativa o en otra, o en ninguna. Queremos ser abrazados, acariciados, besados, complementados en tiempos inciertos, sobre todo los niños.

Recuerdo, como si fuera hoy, que a los 9 años en un atardecer del 5 de enero caminaba por la calzada de 10 de Octubre por el barrio de Santos Suárez de La Habana con mi madrinita Josefa.

Era una calle de tiendas y portales llena de mercaderes vendiendo juguetes, aún a esas horas tan cercanas a la llegada de los Reyes Magos, la noche antes del 6. Allí me encandiló la vista de una preciosa casita de muñecas. “Será muy tarde ya para escribirle a los Reyes Magos”, le dije, aún creyendo en esa ilusión infantil.

Mi madrina me tranquilizó, “los Reyes Magos son muy sabios”. Al día siguiente allí estaba en la sala la casita de juguetes que había visto. ¡Qué alegría, y qué decepción! No había Reyes Magos, era mi generosa madrina, que sin darse cuenta confió demasiado en mi ingenuidad, y me ayudó en ese pasaje fuera de la hermosa niñez.

Al parecer, todas las sociedades han estado en esa necesidad y la duración del sol, la vendimia, la cosecha, la primavera, el otoño, los solsticios, todo eso son señales. Es una marca mayor en el tiempo de las divisiones políticas, las guerras, las enfermedades. Hasta se ha incorporado en la memoria de Jánuca (Hanukkah), fiesta hebrea del 18 al 26 de diciembre este año, y con Kwanza, la fiesta de tradición africana desde el 26 de diciembre hasta el 1ro. de enero. Es una necesidad global, nacional, de pueblos. Es un gran misterio.

Sin embargo, no hay paz ni fiesta hoy en Ucrania, porque ha declarado Putin que no le dará tregua a los asaltos a ese país en Navidad. Se justifica con defender a la población ruso parlante del este ucraniano.

A pesar de que después de la caída del comunismo soviético, Rusia ha vuelto al cristianismo, eso no parece operar en las decisiones del gobierno. Roguemos que en verdad la caridad encarne en el espíritu de ese pueblo y de sus líderes para que cese la guerra. Que haya una tregua de paz para el mundo entero.

Olga Connor es una escritora cubana.